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Reflexiones al llegar a la edad de mi madre

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Escrito por Ana Francis Mor

¿Cuánto pesa la edad si tu vida está llena de frustraciones?

Hoy tengo la misma edad que tenía mi madre cuando yo tenía 8 años. Me miro en el espejo y pienso y recuerdo. Cuando yo tenía ocho años y miraba a mi madre me parecía que era la mujer más hermosa del universo. Recuerdo y atesoro en los baúles de mi memoria su físico. Sé perfecto cómo era cuando tenía mi edad y años después y años después y el año de la enfermedad y el año de la muerte. Recuerdo su olor en cada etapa, la sensación de su tono muscular, su cuerpo y las transformaciones de su físico.

Yo miré a mi madre, porque si a algo nos dedicamos cuando somos hijes es a mirar a nuestras madres y padres. Yo miré a mi madre durante 27 años y me hice experta en ella, sus modos, sus maneras de hablar, sus gestos.

Hoy me miro en el espejo a mis 46, con mis canas que ya decidí desde hace un par de años no ocultar, mis arrugas, mi pancita, mi piel que ha cambiado de textura, la mirada de haber recorrido un largo y emocionante camino. Y aunque soy feminista y artista y mujer estudiada y empoderada, como toda mujer de esta época, tengo introyectada una idea de lo que significa ser bella y joven y se me atraviesa en el cogote mi imagen. De cuando en cuando mi cuerpo, mi edad, mis canas, mis arrugas, se me atoran en el cogote y me duele la edad.

Y entonces me miro con otros ojos, unos más compasivos. Por extraño que parezca, a veces soy demasiado exigente conmigo pero sobre todo, poco compasiva. Y con unos ojos compasivos me miro como miraba yo a mi madre y trato de pensar qué es lo que la hacía la mujer más hermosa y la hizo serlo hasta el día de su muerte, a ver si resolviendo ese acertijo puedo quitarme ese dolor jodido de no mirarme bella porque no soy joven.

Y es entonces cuando se me cuelan las memorias y las ideas. Las memorias de cómo fueron pasando los años y miré a mi madre emocionarse, romperse, intentar, construir, amar. Y la vi deshacerse en tristeza y frustraciones y recuperarse y rejuvenecerse. Y la vi envejecer en diez minutos cuando se dio cuenta de que el hombre que ella amaba jamás la iba a cuidar en su vejez.

¿Cuánto pesa la edad si tu vida está llena de frustraciones? ¿Cuántos años pesan más que otros?

Me miro de nuevo en el espejo. Si mi madre a los 46 años y yo, estuvieramos juntas en la misma foto, seríamos tan hermosas y jóvenes la una como la otra porque además curiosamente ahora, por como estoy yo, tenemos un físico similar.

¿Ella se habrá sentido vieja a los 46? ¿Le habrán pesado las canas? ¿Le habrán pesado los años? Se que siempre se quitaba la edad, se pintaba el pelo y se ponía todos los tratamientos posibles para las arrugas. Sé que quería una vejez que no tuvo. Sé que le daba miedo envejecer porque le daba miedo que mi papá la dejara de amar por vieja, porque sabía que el hombre con el que compartía o intentaba compartir su vida, no la iba a cuidar de vieja, porque ese señor no la iba a cuidar y punto, ni de vieja ni de enferma ni de nada, porque el hombre que amó no la cuidó porque a ese señor no le dio la vida para aprender a cuidar a nadie. Pero mi madre a los 46 no sabía todo eso que hoy sé yo. No tuvo cómo.

Vuelvo a mirar a la mujer en el espejo y pienso que ese no es mi miedo. No porque sea yo la más chucha cuerera en el mundo como para afirmar que habrá un amor en mi vejez para cuidarme, pero sí. Sí lo hay. Porque llevo unos años arreglando mi vida para que en mi vejez tenga yo los cuidados necesarios y estoy en paz con la idea de estar sola si es que eso llegara a pasar. En mi vejez, en principio, me voy a cuidar yo.

Y entonces le digo a la mujer en el espejo: no te preocupes, quien te ama, te cuida, porque tu no permites que entre a tu vida nadie que no te cuide. Desde hace mucho te has encargado de relacionarte con personas que entre otras cosas, demuestran su amor cuidándote, así que esa mala costumbre se murió con tu mamá.

Me miro en el espejo y de pronto, como que se me fue el espanto de la edad. No sé que haga bellas a las otras personas, pero hoy a mí, me hizo bella saber que hay una costumbre familiar, que acabo de romper para siempre.

Acerca del autor

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Ana Francis Mor

Es actriz, cabaretera, escritora, directora teatral y activista mexicana. Es una de las fundadoras del colectivo Las Reinas Chulas que promueve el cabaret en México. Se ha especializado en derechos sexuales y estudios de género y en 2011 fue galardonada con la medalla Omecíhuatl por su labor a la construcción de la ciudadanía de las mujeres, otorgada por el Gobierno de la Ciudad de México.
Desde 2007 escribe en Emeequis la columna El manual de la buena lesbiana, la cual más adelante se recopiló en dos libros (2009, 2013). Publicó Para soñar que no estamos huyendo (2013), una adaptación de Ricardo III, la obra de Shakespeare. Lo que soñé mientras dormías es su primera novela.

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