Papás en Cuarentena

‘Cuerpo relajado, mente tranquila y corazón en calma…’

mm
Escrito por Oscar Rodríguez

Y aprender a combatir con la infodemia y el odio social

En el episodio 1 de Star Wars hay una pelea épica entre el maestro Jedi y el demonio rojo, discípulo del lado oscuro que se interrumpe con unas barreras invisibles de campos de fuerza en las que ninguno puede acercarse al otro para pelear. El Jedi lo aprovecha para meditar y reunir fuerzas y el Sith para gruñir y seguir pegando, ya sabemos el final…

Quiero pensar que esta cuarentena que ya se volvió cientocincuentena me tomó como medio tiempo de futbol… Ojalá que pueda vivir otros 46 años con salud. Ha sido una pausa en muchas cosas y en otras, como un curso intensivo.

En 22 años de trabajo en sistemas de información he cambiado muchas veces de empleo y en diferentes ámbitos he sabido lo que se siente que te muevan el piso, justo como lo describen los auténticos decadentes con Julieta Venegas, pero en esta ocasión agradezco la estabilidad que me ha dado este empleo y mi profesión de base de datos, sistema de información y lo acostumbrado que tengo ya de perderme yo sólo en código por horas o días o meses, porque las labores las he podido realizar remotamente, claro, las mecánicas porque las que requieren trato humano de plano se estancaron, pero no es por la pandemia, quizá sin ésta seguiríamos dándole vuelta al reloj pero la epidemia dijo: “se acabó el tiempo”.

Ha sido un universo de diferencia para los que no tienen hijos que para los que sí, pues es muy demandante hacerla de maestro, preparar la tarea, las videoconferencias, para luego preparar la comida, controlar que no se peleen las niñas mientras trabajas o intentas trabajar… Quizá nos ahorramos el estrés del tráfico y las dos horas de ida o vuelta y la gasolina, pero finalmente no había esas interrupciones.

Los padres de varios amigos han fallecido en estos días y la mamá de una prima está en terapia intensiva, mientras que afuera esperemos que se recupere. El extra han sido los decesos de los empleos de varios amigos y conocidos. Unos por la pandemia y otros porque la gente es miserable.

Muy temprano en la cuarentena me puse a pensar que sería de mi familia si yo faltara y me acordé de la película “Solo contra el mundo”, ésa donde un camper se va al barranco con mamá y papá dentro, mientras un niño de 10 años se queda en medio de la sierra australiana. Cerca de ahí hay un viejo sentenciado por una enfermedad que no tiene mucho tiempo ni paciencia para mostrarle al niño el camino de regreso ni para que aprenda a sobrevivir… Se las puse a mis hijas, pero me costó mucho trabajo para que la más grande (de 6 años y medio) se interesara… Así que mejor me mantenía sano.

Leí de una #MamáEnCuarentena que uno tiene el infierno que se merece, y es verdad, a cada uno no nos faltan los infiernos que nos hemos creado y se enfrentan con los de los otros en el trabajo o en la familia. Me viene a la mente el barco que encalló con un arrecife de la familia Robinson y el capitán decide tirar al mar lo que no es indispensable y una vez hecho esto de verdad ahí está el paraíso que cada quien se busca, empolvado.

Este apocalipsis nos hace intuir que es sólo la introducción a una más grande, como la de Mad Max o el de Dark… ¿por qué motivo? Aún no lo sabemos pero vaya que tenemos motivos para predecirla.

En México estábamos en una crisis de la desaparición de mujeres, cosa que he seguido con atención desde que trabajaba en la policía y después aún más por mis hijas. Siempre estoy pendiente de las alertas amber.

Un par de semanas después vino como ola esto de la pandemia que en un principio yo pensaba “es un problema de ricos” y “aquí tenemos otros problemas”, hasta que empezaron a aumentar las cifras, hasta que mi hermana que vive en Italia empezó a vivirlo muy de cerca y narrar diario lo drámatico de la situación, y empezaron las conferencias con el señor Gatel… Llegó un momento que ya me desconecté de las cifras que poco a mucho iban en gran aumento también en México.

“Los niños no pueden visitar a sus abuelos”, pero con la seguridad que mis hijas habían dejado de ir a la escuela desde el puente de primavera y no habían salido, no tuve mucho temor en que fueran a casa de mis papás.

