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Especial Del buen vivir

Diarios de cuarentena… ¿qué vamos a cambiar?

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Escrito por Cecilia Navarro

Tiempos de COVID-19

Estamos comenzando la quinta semana de quedarnos en casa. Nuestro ritmo de vida ha cambiado: aunque trabajamos la mayor parte del día, ese trabajo avanza lentamente, con cierta torpeza, estamos ralentizadas, conectadas inevitablemente a lo doméstico.

Buscamos rutinas para hacer algo de ejercicio por la mañana. Deporte UNAM, clases que nos han enviado de nuestra escuela de yoga, materiales que comparten amigas y amigos en los grupos de watsapp.

Otros temas que nos importaban mucho han quedado, con enorme pesar, relegados. Pienso, sobre todo, en dos: el de la violencia contra las mujeres y el hartazgo y firme decisión de nosotras por defendernos y ponerle un alto; y el análisis de la actual administración, con todos sus claroscuros y limitaciones, también con su legítima convicción de que las cosas tienen que cambiar. Estas cuestiones se quedaron para después, ahora estamos concentradas en los dos temas más urgentes: cómo enfrentar el COVID con un precario sistema de salud pública y una mala salud de los mexicanos y mexicanas por tantos años de consumo de comida chatarra y en cómo vamos a enfrentar las consecuencias económicas de la emergencia.

Nuevos aspectos de nuestra realidad rondan ahora nuestras mentes todo el tiempo: la fragilidad de las economías cotidianas -la mía y la de mis familiares, la de mi pareja, la de mis vecinas y vecinos, la de mis amigos, la de mis marchantes del mercado, por mencionar solo algunas-; el desgaste y la desilusión adolorida de las guerras en redes, en medios, entre políticos a quienes el país les queda grande; la furia de los empresarios por la pérdida de sus ganancias, que les importa más que la pérdida de vidas, esa furia retrata perfectamente a nuestra élite -y por eso es que votamos por un cambio-; la fascinación y el horror de saber tanto y al mismo tiempo tan poco del COVID-19; la certeza de que a pesar de casi ya 40 años de neoliberalismo y pensamiento ferozmente individual, esta emergencia sanitaria nos ha enseñado como estamos conectados, cuán pequeño es nuestro mundo. 

Y, por supuesto, todo el tiempo nos preguntamos si de aquí emergerá un mundo distinto, si haremos cambios sustanciales. Cuando menos nos damos cuenta, estamos en la añoranza total de nuestra vida “normal” hasta hace un mes: esa vida normal en la que trabajamos largas y extenuantes jornadas, en la que nos da miedo el espacio público por la siempre posible violencia, especialmente cuando somos mujeres; la de una inflación galopante en la que el dinero cada día nos rinde menos; la de dos horas o más de tiempo invertidas en ir y venir en transporte público; la de los días grises y una permanente mala calidad del aire; la de jornadas laborales extendidas, ahora sin límite, gracias a los teléfonos celulares.

Sí, hay días en los que revaloramos, añoramos, nuestra vida hasta hace poco más de un mes, pero la verdad es que esa vida no estaba bien y mucho tiene que cambiar. Estamos en un momento para repensar, para reducir el consumo y la generación de residuos, para aumentar derechos, para desmercantilizar temas importantes, en particular el de la salud; para empatizar con los otros; para recuperar derechos laborales perdidos; para optar por los pequeños productores y los pequeños comercios; para revalorar el trabajo doméstico, mal pagado, pesadísimo y, sin embargo, pilar fundamental del funcionamiento de las casas de las que todos los días salíamos millones de personas a seguir siendo explotadas para aceitar la maquinaria del capitalismo.

En estos días, mientras trapeamos, lavamos el baño y nos quejamos por tanto traste sucio que sale todo el tiempo, no hemos dejado de preguntarnos: ¿de qué dimensión es la fuga de cerebros a la trapeada y la lavada? ¿cómo vamos a enmendar esta infamia diaria?

Y, por supuesto, las otras dos grandes preguntas: ¿Cómo le vamos a hacer? ¿Qué vamos a cambiar?

Son preguntas para las que no tenemos respuestas. Son preguntas que nos implican ámbitos de la vida práctica, pero también nos implican cambiar nuestra concepción de nosotras mismas, nuestra forma de relacionarnos con otras personas y el entorno natural, nuestras aspiraciones materiales, nuestras demandas políticas, nuestras posiciones como sujetos de cambio, nuestra concepción del mundo, nuestra concepción de la humanidad, de la individualidad, de la vida cotidiana.

No tenemos las respuestas, las tenemos que ir construyendo.

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Cecilia Navarro

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