Mamás en cuarentena

Mi cuarentena privilegiada… y cocinar, lavar y ordenar…

Escrito por Alejandra Estévez

Mamás en cuarentena

BÉLGICA.- Son las 12h53 y ya hemos terminado los deberes de informática y ciencias de Natalia. Hemos tenido el ordenador estropeado una semana y se nos habían acumulado las tareas. Por suerte, esta semana son vacaciones en la Escuela Europea belga y los profesores han sido comprensivos con las entregas tardías.

El colegio ha decido utilizar una plataforma llamada Teams mediante la cual los niños se conectan todos los días de 8h30 a 16h, ven a sus profesores, que pasan la mayor parte del tiempo intentando poner orden, sobre todo en clase de Natalia, y están en contacto con sus compañeros.

Cuando se interrumpieron las clases presenciales a mediados de marzo, la solución nos pareció buena para nuestros hijos de 12 y 14 (casi 15) años. Era una manera de continuar con la rutina y seguir con los horarios, de mantenerlos ocupados casi todo el día y de que no perdiesen el contacto con los amigos recién estrenados, ya que nos habíamos mudado de Madrid a Bruselas a principios de curso.

Como somos unos privilegiados, además de tener un cuarto para cada niño, ambos tenían ya un teléfono con el que poder seguir las clases y Manuel, además, un ordenador comprado tres años atrás que funciona casi a pedales, pero con el que puede editar los trabajos en Word y hacer otras tareas.

Natalia contaba además con una tablet casi de juguete con la que ver los vídeos que le iban enviando los profesores de educación física, música o valores. Y luego estaba mi ordenador portátil y mi impresora, que iban utilizando ambos cuando, de repente, sus dispositivos no funcionaban bien y uno de los dos salía llorando o dando gritos de su habitación. Como ya he dicho, somos unos privilegiados.

El gobierno belga decidió no aplicar un confinamiento demasiado severo y ha permitido desde el principio los paseos y el deporte en familia, y nosotros vivimos muy cerca de un gran parque y de un bosque, así que volvemos a ser afortunados.

Hemos estado saliendo a dar paseos, con la bicicleta o los patines con más o menos frecuencia, dependiendo de las ganas de bronca que tuviésemos en casa. Porque Manuel, cuando termina sus tareas, solo quiere estar en videollamada con amigos, viendo la televisión o jugando a la Play.

Para que salga hay que obligarlo, amenazar con quitarle todas las pantallas y, luego, aguantar su gesto hosco durante todo el paseo y sus palabras de reproche. Cada salida me recuerda que él es un adolescente y que no le interesa pasear ni disfrutar de la naturaleza, pero, al parecer, yo no lo comprendo y me empeño en que recargue vitamina D (tan escasa en Bélgica), en que obligue a sus ojos a mirar de lejos, en que respire aire fresco y disfrute de las cosas sencillas.

El abuelo de Natalia y Manuel, mi padre, es psiquiatra, y me explica que los adolescentes no pueden crecer solo con los consejos de sus padres, que Natalia no va a aprender de los libros acerca de la pubertad que le he comprado por Internet para que lea durante el confinamiento. Los adolescentes necesitan estar con sus iguales y compartir con ellos sus pensamientos y sentimientos. Así pues, cuando anunciaron que las escuelas belgas empezarían a abrir el 18 de mayo y desde la escuela de los niños recibimos un correo electrónico preguntándonos si estábamos dispuestos a que nuestros hijos retomasen las clases, nosotros contestamos que sí.

Además de seguir los consejos del abuelo especialista en salud mental, la prensa belga llevaba días publicando numerosos artículos de pediatras que defendían la necesidad de que los niños volviesen a las aulas y 269 pediatras firmaban un comunicado defendiendo los derechos fundamentales de los niños y recordándonos que la escuela no es solo pedagogía, sino que encierra toda una dimensión social, afectiva y psicología vital para el desarrollo psicomotor y la salud mental de nuestros hijos.

No obstante, las escuelas europeas han decidido continuar online hasta el 3 de julio que termina el curso y tengo que reconocer que Manuel y Natalia, que se enfadaron muchísimo cuando les contamos que queríamos que volvieran al colegio porque no les habíamos pedido su opinión, están felices en casa.

Yo voy corriendo a preparar la comida. Casi no hago otra cosa más que preparar comidas, lavar ropa, ordenar casa e intentar no pensar en si podremos ir en julio a España a ver a los abuelos. Mis traducciones juradas, de novelas románticas, peritajes industriales y contratos han dejado de llegar, pero en eso tampoco quiero pensar.

Acerca del autor

Alejandra Estévez

Alejandra Estévez Martín es española. Traductora jurado de inglés, traductora de francés, actualmente emigrada a Bélgica y orgullosa mamá de Manuel y Natalia.

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