El año pasado, por estas fechas, ya tenía mis boletos para irme a México. Me sentía literalmente ‘la mujer maravilla’, aunque muy asustada, porque por cuestiones ajenas a la familia, viajaría por primera vez sola con mis tres hijos: los gemelos que acababan de cumplir 6 y el pequeño de 3 años y medio.
Hace un año tenía la esperanza de que la línea área me exigiera una persona de acompañamiento (de la misma línea y pagando obviamente) porque sabía que no era permitido que un solo adulto viajara con tres niños pequeños, pero como mis gemelos ya habían cumplido los 6 años, pues ya no aplicaba. Así que me ahorré una lana, pero la pagué con estrés no sé cuántas horas entre esperas y viaje en sí.
Me los imaginaba corriendo por todos los larguísimos corredores de los dos aeropuertos en los que estaríamos esperando para subirnos a los aviones (Malpensa y Barajas), y después, inquietos como son, saltando de un asiento a otro mientras pasábamos las larguísimas horas ya sobre el avión. Sólo de imaginármelo, me salían ronchas de los nervios. La realidad superó la imaginación y me quedé con las ronchas por los nervios.
Sin embargo, imaginar que podría pasar la Navidad lejos de México y mi familia, me causaba una especie de depresión y con todo el miedo que da enfrentarse a un viaje tan largo con niños pequeños, lo hice.
Todavía, me acuerdo, que mi esposo me preguntaba todo el tiempo: ¿estás segura? ¿si lo vas a lograr? ¿y si mejor nos esperamos y vamos todos en febrero? Preguntas de esa especie que lo único que me provocaban eran ganas de demostrarle (otra vez) que yo siempre podía, aunque a solas reconocía siempre que era una enorme prueba.
Así que el 11 de diciembre del 2019 a las 4:00 pm llegamos al Aeropuerto de Malpensa, nos despedimos de su papá con mil recomendaciones y me encaminé ya solita hacia una aventura que no me quedaba clara cómo sería con mis tres hijos, una carreola, mi bolsa de mano, una mochila enorme con todos los documentos para demostrar que sí eran mis hijos en caso de que nos tocara un agente mala onda en migración, varios juegos para entretenerlos, los pañales del más pequeño, el jarabe para una fiebre repentina y un cambio de ropa para cada uno por “cualquier cosa”.
Las tres maletas para el tour Guadalupe-Reyes, por fortuna las había embarcado con la certeza de que no las volvería a ver hasta México. “Una preocupación menos”.
Definitivamente eran otros tiempos y apenas ha pasado un año.
En estos días, he estado chateando con mis dos sobrinas que viven aquí y que no podrán ir a Sicilia porque de acuerdo al último Decreto del Presidente del Consejo de Ministros, no se puede cambiar de región, para ver si entre nosotros sí nos podemos ver.
La verdad creo que no porque Giuseppe Conte recomendó que la cena debería ser sólo entre los conviventes, pero en el fondo no perdemos la esperanza de vernos y sentirnos en familia aunque sea por unas horas.
Mi mamá, desde hace un mes, se la ha pasado insistiendo en que vaya a México, pero además de que han cancelado varios vuelos y de que el gobierno ha desmotivado los viajes internacionales, me da pavor volverme a poner en una situación como la de hace un año con la certeza de que ya nadie te asegura cuándo y cómo vas a regresar.
Si voy con los niños mal y si voy sola mal, porque en ambos casos me da miedo que nos detengan en algún aeropuerto, que las esperas sean eternas y que luego, por algún contagio sorpresivo, nadie se pueda mover de algún aeropuerto cualquiera.
Horas de espera y aviones repletos con niños que siguen siendo niños y que se lanzan al suelo, agarran todo, chupan todo, gracias… pero no.
Hace dos días que me habló mi mamá para aplicarme la estrategia número 47 y empezó a chantajearme preguntándome la “verdadera razón” de no querer ir esta vez a México, le contesté: “Si me preguntas ahorita, mi respuesta es que de verdad no tengo ánimos de hacer un viaje tan largo. Estoy cansada”. Y es que pensándolo bien, han sido muchas cosas en tan poco tiempo.
A los tres segundos de mi respuesta, ya me había arrepentido porque la verdad sí quiero ir, si los extraño mucho y sé que el no ir a México este año, traerá consecuencias en mi estado de ánimo a muy corto plazo.
Sin embargo, hoy prefiero estar aquí donde las escuelas para ellos están abiertas, donde pueden convivir con sus compañer@s y maestr@s y que hay mucho control para que esto pueda seguir sucediendo.
Hoy, con la nostalgia a cuestas, me fui de compras a un lugarcito que descubrí hace unos años y que siempre voy cuando extraño mucho México. Salí con mi frasco de nopales, mi lata de tomates verdes, mi mazorca de maíz, medio kilo de maíz pozolero, un aguacate, un chayote (super difícil de encontrar) y un paquete de tortillas (malísimas la verdad, pero algo es algo).
Sin embargo, como me han dicho y nos repetimos todos un poco o mucho en estos días: “tenemos que resistir”.
Dejar un comentario