Apenas hace unas semanas, el 20 de marzo, mi hija, preparaba su graduación, casi terminaba el último semestre de la preparatoria.
Un día antes, en la junta de fin de ciclo escolar, sus compañeros nos pedían permiso a los padres para viajar a la ciudad de México, a un parque de diversiones, para despedirse de la escuela y algunos, también de casa, viajarían a probar suerte en ciudades más grandes, a estudiar una carrera.
Ellos forman parte de esas generaciones en Tlahuelilpan, Hidalgo, (situado a 130 kilómetros al norte de la ciudad de México) y sus alrededores que ya pueden elegir entre quedarse en casa o irse a una ciudad a terminar una carrera; esa es una opción que mi generación no tuvo.
Todo listo pero……..el 21 de marzo comenzó nuestra reclusión, por un virus que llegó de China al que ella quisiera regresar en el tiempo para detener al que se comió la sopa de murciélago y es que, mi princesa fuerte y valiente, mi niña hermosa sintió que todo se acabó.
Somos cinco en casa y por la mañana nos encontramos todos los días al salir de las habitaciones, nos sentamos a desayunar, después a comer y también nos vemos para cenar y la mesa puede ser un campo de esgrima o un jardín de flores y risas, depende, pero un punto de encuentro diario.
Al principio, en sus plenos 17, se cansaba de verme y peleaba porque su independencia no le permitía pensar en lavar toda su ropa, en ordenar su cuarto de cabo a rabo, en atender a Popi y a Onix, desde sus restos perrunos hasta llevarlos a bañar y darles de comer, eran verdaderas guerras verbales de estrategia para huir y encerrarse en su desamparo e insomnio.
Conquistar el corazón de una jovencita en esos momentos, cuando ya estaba casi con la maleta, sus sueños empacados, lista para comenzar a volar y ahora inundada de la desilusión, por ver derrumbado todo, es tarea complicada: posponer, para ella, fue pérdida; ayudarla a encontrar ruta, era el reto.
Desde que ella llegó del hospital a días de nacida vivimos aquí, siempre cerca una de la otra, ¡somos tan diferentes! Ella es ella, irrepetible, única, de una agudeza verbal que me hace fruncir el ceño o me arranca carcajadas, depende.
En cada tiempo de su vida, desde que comenzó a hablar tuvo y tiene una postura. Desde chiquitita, morenita hermosa, de cabellos oscuros y penetrantes ojos café que miran la vida con gran agudeza, no siempre coincidimos.
Tan sólo hace un año y 6 meses una explosión de gasolina mató a decenas de personas por la fuga provocada en un ducto de gasolina de la petrolera mexicana, que las personas tomaban sin permiso, eso nos impactó, nos enlutó, sin haber perdido a nadie: ella enojada porque no decidieron dejar algo que era ilegal, yo triste abrazando a los que sufrían pero juntas, unidas en el sufrimiento y en el desacuerdo. Hemos crecido en cada suceso, somos una familia, un equipo pero esto, sin duda, no estaba en el mapa de navegación de nuestra vida.
Gracias a las historias de Cynthia Rodríguez que leía con mucha atención, desde que comenzó a contagiarse Milán y toda Italia, en casa estábamos listos para recibir la pandemia, mis amigos periodistas de la ENEP-Acatlán me comparten información valiosa y a mi hermana Adriana, sus amigos en Sudamérica, le contaban sus vivencias de tal forma que, unas 8 semanas antes de que Tlahuelipan comenzara a recogerse, nosotras habíamos trabajado ya mucho.
Los más protegidos en casa: Morenita y sus abuelos. Vivir en una ciudad pequeña rodeada de alfalfas, maíz, nopales, magueyes, en una colonia que tiene a dos cuadras los campos verdes nos da ciertas ventajas ante el riesgo de contagio y lo entendimos, aunque salíamos a lo indispensable.
A ella le costó volver a la calle, no por ella, comenzó a pensar más en los demás: sus abuelos, que para ella han sido una extensión de su madre. Después de este encierro involuntario, del temor inicial, de ver las noticias, de pasar largas horas juntos compartiendo todo, aprendimos algo muy valioso: a ser familia, aprendimos a convivir con la personalidad de cada uno, a respetarnos en el cansancio, el dolor, el hastío, las carreras, los horarios, las lágrimas, en las precavidas salidas con Papá, Mamá y con ella, uno a la vez y en las preocupaciones nocturnas, en las penas por las pérdidas por Covid o por cualquier otra enfermedad alrededor y en las risas, cada día más frecuentes y sonoras; nos “deschongamos” muchas veces, como dice mi hermana, cuando habla de las aclaraciones y eso de abrir el corazón para dejar que otros se enteren cómo nos sentimos y también de cómo amamos y cómo nos gusta que nos toquen el corazón. Y aún lo hacemos.
Sí, nos “deschongamos” pero mi muchachita cada día se mira a los espejos de si misma, de su familia, de cuanto se parece a, sin dejar de ser ella, irrepetible y muy amada. Estos días nos separamos, yo me aislé unos días, debo terminar un proyecto que ya cumplió más de dos años en mis manos y, por amor a ella, por amor a mi, por cumplir mi palabra he decidido concluir.
Ella me deja ir, son unos días, pero siento que nos hemos encontrado y se que nos extrañaremos: Ya no veremos la tele en la noche, ni platicaremos hasta que yo me desplome de sueño, no habrá quien le haga masajito con la bolita de madera en la espalda, ni quien la abrace ante la menor provocación hasta que le ponga sus mejillitas rasposas de tanto besarla (bueno, esa ha sido una práctica desde que era una nenita).
Ella, mi hijita sabe que no importa a donde vaya, ni lo que haga, el lazo que este tiempo afirmamos, y que construyó Dios entre nosotras, ¡se hizo tan fuerte!
Esto no se ha terminado, sabemos que habrá más días en casa, habrá más encierro y una salida paulatina a la vida en la calle, ella podrá regresar a la escuela y sus sueños están ahí, tienen futuro; pero, hay algo muy hermoso que pasó en este tiempo, ella valora a sus amigos, su escuela, una experiencia muy linda; pero, siento en mi corazón que hay un objetivo muy importante que se está cumpliendo, que ella sepa, en los tiempos por venir, que realmente nos acompañamos, que “conectamos” en el corazón, en el alma, en la fe que nos une, ella hoy sabe que se tiene a ella misma, que tiene una familia que la ama y que la acompañará a dónde quiera que vaya y un Dios que la cuida, que la escucha y que se ríe y disfruta la vida a su lado, un Papá que la ama y la ha amado siempre y que estará para ella todo el tiempo.
*Foto: Héctor Hérnandez
Hermos como has reflejado las vivencias de estos tiempos tan extraños que vivimos todos. Saludos desde el viejo mundo.