Me encanta como suenan los órganos, especialmente los grandes órganos en las catedrales e iglesias, con esa vibración que rebota en la cantera y se mete por la piel hasta los huesos.
Me gusta sobre todo escuchar conciertos de música barroca de Bach y, muy en particular,su Tocatay Fuga en re minor. Entonces, ¿por qué iba alicaído a presenciar un concierto en el órgano monumental del Auditorio Nacional de la Ciudad de México, el más grande de América Latina? Porque tenía resaca. No era el concierto lo que me preocupaba, sino quedarme dormido y no disfrutarlo.
Comencé a lamentar haber salido de fiesta la noche anterior. Y la música empezó a sonar en algunas de las más de 15 mil flautas del instrumento. El ejecutante se aplicaba en dos de los cinco teclados y lo remataba con el teclado de pedales bajo sus pies.
Me puse en alerta (esa alerta que siempre acaba siendo vencida por el sueño). Me concentré en observar al ejecutante, porque si cerraba los ojos para oír la música, ya no los iba a abrir hasta que atronaran los aplausos del final. Tenía especial miedo de las partes lentas. Y observando comencé a darme cuenta de que el órgano es un instrumento que se toca con todo el cuerpo. El organista movía las dos manos y al mismo tiempo los dos pies para oprimir los pedales que producían los sonidos graves. ¡Aleluya!
Entonces se me ocurrió disociar mentalmente la música barroca que escuchaba de los movimientos del ejecutante e imaginarme que éste bailaba un mambo de Pérez Prado. Casi se me sale una carcajada. Se me fue el sueño y el resto del concierto fue una gozada. No sólo porque la música era magnífica, sino porque al mismo tiempo sonaba en mi cabeza el Mambo Nº 8 más acorde con la danza del organista.
Este recuerdo me hizo buscar en YouTube videos donde se ejecutan piezas de órgano de Bach, para poder ilustrar con un ejemplo lo que cuento. Pero para mi decepción los realizadores que filman estos conciertos despiezan el todo, como los carniceros, y se concentran sobre todo en el movimiento de las manos sobre el teclado y de vez en cuando cambian el ángulo de la cámara hacía los pies y los pedales, sin darnos la oportunidad de ver el espectáculo completo.
No son solo unas manos, por más virtuosas que sean, con unos pies que acompañan. Están fuera de contexto. Es todo el cuerpo el que se emplea en un movimiento holístico que sólo se puede apreciar cuando se ve completo.
Para poder gozar de la majestuosidad de la ejecución es necesario ampliar el contexto para ver la totalidad. Y podemos hacerlo incluso con la imaginación, aunque los directores-carniceros sólo nos ofrezcan esos retazos.
Basta con ver los fragmentos y unirlos en nuestra mente para tener una idea más cercana a la realidad, más divertida y menos solemne que lo que nos muestran los videos. Y lo mismo pasa con la vida. Cuando solo nos fijamos en nuestros problemas dejamos de ver lo demás, la totalidad, y sólo nos damos cuenta de que llueve sobre nuestros recuerdos, sin ver que en otros hace sol. Estamos fuera de contexto y sólo vemos el punto negro y no el resto del cuadro blanco donde éste se sitúa.
De pronto, un conflicto nos hace ver todo sombrío y lúgubre, llevándose la alegría de vivir. Por eso gran parte de lo que se trabaja en la terapia es en la recontextualización, ampliar el contexto de significación para no fijarse sólo en las partes que nos causan el malestar, sino apreciarlas como parte de un todo más amplio que transforma su significado en un todo más gozoso.
Lo que todas las terapias psicológicas hacen, cualquiera que sea su enfoque, es buscar que la persona resignifique, que amplíe su horizonte de significación, para transformar su vida, sin dejar de ser ella misma. Se dice fácil, pero hay que hacer el esfuerzo para dejar de ver pedazos aislados, manos con dedos que se deslizan sobre un teclado, de un lado, y pies que accionan pedales, por el otro, para ver un cuerpo que trabaja en equipo, como un todo, para lograr ejecutar la gran sinfonía de la vida que es una gozada.
*En la foto, el organista estadounidense Cameron Carpenter
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