Papás en Cuarentena

Mi carta de navegación para toda ocasión

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Escrito por Alex Torres

Y navegar con los valores y creencias compartidos

La palabra clave de nuestra época, para este momento y en lo sucesivo, es aprender. No sobrellevar ni aguantar o resistir. Es aprender. Algunos preferirán la resiliencia, pero yo no porque eso conlleva al hecho de adaptarse y no refleja exactamente lo que siento y creo. Insisto, lo mejor para mí es aprender.

Y en esta pandemia lo mejor que pude hacer fue aplicar con todo rigor y convicción esa actitud de aprender a ser papá en cuarentena. Es un método (si se me permite nombrarlo así) ya probado. Cuando nació mi hija me propuse aprender a ser papá. Lo apliqué de nueva cuenta cuando me convertí en papá soltero desde hace varios años. No falló entonces y no tiene porqué fallar ahora. Funciona bastante bien hasta el momento.

Soy renuente a dar consejos y mucho menos me atrevo a decirle o imponerle a otros qué hacer. Tampoco presto mucha atención a quienes pontifican sobre la crianza de los hijos basados en sus propias experiencias y egos.

Comparto aquí solamente cómo es que durante esta pandemia decidí abrir mi mente a nuevos conocimientos como una nueva hoja en blanco en la cual escribir nuestra vida familiar como papá e hija. Ni ella ni yo sabíamos cómo experimentar la vida en medio de una pandemia, ni sabemos cómo será cuando existan una vacuna y un tratamiento. Así que aprendemos juntos.

Nuestra carta de navegación es muy básica: nos ceñimos a los valores y creencias que compartimos; nos escuchamos para entendernos, no para imponernos; conciliamos y llegamos a acuerdos para atender nuestras respectivas necesidades y deseos. Cometemos errores, claro. Pero los identificamos y corregimos. Ensayo y error, sin culpas.

Nuestro aprendizaje común proviene de unas cuantas acciones clave: la primera es no pretender que se sabe la respuesta a todo, porque justo ahora todo es nuevo. La forma de ejercer la paternidad en esta época y para los años que vienen también es nueva para mi.

Ella es una adulta joven, universitaria e inteligente, pero estoy muy lejos de poder decir con entera convicción que la conozco al cien por ciento. Nadie conoce a sus hijos por completo, aunque pretendan o presuman lo contrario. Conocemos lo que ellos nos quieren mostrar de sí mismos. Prefiero preguntarle qué quiere y qué necesita. Así es como ella me enseña a ser papá.

Mi error más común es no decir oportunamente lo que yo quiero y necesito. Supongo que es producto de esa noción de la paternidad que antepone a sus hijos a cualquier necesidad o deseo propios, como si no fueran tan válidos como los de ellos. Ahí está el camino más seguro al hartazgo.

Corrijo entonces y al exponerle lo que deseo y necesito me encuentro gratamente con su entusiasmo y gran disposición a cubrir también esa parte que me hace sentir papá. Y lo hace muy bien. Por ejemplo, me cortó el cabello un par de veces ya, para lo cual consultó tutoriales en youtube. Para ella ha sido una de las cosas más divertidas durante el confinamiento y no dudó en publicarlo en sus redes sociales. No busquen las fotos, no las hay, pero créanme que quedé muy bien.

La alimentación durante la pandemia también nos ha dado importantes aprendizajes y como papá he podido fluir con mi carta de navegación a puertos seguros. Ella quiere optar por formas saludables de vida y se hizo vegetariana. Expusimos nuestros deseos y necesidades. Sin imponerme su decisión me convenció de las ventajas de esa dieta y para mi sorpresa he ganado mucho desde entonces. Bajé de peso y dejé de consumir las cantidades industriales de antiácidos que acostumbraba. Lo mejor de todo: descubrir todo un mundo de sabores y alimentos que jamás había escuchado nombrar.

Mientras fue una bebé y niña su alimentación fue mi decisión. Ahora ella se alimenta como decide y me comparte de esa experiencia y conocimiento de vegetarianismo. Sí, ahora ella me alimenta. Dos veces me he dado mis gustos carnívoros culposos: un gran plato de pozole para mi cumpleaños y una hamburguesa con tocino un día de antojo extremo. Ella me los compró.

Para aprender a ser papá he tenido que escucharla primero. No suponer ni dar por sentado lo que quiere, necesita o lo que es para su propio bien aunque no le guste. Pensar así me parece tan obsoleto como aquel mantra que se repetía en los años setentas y ochentas de la supuesta alimentación ideal que recomendaba consumir mucha leche, carne y huevos.

