Una de las teorías más difundidas sobre el origen de la pandemia es que un individuo (da igual su nacionalidad) se comió un murciélago que lo contagió del SARS-CoV-2, o bien que se comió a un animal (un pangolín) que fue contagiado por un murciélago.
Da igual, todo empezó con un bocado. Si se hubiera comido otra cosa y si ni el murciélago ni el pangolín formaran parte de la dieta de algunas personas, posiblemente no habría surgido la pandemia. Pero tal vez habría saltado a los humanos de otra forma, a través de los pollos o de los cerdos, que son creados en condiciones de hacinamiento terribles que fomentan la transmisión de enfermedades entre ellos y que, en algunos casos, pueden saltar a los humanos.
El caso es que estamos atrapados en el círculo vicioso de la pandemia del COVID-19. Parece que hubiera que escoger necesariamente entre dos males, sin saber cuál es el peor: permitir la movilidad a costa de la salud de millones o cerrar todo en perjuicio de la economía, lo que dañaría a otros tantos millones de personas.
Muchos ven en las vacunas contra el SARS-CoV-2 la solución tanto de los problemas de salud, como los de la economía. Y desde luego que la vacuna o las vacunas, pues hay varias, son bienvenidas y representaran un gran alivio para el mundo. Pero no son la solución.
No es el virus, es la economía, estúpido, lo que está dañando al planeta. Entonces lo que hay que cambiar es la economía que, con su empleo desmedido de recursos naturales, muchos no renovables, y el uso de energías contaminantes, entre otros muchos factores, está enfermando al planeta y dañando a todos los seres vivos, entre ellos a nosotros los humanos.
Es que no sólo es la pandemia, también es el cambio climático y la contaminación del aire, del suelo, de los mares y de los ríos.
Pensar que los gobiernos van a tomar en sus manos el problema y van a modificar el modelo económico, para que haya un verdadero cambio que enderece la situación, es como escribirle una carta a los Reyes Magos para que se hagan cargo de todo, es decir, un sueño guajiro.
La solución tiene que venir de abajo hacia arriba. Somos los ciudadanos, los individuos, quienes tenemos que cambiar para, a través de nuestros hábitos de consumo, modificar los patrones de la economía. Y una de las cosas que podemos y debemos cambiar es lo que comemos.
Hay un refrán que dice que el ser humano es lo que come y si nos paramos ver lo que comemos la mayoría es pura porquería. Ergo, somos… lo que comemos.
Entre los procesos de industrialización, que envilecen el medio ambiente y degradan nuestra calidad de vida, están los que producen lo que la mayoría de gente come. Y tras estos procesos que nos enferman, de los que ya no somos conscientes, está parte dela razón de nuestra desconexión con la naturaleza.
A lo mejor por eso nuestra capacidad de aprendizaje es tan limitada. Por ejemplo, del primer pico de contagios de la pandemia, en el primer semestre, ni los gobiernos ni los ciudadanos aprendimos gran cosa y llegó la segunda ola y nos arrastró como a niños en la playa del revolcadero.
Nos quedamos atónitos, como si nos pasara por primera vez algo que acabábamos de vivir. Otra vez los hospitales saturados, las muertes en ascenso. Y todos en la negación. Unos más y otros menos.
Aquí en México es la negación del gobierno (que tiene fines de manipulación política) y la negación de la gente (como mecanismo de protección psicológica).
Al quédate en casa si puedes, usa cubrebocas si sales, guarda la sana distancia, lávate las manos cada que tengas oportunidad y no te toques la cara, hay que añadir: cuida lo que comes.
Come, por supuesto, de forma sana y equilibrada y evita aquellas comidas que suponen maltrato para los animales, uso de pesticidas y fertilizantes dañinos para ti y para el medio ambiente. Procura comprar comida no procesada y a granel, para evitar envases contaminantes.
Cambiando sólo esto veremos como muchos aspectos de la economía se transforman de manera natural y el planeta mejora.
Qué bueno que tenemos las vacunas, pero abrir los espacios de convivencia para volver a aplicar las mismas recetas económicas que ya demostraron su obsolescencia no va a cambiar nada, porque no es la vacuna, ni tampoco la economía. ¡Es la comida, estúpido!
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