Hablamos casi siempre sobre las necesidades de los pacientes y de sus familiares; defendemos sus causas y nos duele verlos enfrentarse a la enfermedad y en muchas ocasiones, a un largo peregrinaje a través de un sistema de salud con vericuetos y carencias. Existen, por otra parte, organizaciones de la sociedad civil que realizan encomiables esfuerzos por hacer escuchar la voz del paciente y que permanentemente se encuentran abogando por ellos, cubriendo el costo de sus tratamientos, apoyándoles con los gastos de bolsillo (que pueden llegar a ser extraordinariamente elevados), así como atendiendo sus necesidades psicosociales y espirituales.
Pero, ¿qué decir sobre los médicos? Acaso, ¿no padecen también ellos toda la complejidad de un sistema de salud fragmentado, una fuerte y creciente demanda tanto por el número de pacientes como por todos los procesos administrativos que conllevan? Además, si hablamos de los residentes hemos de decir que sobre ellos recae un gran porcentaje de la responsabilidad de sacar adelante el trabajo, muchas veces extenuante, con sueldos muy flacos y jornadas laborales muy largas (a veces, inhumanas), poco tiempo para dormir y alimentarse sanamente y, qué decir, para distraerse o atender a su familia.
Todo lo anterior y más puede llevarlos a desarrollar, entre otras patologías, el síndrome de burnout (desgaste profesional), considerado hoy como una crisis de salud pública. Este síndrome, descrito por primera vez en los años 70 por el Dr. Freudenberger, se presenta en todas las profesiones de ayuda y entre sus síntomas puede haber fatiga, estrés, desesperanza, agotamiento emocional, depresión y hasta llevarlos a tener una conducta cínica. Su vida se ve afectada en todas las áreas y no solamente en la laboral. La Organización Mundial de la Salud ha reconocido que se trata de una enfermedad y llama a su prevención, identificación precoz y a una adecuada intervención.
Cabe preguntarnos entonces, ¿Qué estamos haciendo por nuestros médicos? Todo individuo necesita saberse y sentirse seguro en su lugar de trabajo; recibir la retroalimentación y guía de los que van adelante, sintiéndose reconocidos; identificarse como parte de un equipo que trabaja por y para las mismas causas y con los mismos valores. Toda institución debiera contar con programas específicos para prevenir el burnout, adecuar las jornadas laborales para el mejor rendimiento del médico, promover el autocuidado de sus residentes, garantizar salarios dignos e incluir dentro del currículum los temas que tienen que ver con el desarrollo humano como la autoestima, la comunicación, el trabajo en equipo, la pertenencia y la trascendencia para fomentar el bienestar integral de cada médico en beneficio, finalmente, de todos: profesionales de la salud, pacientes, familiares y, por supuesto, las instituciones de salud en su conjunto.
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