Escuchar y entender a mi hija me ayudó también en el que ha sido el momento más difícil y crítico de la pandemia. Ocurrió cuando empezaban a extenderse los contagios en el continente americano y cuando ya empezaba a arrasar en Europa.

Mi hija estudiaba en una universidad extranjera. De la noche a la mañana se empezaron a cancelar vuelos en cascada y era cuestión de días para que se cerraran las fronteras. Sus clases ya no eran presenciales y acabaría el semestre “en línea”. ¿Debía regresar o no a casa de inmediato? Habría un riesgo alto de contagio en los aeropuertos y en los aviones. “Tal vez es más seguro allá que México”, pensé al ver la forma como nuestro gobierno no dimensionaba la crisis de salud que se avecinaba.

Además, había tantas cancelaciones de vuelos que temía que se quedara varada en un aeropuerto de una ciudad donde no había nadie conocido para ayudarla ni contaba con el dinero suficiente para darle alojamiento por tiempo indefinido en un hotel o una habitación de Airbnb.

Una vez más me aferré a lo que siempre me ha funcionado: preguntarle cómo veía ella las cosas desde donde estaba y validar su opinión. Primero decidimos esperar, pero luego ella identificó una ventana de oportunidad para regresar a casa y la apoyé pese a todos mis temores y resistencias.

El día anterior a que arribara a la Ciudad de México me despedí de mi familia porque al recibir a mi hija de regreso en casa iniciaría una cuarentena que en aquellos días de marzo no imaginaba tan prolongada. Tras abrazarla en el aeropuerto semivacío nos fuimos a casa a vivir juntos esta nueva etapa que apenas iniciaba y de la que todavía no sabemos con certeza cómo cambiará nuestro mundo.

Pero como dije al principio, se trata de aprender, no de sobrellevar la situación o aguantarla, porque de ser así la vida sería un sufrimiento continuo, en vez de una constante evolución.

En estos meses de confinamiento hemos perdido en algunos momentos la orientación, e incluso el buen juicio. En esas situaciones de extravío emocional o no saber qué hacer o no entender qué estamos haciendo mal, hemos contado con el buen juicio y orientación de su madre, que aunque no vive con nosotros siempre es una voz necesaria.

Eso también es un aprendizaje invaluable: solo soy papá, no papá y mamá. Y a pesar de las aguas turbulentas, ellas también a su vez aprenden cómo relacionarse y comunicarse en esta pandemia, tal y como lo han tenido que hacer en otros momentos.

Somos una familia muy pequeña, pero tenemos redes de apoyo muy fuertes. Mi pareja ha estado de una manera presente en todo momento con el comentario u observación atinado y oportuno para que tome la mejor decisión; respetuosa y cariñosa con mi hija. Mi pareja ha sido una aliada constante y decidida para entender los alcances y límites de mi rol como papá. En esta pandemia no ha sido la excepción porque su apoyo y enseñanzas me han acompañado desde el inicio con determinación.

Y así como en su momento aprendí que mi hija ya no era una bebé, sino una niña y luego una adolescente que podía expresarse clara y asertivamente, y por lo tanto era válido tomar en cuenta sus decisiones (no caprichos), también ahora comprendo que la forma de vivir es totalmente novedosa para ambos y los dos debemos y queremos definirla según nos haga más felices. No tengo idea de cómo se vive en una pandemia ni cómo será la vida después, yo solo tengo una carta de navegación básica.

Acerca del autor

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Alex Torres

Es papá soltero de una joven universitaria. Trabajó como periodista en El Universal donde fue reportero de la sección nacional y editor de la sección DF-Edomex. Fue comisionado de transparencia y protección de datos personales de la Ciudad de México. Ha impartido clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación. No teme decir públicamente que es fanático de Dallas Cowboys y que llegó a ver partidos con Roger Staubach y Tony Dorsett bajo el mando del legendario coach Tom Landry, lo que confirma su pertenencia al grupo de riesgo por edad en esta pandemia. Nunca entendió cosas aparentemente básicas del futbol como el “fuera del lugar”, “la liguilla” o “juegos de ida y de vuelta” y mucho menos tiene un equipo favorito, ni siquiera los Pumas. Sus playlists van de la música de los 60 y 70 al barroco, a veces con paradas ocasionales en jazz y blues, pero está genéticamente impedido para bailar. Era asiduo asistente a las muestras de cine, pero ahora prefiere la tranquilidad de las películas en casa. Le gusta correr pero se fregó la rodilla (en serio) y de joven practicó el montañismo. Desde hace unos años lee menos noticias y más ficción, sobre todo novelas. Mantiene la esperanza de que un día le otorguen el Nobel a Amin Maalouf, recorrer el Parque Nacional de Yosemite y ver a Betelgeuse estallar y convertirse en una supernova.

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