Imagen sección Historias

Historias

Historias

Guardia médica, en medio de un huracán

Era octubre de 2005 cuando se comenzó a escuchar que llegaría a las costas del Caribe un huracán categoría 5. Wilma, lo nombraron.

En ese entonces yo era residente en la Unidad Médica Familiar número 16 de Cancún y en mi vida jamás había vivido una experiencia de tal magnitud. De hecho, no me imaginaba cómo sería, pero me sentía segura saberme en el hospital.

Empezó la noche del 20 de octubre. Primero con vientos fuertes y lluvia. En esas primeras horas, a todos los médicos residentes de Medicina Familiar (éramos 19) nos obligaron a concentrarnos en los dos hospitales más grandes del IMSS de Cancún.

A mí me tocó en el Hospital de la Coba. Me acuerdo, que ese día se quedó con nosotros un médico de base, un urólogo, al que todos llamábamos sólo “Dr. Romero”. Un gran médico y excepcional ser humano, pues a pesar de que él no tenía nada que hacer ahí, decidió quedarse a proteger a sus “chiquillos”, como nos llamaba a los residentes de cariño.

Nosotros sabíamos, por historias que nos contaban en el hospital, que él ya había vivido un huracán anterior. Tal vez por eso imaginaba las dimensiones que se esperaba con Wilma. Nosotros no y todavía faltarían algunas para que comenzáramos a sorprendernos.

Todos los residentes, ‘secuestramos’ el consultorio del Dr. Romero y en el piso, tendimos algunas colchonetas que nos servirían de camas cuando pudiéramos dormir.

Eran unas delgadísimas colchonetas de hule espuma que cubríamos con sábanas. En la puerta del consultorio simulamos una barrera con vendas de yeso para que no se metiera el agua por la puerta.

Sinceramente yo pensaba que era imposible que el agua llegara hasta ese lugar, simplemente porque donde estábamos, en el área de consulta externa, era una de las partes más altas del hospital. Pero para mi sorpresa el huracán lo inundó todo.

El primer día que el huracán tocó Cancún, no fue tan grave, aunque los medios ya comenzaban a hacer mucho escándalo, pues rápidamente había alcanzado la categoría 5. Así, conforme iban pasando las horas, los pacientes comenzaron a multiplicarse con heridas extrañísimas que les habían provocado pedazos de metal que volaban por los aires y se les había incrustado en las piernas, a otros en el  tórax, a otros más en el abdómen, etcétera.

Nosotros, los médicos residentes atendíamos con el agua hasta las rodillas porque fue el área de Urgencias lo primero que se inundó.

Recuerdo bien que una noche que venía de nuestro refugio e iba caminando hacia Urgencias, de repente explotó un vidrio de un pasillo. Ahí había una Virgen de Guadalupe, que cuando el vidrio colapsó, yo sólo me alcancé a agachar rápidamente y taparme la cabeza con los brazos para que los pedazos no me hirieran.

Cuando ya no escuché el estruendo, levanté la mirada, para darme cuenta que el vidrio, que medía aproximadamente dos por dos metros, estaba totalmente roto pero la virgen había quedado intacta. Entonces de verdad comencé a tener miedo.

La presencia de periodistas de las televisoras nacionales, ya me indicaban la trascendencia del huracán, pero todavía creía que era parte del ‘show’ que tenían que hacer para dar la noticia. Es cierto que desde dentro no tenía todo el panorama de los estragos que ya había comenzado a hacer Wilma.

Nosotros, sin embargo, seguíamos trabajando con el material que iba quedando, porque a esas alturas, ya también había escaséz de todo.

Había muertos y vivos revueltos en las salas y era tanto el cansancio que nosotros, los médicos, también aprovechábamos cualquier momento libre para poder dormir, sin importar que al lado estuvieran justo los muertos.

Recuerdo que los primeros días podíamos comer sincronizadas o sándwiches. Ya los últimos días, nos alimentábamos sólo de café y galletas. Los pacientes que veíamos cada uno, eran entre 70 y 100 por residente en un caos que tratábamos de controlar todo el tiempo.

El Día del Médico del 2005 lo celebramos en la trinchera del hospital inundado, juntos, cansados pero satisfechos por nuestra labor.

En esos días pude hablar a mi casa, en la ciudad de México. Les decía, entre bromas,  que era para despedirme de ellos porque el hospital se estaba cayendo. Yo sólo pensaba que igual era mi última oportunidad para hablar con mi papá y mis hermanos.

La tristeza no terminó con las imágenes en el hospital. Al salir no podía creer lo que veía.

Cancún estaba totalmente destruido. Hoteles, centros comerciales, casas, mercados… Todo parecía una zona bombardeada. Nuestras casas inundadas con muchas de nuestras pertenencias destruidas, inservibles.  Para poder conseguir comida, había que formarse por horas en los Oxxos para, al final, poder tener cualquier cosa a precios increíblemente caros. Perdimos muchas cosas pero por fortuna lo podemos contar.

Tardamos casi un mes en volver a la normalidad, pero el trabajo jamás cedió. Fueron días exahustivos, pero la fuerza de mis compañeros residentes, que en aquella época, también eramos mucho más jóvenes, por supuesto ayudaron.

Algunos datos:

El 21 de octubre de 2005 el huracán Wilma tocó tierra en las costas de Quintana Roo. Con vientos que alcanzaron los 280 kilómetros por hora, dejó un millón de damnificados en el país y pérdidas económicas por 30 mil millones de pesos, de acuerdo con cifras oficiales.

La amenaza del meteoro, que cobró una fuerza descomunal en tan solo 24 horas, al pasar de categoría 2 a categoría 5, con vientos máximos sostenidos de 280 kilómetros por hora, impactó en todo el mundo.

El fenómeno afectó a nuestro país, donde cobró cuatro víctimas, así como a Haití, donde dejó 12 muertos; Cuba, donde dejó otras cuatro; las Bahamas, donde  una persona murió por su embate; y Estados Unidos, donde dejó un saldo de 31 muertos.

Acerca del autor

mm

Dra. Margarita Monsiváis Baez

Es médico desde hace 21 años. Estudió la carrera de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México, campus Iztacala. Al término de la carrera, trabajó en el Hospital General del Instituto Mexicano del Seguro Social en El Naranjo, San Luis Potosí, y en el Hospital General de Salubridad en Jalpan, Querétaro. Realizó la especialidad de Medicina Familiar en el IMSS en la Unidad Médica Familiar 16 durante tres años en Cancún, Quintana Roo. Después de la maestría, cursó un diplomado en enfermedades metabólicas y actualmente labora desde hace 11 años en la Unidad Médica Familiar número 56 del IMSS en Tlalnepantla, Estado de México como especialista en Medicina Familiar.

Dejar un comentario