Como psicoterapeuta he vivido experiencias increíbles. Las más bellas son aquellas en las que la vida te pone frente a ti a un paciente con todas las ganas de elevar su nivel de conciencia, mejorar su calidad de vida y crecer como persona. Cuando te topas con alguien así, no solamente tienes el privilegio de impulsarlo en su vuelo, sino que te ayuda a ti a crecer también y convertirte en una mejor persona.
Desgraciadamente,no siempre ocurre así. A veces llegan al consultorio personas que por las circunstancias que sean (porque los obligan o los presionan para ir; para salir de una situación utilizando la terapia como pretexto; porque la desesperación los lleva al consultorio, pero no tienen la suficiente intención de cambiar y un largo etcétera) sólo van a hacerse tontos ellos solos o a tratar de engañar a alguien (entre otros al terapeuta).
Con todo, también en estos casos hay una oportunidad de aprendizaje, para quien esté dispuesto a querer aprovecharla.
Un día me escribió por WhatsApp una persona que me había visto en una página web y que dijo ser psicólogo con especialidad en Gestalt, que es la misma que yo tengo. Me pidió cita para una terapia de pareja y quedamos de vernos la siguiente semana.
Llegado el plazo acudió al consultorio junto con su pareja y comenzamos a charlar. Les platiqué que manejaba dos enfoques, uno propiamente terapéutico que es la Psicoterapia Gestalt y, el otro, un modelo educativo en el que se podrían estudiar a sí mismos y que, sin ser una psicoterapia, tiene una dimensión terapéutica gigantesca.
Este segundo enfoque es el de Semiología de la Vida Cotidiana. Eligieron trabajar con el primero, porque estaban familiarizados con él. Comenzamos a platicar y yo a hacer preguntas sobre su relación y qué era lo que deseaban mejorar.
Para la segunda consulta había demasiadas piezas que no encajaban: no vivían juntos, carecían de un proyecto de vida en común y ni siquiera salían juntos. Cada uno tenía su grupo de amigos con los que convivía por su lado. El pensamiento me saltó a la cara como una epifanía: eran una no pareja o, mejor dicho, no eran una pareja. Todo un tema para desarrollar en una terapia “de pareja”.
Algo que aprendí tanto en Gestalt como en Semiología de la Vida Cotidiana es a validar incondicionalmente a las personas, así que, si para ellos su relación era una de pareja en toda la regla, yo no iba a invalidar su creencia, sino más bien a tratar de explorarla y a procesar lo que me decían,de tal modo de írselos reflejando para que ellos mismos los descubrieran poco a poco.
Entre mis profesores, uno al que considero mi Maestro dice que a las personas hay que darles un pedacito de verdad y una “aspirina” para que puedan asimilarla y así irse de poquito a poquito. No sé si me pasé con la dosis de verdad o me faltó aspirina, el caso es que cuando les cayó el veinte de que yo me había dado cuenta de que no eran una pareja, sino un par de amigos que creían ser una pareja y tenían problemas en su relación,fue el último día que los vi.
No volvieron a llamar ni volví a saber nada de ellos. Antes les había ofrecido darles terapia individual a cada uno por separado, como una estrategia para avanzar más rápido, pero lo rechazaron, argumentando que si sus problemas eran en su relación tenían que resolverlos como pareja, aunque fuera dispareja, pensé yo, pero no se los dije, claro está.
De acuerdo a sus propios testimonios no había entre ellos atracción sexual, ni una tensión amorosa derivada de la admiración mutua. Lo que sí había, sin duda, era afecto, mucho afecto. Y se había creado entre ellos, sin que lo notaran, una relación de dependencia que acabó por ser tóxica y les generó un malestar que los llevó a pedir asesoría profesional, pero algo hacía que negaran totalmente la posibilidad de reconocer que el mayor de sus problemas era que no eran una pareja.
Nota: El autor tomó las precauciones necesarias para modificar los detalles que pudieran revelar la identidad de sus pacientes.
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