Nuestra vida diaria está llena de pequeñas decisiones, pequeñísimas, pero cada una de ellas tiene sus impactos: ambientales, económicos, sociales. Así como no es lo mismo desayunar longaniza con papas, mantecada bimbo y un nescafé que un plato de fruta de temporada, un nopal asado y un buen café de grano recién molido, no es lo mismo comprar en un súper mercado que en un mercado, en una cooperativa o directo del productor.
Definitivamente, no se va a tratar de las mismas naranjas, de los mismos aguacates, de los mismos precios, de la misma cantidad de empaques y envoltorios ni del mismo trato a los campesinos que produjeron la comida.
A la hora de decidir cómo queremos alimentarnos y qué país queremos, cada paso cuenta. Comprar lo más directamente posible de las y los productores es una opción incluso para quienes vivimos en ciudades inhóspitas, ensimismadas, complejas.
Cuando compramos nuestros alimentos a quienes los producen, el pago que reciben los agroproductores por su trabajo es mucho más justo que cuando tienen que malbaratar su cosecha con los intermediarios.
Para ejemplificar esto, les cuento que hace un par de años, recorriendo la delegación Milpa Alta, primer lugar del país por la producción de nopal, me tocó ver cómo los campesinos llenaban esas clásicas cajas color naranja de plástico hasta el borde de nopalitos tiernos recién cortados. Sus opciones para comercializarlos no eran muchas y dependían del transporte, del cual carecían. Lo más común era darle sus cajas rebosantes de nopales a un intermediario –coyote, que le dicen-, en el mercado central de Milpa Alta, quien les pagaba 20 pesos por la caja.
¿Cuántos nopales le cabrían, me pregunté entonces, unos 200? Ese intermediario generalmente llevaba y sigue llevando las cajas de nopal a la Central de Abastos (entre una y dos horas de camino, como máximo), donde los revende para que luego los adquieran quienes los venden en los tianguis y mercados, así como los grandes centros comerciales.
En resumen, el campesino recibe 20 pesos por una caja llena de nopales que tardó meses en producir y cortar, en tanto que usted y yo pagamos, en el mejor de los casos, 10 pesos por 6 o 7 nopales en un mercado más o menos popular (Portales, por ejemplo). ¿Quiénes se quedan con el dinero que en una mayor proporción y en justicia debería ser para quienes produjeron nuestros nopales?
No se trata de ir a Milpa Alta por los nopales y a Xochimilco por las lechugas y las espinacas; pero sí se trata de buscar alternativas para adquirir esos productos en lugares que nos garanticen que estamos llevando productos de pequeños campesinos, que por lo general tienen una producción agroecológica, cercanos en kilómetros al lugar donde nos encontramos y que le paguen lo justo al productor.
Incluso en los tianguis convencionales, es posible identificar a quienes llegan directo de alguna zona agrícola con sus productos: son esos pequeños puestos que traen una producción pequeña y diversa, ahora sí que propia de una milpa: traen un poco de calabazas, habas verdes, flor de calabaza y hongos diversos en las temporadas de lluvia, algunos productos de maíz, entre otros. Y es poquito lo que traen. Acérquese, conózcalos, pregúnteles de dónde traen sus productos, cómo están, cómo está su familia. Amarchántese con ellos. Ahora sí que: haga milpa.
Que los campesinos y campesinas reciban lo justo por su duro trabajo nos beneficia a todos: nos garantiza que se quedarán en su tierra –es decir, frenarán el avance de la frontera urbana y se conservarán las áreas verdes tan importantes para que las ciudades tengan agua, aire, entre otros beneficios invaluables – y continuarán produciendo alimentos y vivirán dignamente de su trabajo.
La Guía de buenas prácticas para un México sustentable, producida por la UNAM y coordinada por quien esto escribe, dice sobre el tema:
Reduce las emisiones de carbono en el transporte de alimentos. No es lo mismo llevar a tu casa una lechuga cultivada en Xochimilco, que una de Irapuato o California.
Es importante revitalizar la agricultura periurbana, consumiendo lo local y acercándonos a los agricultores. Tenemos que fortalecer la economía de nuestros productores, ya quedan muy pocos y tienen un papel fundamental en la conservación ambiental, en nuestra salud y en la preservación de nuestra cultura.
Cada día hay más alternativas de mercados pequeños que ofrecen alimentos producidos localmente. Por más orgánico que sea un producto —por ejemplo, un cereal—, si viene de Australia, la huella ecológica es muy grande; mejor consume un buen cereal del país.
Así de claro, así de sencillo.
La Guía se puede descargar aquí.
Otros temas de la Guía los abordaremos en futuras columnas.
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