Ariadna, mi vida, han pasado cuatro años desde que te fuiste, creo que es el momento de contarte como ha sido, de ver escrito lo que hemos hecho y sentido.
Tuve la suerte, ¡qué paradoja, de comprender, después de leer tu carta, que el sufrimiento que produce la depresión fue lo que te empujó al suicidio. Vimos todo el amor que nos tenías, el cuidado con que hiciste todo. De alguna manera, evitaste que la desesperación se hiciera con nosotros, por eso en ese mismo momento tomé la decisión de quedarme, no podía hacerles lo mismo a la abuela y a mamá.
El shock, que parece que es algo que dura poco, tengo la impresión de que me llevó más de dos años superarlo, en ese tiempo, tu madre, ya sabes cómo es, provocó que fuéramos a Terapia de Duelo, al psiquiatra, volvimos a tener suerte, nos atendieron profesionales de verdad, nos dedicaron tiempo, empezamos a medicarnos, aún seguimos, contactamos con Red Aipis y con FAeDS, el grupo de supervivientes, asistimos a la primera reunión, éramos los que hacía menos tiempo que perdíamos una hija, fue una experiencia muy gratificante, dura, difícil, pero llena de compañía. A partir de ese momento, decidimos colaborar con ellos a tope, por ti, para intentar que se supiera qué ver, cómo actuar, todo lo que no sabíamos y que seguro que contribuyó a tu marcha.
Durante más de dos años, fuimos como vegetales delante del televisor, saliendo y comiendo gracias a los amigos, que nos llevaban comida, nos sacaban de casa y sobre todo nos escuchaban, compartían nuestras lágrimas, nuestro dolor. Comenzamos a asaltar a todos los famosos que veíamos, reclamando atención sobre el problema del suicidio, el primero, Máxim Huerta, que escribió un artículo y reafirmó con ello nuestra voluntad de luchar por la prevención del suicidio, después muchos más, unos con interés y participando, otras buenas palabras nada más.
Poco a poco, fuimos recuperando cosas, perdiendo el miedo a la risa, a salir a tomar algo, a empezar a hacer una vida algo más normal, a cambiar la desesperación por la tristeza. Ha sido un camino muy duro, afortunadamente, acompañados de gente maravillosa, amigos de verdad que estaban y están, nuevas incorporaciones a nuestra vida, algunas llegaron por el grupo de supervivientes, otras aparecieron como un regalo tuyo, haciéndonos sentir mejor.
¿Cómo estamos hoy? Puedo hablar por mí, hay muchas más cosas que puedo hacer, te siento muy cerca, pero he perdido la ilusión, por casi todo, solo puedo centrarme y moverme en todo lo que tiene que ver con la prevención, como si el resto de cosas ya no tuvieran importancia.
He aceptado tu muerte, pero el mundo se me ha quedado muy vacío, trabajo con ello porque tengo la sensación de que si yo no me recupero del todo, te haré sentir culpable, seguramente aún es poco tiempo el que ha pasado, es muy difícil hacerse a la idea de que no podemos seguir manteniendo esas largas conversaciones sobre todo, comentar películas, reírnos de tonterías con ese humor tan parecido que teníamos. Es muy difícil no tenerte, tú que nunca estuviste enferma, que nos enseñaste tantas cosas, que nos diste tanto amor.
Comprendemos que te sentías sola fuera de casa, que todo vino de aquella profesora que te quitó la autoestima, provocando que no vieras como te querían tus amigos, tus compañeros, profesores y todo esto se convirtió en depresión. Ahora sabemos que durante mucho tiempo ocultaste tu dolor para no hacernos daño, hasta que el sufrimiento fue tan enorme que no podías con él.
Por todo esto trabajamos, sabiendo que te gustaría, intentando que esta sociedad se dé cuenta de lo grave que es que mueran más de diez personas al día, sufriendo, cuando podrían solucionarse muchos de los casos. A nosotros nos importan todos los que se sienten así, te vemos a ti en cada uno de ellos, por eso no podemos abandonar la tarea, porque lo único que podemos hacer por ti es contribuir a salvar vidas.
*Carta publicada en El País: “Palabras de un padre a la hija que se suicidó”.
Que pena que sepas reconocer ese sentimiento de protección de vuestra hija para con vosotros, para no preocuparos por su depresión y que cierto es. Que pena esa brecha por un lado, de un hij@, un novi@, marido/mujer etc, tragandose la desolación de un erial emocional para no hacer daño, hasta que acaba falleciendo de sed vital, por otro, esos seres queridos ignorantes de las circunstancias que después de la pérdida se sienten impotentes por no haberlo visto a tiempo de intentar poner remedio y haber dado hasta su propia vida por haber salvado la del ser querido. Un asunto tan antiguo como el propio ser humano. Ahora hemos llegado a conseguir grandes cosas y queremos llegar a no sé dónde en el espacio exterior y aún no hemos resuelto algo tan imprescindible como preservar la salud mental de nuestros seres queridos.