Hago un paréntesis para contarles que en estos días he agradecido poder convivir con ellos. Mi papá, quien ha visto el deterioro de su salud en los últimos años, le busco música tranquila. Así me he reencontrado con Silvio Rodríguez, quien escuchaba mucho en mi adolescencia por convicción y en la niñez por mi papá, pero después puse sana distancia porque mucho tiempo me pusieron tristes esas canciones y después ya me daban flojera, incluso siento que le pasó al mismo Silvio. Sus canciones ya no las sentía y por eso se ausentaba y por eso no las cantaba, o prefería no cantarlas antes de sentir la farsa, pero ahora las veo con otra óptica o más bien las oigo con otro oído.

Como todos, he tratado de aprovechar el tiempo haciendo arreglos a la casa, ordenando cosas que por años estaban estancadas y, como muchos, he aprovechado para acercarme más a mis hijas e influir en ellas en lo que considero es importante e inducirles hábitos de lectura, música, deportes, pensamiento lógico.

Para mí ha sido una afición buscar música para dormir a mis hijas, aunque muchas veces me duermo yo primero. Les digo “cuerpo relajado, mente tranquila, corazón en calma”, como me dirigían a mí en los inicios de la clases de Taichi y les busco a los canticuentos, clásica, jazz, blues. Tienen un pianito, un acordeón y guitarra de juguete y en ellos les pongo algo de música para que practiquen o les enseño la forma más sencilla de Taichi, pero muchas veces he perdido la batalla con la TV.

Quisiera a veces ser y transmitirles como ese pasaje en Matrix cuando el protagonista tiene que enfrentar a un experto en artes marciales y él no tiene idea de cómo pelear pero en un momento carga esos conocimientos en un software que sólo la práctica, la constancia y la experiencia dan.

El mayor tiempo hemos estado juntos, pero en una ocasión confinados en una privada donde hay áreas en común para los vecinos se oyeron ruidos de niños y mis hijas salieron corriendo en busca de ellos y a la brevedad vi como conectaron y se hicieron amigos con esa inocencia y buena fe que tienen los niños, me recordó que ahí sigue el mundo para seguir explorándose y conocerlo.

El “quédate en casa” fue una llamada con mucho eco. Pasaban los días en las dinámicas, trabajo, escuela, desayuno tarde, cena, a veces sólo eran dos comidas. Una dinámica tipo Desmond de la serie Lost que está en su capsula con pequeñas comodidades a la mano, pero rodeado de un ambiente salvaje afuera, y cuando había que salir, la soledad de verdad se sentía en la calle.  

Como en México no fue algo obligatorio (para mal o para bien) y sí condenado por la opinión pública como parte de la libertad de la gente, se pudo ver qué tanto caía en conciencia, qué tanto la gente salía porque necesitaba salir y qué tanto le valía… ciertamente. Yo cuando salí en bici a otras colonias, no era porque me valía. Fui saliendo poco a poco hacia ciertas calles, y si observé una especie de la película “Extinción” con las calles desiertas, luego más lejos, siempre con la sana distancia, luego comprobé que había una ciclopista muy cerca de mi casa que cruza por las vías de Ferrocarril de Cuernavaca y que de verdad son vías perdidas en el asfalto que te llevan hasta el Ajusco, algo que me maravilló.  

Aunque nosotros hemos estado en casa la mayor parte del tiempo, poco a poco fui sacando a mis hijas en bici. Primero al atrio de la iglesia que tenemos a lado, luego a unos parques cercanos, después a parques más grandes,  y más lejos.  En uno de ellos en una pendiente Gio, mi hija menor se volteó en la bici y se raspó la cara, porque las manos las dejó en el volante. Totalmente fue mi responsabilidad, me sentí más que preocupado, dolido de verle su cara con las heridas y pensar que le duraran toda la vida, pero no,  después de un mes y curaciones desaparecieron.

En otra ocasión Merari, mi hija mayor dio un salto y se pegó los labios con una piedra, se abrió la comisura de la boca y le quedó una bola de carne colgando, la llevé al hospital y aunque era un hospital federal de especialidad infantil, por $1300 pesos me explicaron que la boca no se cose, poco a poco se va juntando la carne despegada y sí, sucedió de esa manera, otro mes después. Pero tampoco nos detuvo ni eso ni el Covid.

No es que sea imprudente, “nooo weeey!!!” dirá quien lo lea, pero muy temprano entendí que ésto no era radioactividad como en Chernobyl. El Covid no nos está matando por salir, nos mata por juntarnos, claro sino sales, no te juntas, nos hemos vuelto tóxicos para nosotros mismos, si no, vean las redes sociales. 

