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Opinión Por la Calidad de Vida

La muerte para el mexicano

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Escrito por Gina Tarditi

De cómo enfrentamos el fin de nuestra vida

Es curioso que hablar de muerte se considere con frecuencia algo morboso, desagradable o, al menos, de muy mal gusto, porque es nuestra inmutable e inseparable compañera. En el mismo momento que nacemos nuestro reloj de arena gira y empieza a caminar.

La muerte en México tiene muchas caras porque en realidad se puede hablar de muchos Méxicos.

La mezcla de lo indígena con lo europeo; de la antigüedad con la modernidad; la influencia de las costumbres de Estados Unidos que crece sobre algunos grupos sociales; la proliferación de nuevos credos y maneras de vivir la propia religiosidad y espiritualidad, y, finalmente,  el cambio mundial en las expectativas de vida y las causas principales de muerte han contribuido a la multifacética forma de ver y enfrentar la muerte en México.

Siempre se ha dicho que el mexicano se ríe de la muerte; el fundador del movimiento surrealista, André Breton, alguna vez mencionó que el amor que sentía por nuestro país se fundamentaba, entre otras cosas, por el poder que tenemos para conciliar vida-muerte.

¿Será cierto que nos burlamos de la muerte? ¿Qué hay detrás de la risa que nos provoca el tema? ¿Estamos conciliados con ella? Tengo mis dudas.

Por un lado, el tema lo evadimos si de verdades hablamos. Si jugando estamos, la cosa entonces cambia. Para nombrarla hemos encontrado decenas de aforismos que nos la hacen más tolerable. Entre ellos: parca, catrina, la flaca, la huesos, la dientuda, calaquita, desdentada, mocha, calavera, la tostada, la trompada, la pálida, la blanca, la llorona, la enlutada, etc.

Los antiguos pueblos veían la muerte como parte inseparable de la vida y la esperaban sin temor; festejaban el Día de Muertos en el mes de agosto, hacía el final del ciclo agrícola y sus cosechas formaban parte de la ofrenda que realizaban. Después de la llegada de los españoles, esta tradición se mezcló con las aquellas que los conquistadores trajeron, dando así lugar a las celebraciones del primero de noviembre –de Todos los Santos– y del dos de noviembre –de los Fieles Difuntos.

No hay duda que esta celebración ha trascendido en el mundo como una característica mexicana muy apreciada por su singularidad y porque alrededor de ella se funden ideas filosóficas, místicas, religiosas y sociológicas que la hacen única. Tan es así, que ha sido nombrada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

En México, la influencia occidentalizadora ha tenido gran repercusión en el tema que nos ocupa. Si bien se conservan importantes tradiciones como las celebraciones del primero y dos de noviembre, de cada año, están cada vez menos cercanas a los principios que les dieron origen, y se acercan más y más a cualquier otra celebración pagana y sin otro sentido que el de festejar.

Freud afirmaba que el hombre se siente inmortal; no puede mirar su propia muerte, pero pareciera que el hombre moderno, más que en ninguna otra época, intenta convencerse de que puede vencer a la muerte y para lograrlo, se esfuerza no sólo mejorando la tecnología e invirtiendo fabulosas cantidades en ciencia que pueda repercutir en la prolongación de la vida, sino que también decide ocultar, esconder, arrinconar a la enfermedad y muerte, hasta hacerlas invisibles. Los que sufren tienen cada vez menos sitio en el mundo.

 Para seguir estando dentro tienen que recomponerse rápidamente o, por lo menos, disimular su dolor, porque el dolor del otro incómoda; seguramente, porque nos recuerda eso precisamente que no queremos ver: la finitud está en todos.

Nunca la muerte ha sido nuestra amiga y no creo que algún día lo sea; no obstante, antes no se le veía con tan malos ojos como ahora. La familia y la comunidad se reunían en torno a ella, para acoger a los dolientes y para celebrar la vida de quien moría. Los ritos servían a una función terapéutica, de la que todos se veían favorecidos, incluyendo de algún modo a los niños porque, al menos, no se les excluía totalmente.

