Marzo 17, días antes de esta fecha comenzamos a escuchar en las noticias acerca de un virus que se fue extendiendo de una manera rápida por todo el mundo, al punto en que la Organización Mundial de la Salud lo declaró como pandemia y fue entonces que, en todo el país sonaron las alarmas…
En las escuelas, algunos padres decidimos no enviar a nuestros hijos ni un día más, a pesar de que la Secretaría de Educación Pública y las instancias educativas indicaron que hasta el 20 de marzo sería la fecha para que los niños y jóvenes dejaran de asistir.
¿Nos apresuramos?, ¿exageramos?, no lo creo, nuestros hijos son los seres más preciados para los padres, y qué decir para una madre.
Y así comenzaron mis días en cuarentena, la vida cotidiana se trastocó y, aunque generalmente mi trabajo desde hace más de un año es home office, las actividades cambiaron, los quehaceres se triplicaron, combinar la actividad profesional con las del hogar es titánico; sin embargo, la unión hace la fuerza, como reza un conocido dicho y en familia afrontamos todo lo que venía.
Mi hijo, un joven de diecisiete años, en la recta final de su preparatoria, comenzó a tomar sus clases en línea, y a combinar sus estudios con el Xbox, así es, el Xbox, al que le dedicaba más tiempo que a los estudios…
Empecé a sentir angustia, preocupación, porque los exámenes finales estaban en puerta, y era un momento decisivo para terminar con buen nivel su educación media, una oportunidad para lograr un buen promedio, y aspirar a ingresar al Instituto Politécnico Nacional (IPN), la opción que decidió para su futura carrera.
–Hijo, ¿ya estudiaste?, ¿estás bien preparado para el examen?, ¡no te desveles!, ¡ven a desayunar!, ¡deja el videojuego! Era el discurso de todos los días… Y finalizaron los exámenes, aprobó muy bien todas sus materias, en la primera vuelta; era oficial, había terminado su preparatoria.
Ahora, venía la graduación, ¿cómo será?, ¿la escuela convocará a los jóvenes y a sus papás a una conferencia Zoom?, me preguntaba, pues no, no hubo tal ceremonia virtual, la directora de la escuela envió solo una hoja Word con el discurso que ella iba a leer en la clausura normal, y eso fue todo.
En casa, mi esposo y yo sentimos nostalgia, tristeza por un cierre tan frío e insensible, pero nuestros ánimos por la conclusión de una nueva etapa de mi hijo, nos llenó de entusiasmo y decidimos organizarle una gran celebración, (los tres, por supuesto), con su comida favorita, ¡una pizza de pepperoni!, brindamos por sus éxitos, brindamos por nuestra salud, brindamos por la unión familiar que se ha visto fortalecida y por la alegría y las risas que siempre nos acompañan.
Llevamos meses en el confinamiento, mi hijo sigue con su preparación para el examen de admisión al Politécnico; mis emociones continúan en el sube y baja, algunas veces nerviosa por el reto que enfrenta, otras más relajada y alegre, pero eso sí, siempre agradecida y con la confianza de que esta situación que nos ha tocado vivir, la superaremos para seguir disfrutando de esta maravillosa vida.
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