Durante mi embarazo, nunca tuve duda de que amamantaría a mi bebé… Había leído mucho sobre el lazo que se establece entre una madre y su hij@ a partir de la lactancia… pasando claro por el tema de salud y las defensas que adquieren l@s niñ@s cuando son alimentados por su madre.
Pero amamantar no es fácil, y nunca pensé que el primer obstáculo serían los prejuicios del pediatra que tocó en turno, cuando me realizaron la cirugía para que naciera Val.
Cuando aquel médico bonachón entró al cuarto, haciéndose el chistoso, pensé que sería de trato fácil y lo era… Lo terrible fue cuando la tercera frase fue: “Esté preparada porque seguramente no podrá amamantar a su bebé…” Recuerdo perfecto la sensación de pesadumbre que me invadió, esto media hora antes de que naciera mi hija… No entendía nada, no sabía por qué la dureza y la poca sensibilidad de aquel especialista…
Cuando le pregunté ¿por qué? Me respondió que era una “mamá añosa”, descripción que detesto porque pareciera un calificativo moralino, “castigador” por atreverme a decidir cuándo, y bajo qué circunstancias me embarazaría… por haber priorizado mi desarrollo profesional… por no haber pensado antes, que el tiempo con las mujeres es implacable…. Sin embargo, desde que tomé la decisión de tener un bebé, asumí que el desgaste emocional, físico y económico sería importante.
Pero lo hice, y lo logré con ayuda de un par de médicos que entendieron perfecto que no me gustara pensar en “bajar una estrella del cielo”, como dice el cursi slogan de aquella clínica; que me hablaron con claridad cuando se los pedí y que me llevaron de la mano, con estudios, con revisiones puntuales y con un acompañamiento formal, y varias veces cálido, durante el proceso de embarazo.
Después de ese desafortunadísimo comentario del pediatra, me repuse y hablé con mi médico. Él me tranquilizó diciendo que a veces la lactancia se complica sea cual sea la edad de la madre, pero que siempre hay vías para lograrlo.
Y el nacimiento de Val fue como el embarazo: sutil, sin dolor, sin malestares mayores. Su calificación: 9.9. Entonces pensé que si había sido capaz de llegar hasta ahí, lo que seguía debía ser más fácil de lograr. Me convencí de ello en aquel momento.
Pero no, no fue fácil… nos costó trabajo lograrlo y cuando por fin lo hicimos, yo debía volver a trabajar, lo que llevó al conocido escenario de las mamás que se deben sacar la leche para dejarla en casa o bien hacerlo en la oficina para también irla almacenando. Debo decir que lograr la conexión fue una sensación de ternura que no olvidaré nunca. Como bien lo describió en una colaboración en este mismo espacio, mi amiga Cynthia Rodríguez: “Esta elección de ser mamá, tiene los instantes más hermosos con caras de recompensa”.
Sinceramente creo que amamantar es una etapa que las mamás no se debían perder, ni por el trabajo, ni por el estrés que conlleva la dificultad de lograrlo (aunque menos presión social ayudaría mucho), ni por las sentencias fallidas de pediatras que no imaginan el daño que causan… pero no juzgo… fácil no es…
Justo por todas las dificultades, creo que la lactancia es un arte, un trabajo logrado con paciencia, muchísimo amor, algo que ninguna fórmula azucarada logrará, y con la complicidad de alguien que, pese a todo y con los resultados que sean, poca o mucha producción, seguro sabe que mamá, ha hecho su mejor esfuerzo…
Dejar un comentario