El chiste es que no me la acababa con Connie, mi esposa, quien no reparó en decirme que a ella no le pasan esas cosas, que sólo cuando salen conmigo les pasa algo… A pesar de las discusiones naturales y de la situación extraordinaria  creo que hemos hecho buen equipo y hemos sabido negociar, ella ha estado presionada por la preparación de material para sus conferencias en la escuela, pero no profundizo más porque seguro su relato será uno muy diferente al mío, digamos complementario.

LAS SALIDAS Y LAS CONDENAS

Fuimos de los primeros en regresar al Parque Bicentenario y a la Segunda Sección de Chapultepec, que es una bendición y un oasis en esta ciudad, era “un pequeño paso para el hombre…”. Y así que hasta hemos dado paseos en el bosque de Peña de Lobos y en Valle del Conejo en la Marquesa. Son áreas muy extensas que normalmente no tienes contacto con la gente y menos en estas circunstancias.

Debo decir que siempre salí con un poco de miedo pero ganaba más el entusiasmo, subí algunas fotos a Instagram pero en seguida vino el condenamiento de “#QuedateENCasa” así que seguí saliendo pero sin compartirlo, porque observé el ‘hate’ de la gente para aquellos que salían y pensé que 6000 años en el planeta no podían hacernos más daño que ese odio, que de verdad te sigue como lumbre y es muy fácil que te alcance.

Quizá los contagios por Covid sean muchos pero la infodemia está peor. Así que después de meditarlo mucho, nos fuimos a la playa más cercana para comprobar que estaba más limpia de lo que alguna vez la vi y me llené de tanta satisfacción que una ola nos revolcó a mi hija mayor y a mí y por no soltarla metí la cabeza y perdí mis lentes en algo que el mar me hizo recordar que aunque te sientas pez en el agua siempre debes guardar respeto…

Con mi hija a salvo, fui a bucear para buscar una aguja en un pajar y esperar encontrar los lentes en esas olas,  y contra todas las probabilidades sucedió 25 minutos después, los vi… Las olas jugaban con ellos, me sumergí y los saqué, para seguir contemplando lo maravilloso del mar y los paisajes sin tanta contaminación.

A tres semanas de haber ido a la playa nos observo sanos hasta el momento, lejos aún de la catástrofe que inlcuso en Wall-e ya nos avecinan pero agradeciendo el paraíso de estar con mi familia, siempre usando tapabocas, lavándonos las manos…

He salido a parques, bosques, playa, pero he evitado centros comerciales y supermercados lo más que puedo, aunque ya los evitaba antes de la pandemia. Cines, bares, conciertos ya ni los considero este año, museos quizá si porque la gente no va con o sin pandemia. 

En los días que estuve en el mar intenté ir a una playa de niños, pero estaba tan llena que así como llegué nos fuimos, así que con cuidado a ambas niñas las metí con salvavidas a  cruzar las olas de la playa vacía pero con bandera roja del hotel donde nos quedamos pero todo bien.

Las compras las hemos hecho en los mercados locales. En el parque donde vamos habilitaron un área para autocinema y un viernes lo prepararon para concierto en auto, escuché la prueba de sonido se oía bien me dieron muchas ganas de ir, pero eran $2000 por auto y no encontré eco y ya cerraban la taquilla. Confirmo el algoritmo de la secretaria de salud “Quedate en casa y sino te quedas, toma tu sana distancia”.

Acerca del autor

mm

Oscar Rodríguez

He trabajado por dos décadas en la industria de Tecnologías de la Información: desde soporte telefónico y consultor, maestro de programación, pasando por recuperación de créditos e inmuebles de empresas en quiebra, hasta la puesta en marcha de sistemas de monitoreo y control para subestaciones eléctricas y control de vías de ferrocarriles en una empresa española, entre otras muchas cosas. Hice una maestría en ciencias en cómputo móvil, 12 años después de haber egresado de la superior y ya casado (lo menciono no por el ego del posgrado sino porque también la maestría fue también como un empleo, por los ingresos que necesitaba a través de becas). A veces, me siento ya como Santiago en el Viejo y el mar, quizá por eso mi urgencia siempre por ir al mar. Me gusta pensar que realizo muchas actividades aplicando ciencia y no sólo por godinear, razón por la cual detesto los workflows de las empresas y que en gran medida me ha tocado automatizar y que sólo van variando con la tecnología vigente. Desde hace 3 años soy el bajista de una banda que tenemos donde trabajo, todos informáticos y con alguna formación musical en el conservatorio o en la Sala Chopin... Yo aprendí guitarra en la vocacional y después en el INBA, pero sé que en la vida no eres lo que aprendes o los títulos académicos que tienes, sino lo que haces a diario, al menos eso es lo que les digo a mis hijas cuando lo que más quieren hacer es ver la tele.

Dejar un comentario