Casi 70 por ciento de la población mexicana considera que en estos últimos dos meses ha vivido con más estrés a raíz del confinamiento domiciliario motivado por la pandemia provocada por el coronavirus Sars – Cov – 02 y sólo dos por ciento ha asumido que su vida permanece sin cambios a pesar del escenario actual, según datos preliminares arrojados por el estudio “La COVID-19 y el Estrés en México: Un Estudio Internacional”, en el cual participan especialistas de la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad Veracruzana, la Universidad McGill de Montreal y la Universidad de California.
Esta iniciativa, considerada como “un proyecto de psicología colaborativa bajo circunstancias extremas”, surgida en Dinamarca, y que se lleva a cabo en diferentes países a lo largo del mundo, tiene como objetivos detectar los factores que generan tensión psicológica; documentar el cumplimiento de las normas establecidas para evitar la propagación del coronavirus, y medir la confianza en organismos gubernamentales y las acciones preventivas.
En el capítulo México, se ha logrado observar que los asuntos que más provocan tensión entre la población son la economía nacional –la situación laboral y el ingreso diario– el riesgo de infección; el peligro de hospitalización; la situación de amigos y parientes que viven lejos; la educación de los hijos, y lidiar con ellos durante la cuarentena.
Otros resultados compartidos muestran que 66.5 por ciento de la población permanecía en aislamiento; 31.3 por ciento había hecho cambios menores en sus aspectos de vida cotidiana, y dos por ciento vivía sin variantes.
En cuanto a percepción de riesgo, 78 por ciento se consideró en riesgo de contagio; 17 por ciento no, y cinco por ciento no estaba seguro.
Por cuestiones de género, se observó que las mujeres son quienes experimentan más tensión física o emocional que los hombres, pues enfrentan una doble jornada y la presión de llevarla a cabo en condiciones muy complicadas, lo que no significa “que los varones no se estresen”, sino que la carga es distinta para cada sector, ya que hay un punto previo de “malestar y afectación” por razón de género, advirtieron los coordinadores de la investigación.
Con respecto a grupos de edad, se encontró que los jóvenes de alrededor de 20 años reportaron un grado superior de estrés que va descendiendo con los años, siendo el grupo de 65 años o más quienes tienen índices más bajos de estrés. Lo anterior, se indica, esto puede ser resultado de que la gente de más edad está menos interesada en lo que circula en las redes sociales o en las noticias del día a día y tienen más apoyo social.
Como ha señalado la Organización Mundial de la Salud, estas medidas de confinamiento han provocado nuevas realidades como el trabajo a distancia, el desempleo temporal, las clases a distancia, para niñas y niños, la reducción significativa de interacción social y la actividad física, la falta de contacto físico con otras personas, pudiéndose traducir en un impacto en la salud física y mental de las personas.
El propio organismo ha mencionado que “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” por lo que la salud mental es parte esencial e integral del bienestar de una persona. Pero es compleja, porque sus determinantes no sólo son individuales, que podrían ser pensamientos, emociones, comportamientos e interacciones con otras personas, sino también factores sociales, culturales, económicos, políticos y ambientales tales como las políticas nacionales, la protección social, el nivel de vida, las condiciones laborales o los apoyos sociales de la comunidad.
De manera general, ha emitido algunos consejos como mantenerse informado a través de fuentes confiables, sin caer en una saturación que pueda provocar estrés o ansiedad.; mantener una rutina de actividades diarias como despertar y acostar a la misma hora todos los días, mantener la higiene personal, comer, de manera saludable, en horarios regulares, realizar ejercicio de manera regular, distribuir el tiempo para actividades laborales y para descansar, mantener el contacto por medio de mecanismos digitales con familiares y amigos, y destinar una parte del día a realizar alguna actividad de entretenimiento.
Sin embargo, algunos especialistas han advertido que este tipo de emergencias de salud pública afectan la salud, la seguridad y el bienestar de las personas y de las comunidades. A nivel individual, con situaciones como confusión, asilamiento emocional, inseguridad y estigma. A nivel colectivo, pérdidas económicas, cierre de escuelas y centros de trabajo, recursos médicos insuficientes e insuficiencia de insumos básicos. En ambos casos, pudiendo provocar distrés, uso excesivo de sustancias como alcohol, tabaco o drogas, o rechazo hacia las medidas sanitarias. Pero estos, no sólo se presentarán durante la crisis sanitaria, sino también, después de ella.
La afirmación anterior, representa un reto para un país que, de acuerdo con los resultados preliminares de esta investigación sobre estrés, reporta de los más altos índices de estrés en el mundo motivados por la pandemia de Covid19, y estos ya estaban presentes en la población por factores como la violencia y la inseguridad.
Sumado a que en 2017, la Encuesta Nacional de los Hogares mostró que 32.5 por ciento de la población mayor de 12 años refirió haberse sentido deprimida en al menos una ocasión. De este grupo, 66.9 por ciento dijo sentirse deprimido algunas veces al año; 11.5 por ciento mensualmente; 11.7 por ciento semanalmente, y 9.9 todos los días. Y que, en los últimos años, se han incrementado los índices de suicidio.
El propio Secretario General de la Organización de las Naciones Unidos, Antonio Gutérres, advirtió hace un par de semanas que los servicios de salud mental han estado en el abandono por décadas. Una situación que no es ajena a México, donde menos del dos por ciento del presupuesto anual para salud pública está destinada a esta área.
Sería muy deseable que en la próxima “nueva realidad”, concepto que por si mismo genera incertidumbre, se propicie una verdadera estrategia de atención a la salud mental, sustentada en recomendaciones internacionales, de las cuales ya han surgido varias guías, pero que, sobre todo, se trabaje fuertemente en la desestigmatización del concepto y de quienes viven con alguna afección mental. Pues, a diferencia del lugar común que suele pensarse, su atención, en muchas ocasiones, solo requiere de acciones básicas humanas como el escuchar al otro.
Dejar un comentario