 Hablar de envejecimiento, enfermedad y muerte, al igual que de últimas voluntades, testamentos y demás arreglos para el final de la vida se ha convertido en tabú. Muchos evitan el tema quizá en respuesta a una cierta fantasía: si no lo pienso, no sucede.

Cuando nos enfrentamos a la muerte de un ser querido nos sentimos terriblemente vulnerables; muchos no saben qué hacer con lo que sienten; a los niños se les intenta mantener aparte, pensando que así no sufrirán; la gente alrededor sólo sabe decir frases como “échale ganas”, “ya pasó” y otras más que, lejos de ayudar hacen sentir al doliente como anormal, incapaz de enfrentarse a la experiencia, fuera de lugar. No encajan en una sociedad que vive a un ritmo acelerado y enfocada en lo que hoy importa: tener por encima del ser; producir por encima del vivir y la inmediatez por encima del sentido último de la existencia humana.

Lo preocupante es que por mucho que evitemos el tema y que huyamos de la muerte nos la hemos de encontrar. Está claro lo que el Dr. Marcos Gómez Sancho ha dicho: “la muerte en el ser humano sigue siendo del 100%. Nos toca a una para cada uno”.

Hoy estamos viviendo nuevamente una etapa de gran violencia en nuestro país. Estamos expuestos –niños y adultos– a ella de manera constante, en el mejor de los casos a través de los medios de comunicación, aunque, por desgracia para muchos, la violencia ha trastocado sus propias familias. Esto está provocando un inmenso dolor en miles y miles  que requieren de toda nuestra empatía y solidaridad para poder enfrentar sus pérdidas; para poder reencontrar el camino que les permita continuar con sus vidas. Necesitan sentirse validados en su dolor. Saber que sufrir ante la pérdida es una reacción humana natural, y saberse aceptados, no aislados o rechazados, les ayudará a procesar mejor su duelo.

Necesitamos, también, educar a nuestros niños en este tema. Hablarles con la verdad, normalizar sus emociones, entender que sufren más con los rumores, las medias verdades o los aforismos con los que muchos tratan de explicarles la muerte de un familiar. Volver a hacer de la muerte el marco de la vida. Tener claro que si la existencia tiene sentido es porque existe la muerte o, ¿alguna vez han pensado que pasaría si viviéramos eternamente? ¿Para qué ser mejores, para qué esforzarnos, para qué estudiar, trabajar, amar hoy, si lo podemos hacer dentro de 50 o 100 años?

Una buena manera de comenzar sería reconociendo nuestra valiosa diversidad y volver a cerrar filas alrededor del que sufre, en familia, y aquí me refiero no solamente a la propia sangre, sino a todos aquellos que nos son significativos, que forman parte de nuestros pequeños mundos, porque con ellos vamos caminando y acompañándonos  por la vida.

Acerca del autor

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Gina Tarditi

Psicóloga, desarrollista humana y tanatóloga. Cuenta con una maestría en psicología; estudió también la maestría en Desarrollo Humano y diplomados en cuidados paliativos y tanatología y cuenta con la especialidad en manejo de duelos y pérdidas.

Es autora de: 
Las Emociones y el Cáncer. Mitos y Realidades, Editorial Océano. 
El Duelo. Cómo integrar la pérdida en la propia biografía, Editorial Fontamara. 
Coautora con Mariana Navarro de Cuidados paliativos. Medicina que apuesta por la calidad de Vida. Editorial Fontamara

Ha escrito también dos manuales para manejo de duelo, con los nombres de Brújula. Reorientándola y Cartas y Canicas, los cuales no han sido publicados.

Actualmente colabora en el Centro de Apoyo para la Atención Integral, del Instituto Nacional de Cancerología, es miembro del consejo médico de la Asociación Mexicana de Lucha contra el Cáncer, AC y continúa escribiendo sobre cuidados paliativos, duelo y desmitificación del cáncer, temas a los que se ha dedicado por más de 25 años.

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