Niñas 4.0

Estampas del regreso a clases

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Escrito por Redacción

Niñas 4.0, Criando Mujeres para el Futuro

Cuando era niña, sabía que las vacaciones habían terminado (o estaban por terminar) cuando veíamos a mamá y papá apurados por saber con que zapatos íbamos a regresar, si todavía los que hace poco nos habían comprado, nos quedaban o si volverían a hacer cuentas para ir a comprar unos nuevos.

Esa parte de mi infancia la odiaba porque durante toda la primaria, los únicos zapatos que a mí me compraban para ir a la escuela eran unos grises y toscos que se llamaban Vagabundo y vendían en una tienda que antes existía llamada Canadá.

Cada año rogaba a mi mamá que me comprara zapatos de niña y la explicación era la misma: esos zapatos sí me protegían los pies. Punto.

A mí me daba pena regresar al Colegio Alemán con mis zapatos anchos y grandotes, pero ya para una noche antes del primer día de clases, mi resignación se apabullaba con la emoción de todo lo demás que estrenaría: cuadernos, libros, colores, lonchera, mochila…

El gran golpe fue, cuando al final del sexto año mi familia atravesó por un problemón económico tan fuerte que mis padres decidieron que entre los ahorros que se tenían que hacer, era justo la colegiatura del Alemán.

Enfrente de la casa había kinder, primaria y secundaria pública, así que inscribirnos ahí fue lo más lógico y económico. 

El año de 1985 marcó entonces un antes y después en mi vida estudiantil, pues de pasar a convivir toda la primaria en grupos que no pasaban de los ocho integrantes, entré a un grupo de casi 30 estudiantes, los cuales eran completamente desconocidos. 

De esa época no recuerdo a ninguno, porque como  mi inscripción fue tardía, la secundaria la comencé en el turno vespertino, pero con el terremoto del 85, los cambios de escuela en vías de “mientras las autoridades decidían si ésta era segura”, regresé después al turno de la mañana.

Las preocupaciones en casa eran sin duda económicas y por eso también ese año mi madre tuvo que empezar a trabajar, así que en lugar de preguntarme si me sentía bien o no en esa escuela, me comenzó a llenar de responsabilidades que tuve que enfrentar día a día, como aprender a hacer de comer y mantener limpia la casa. Claro, yo era la mujer y además la más grande de mis dos hermanos varones.

Asumí con 12 años mi rol, pero en la preparatoria, o mejor dicho cuando ya estaba en el CCH, mi único acto de rebeldía fue decirle a mi mamá que los viernes no esperara que llegara a cocinar después de la escuela. Los viernes eran de fiesta y no le aseguraba que fuera a regresar temprano. (Cynthia Rodríguez)

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Mi paso por la primaria no fue precisamente el más feliz… La seguridad que sentí por entrar a esa nueva etapa sabiendo leer, lo que me valió la solicitud de la maestra para apoyarle con algun@s compañer@s, se vio empañada por los primeros abusos, vistos o vividos, por parte no solo de alguno de los niños de mi salón, sino incluso por el profesor de mi hermana que, como ironía, se llamaba Ángel, un tipo libidinoso, agresivo, respaldado por papás y mamás para, incluso, agredir físicamente a sus alumn@s. 

Después vino otro cambio duro, el de casa, que nos llevó a vivir lejos de la escuela cuando ya cursaba el sexto grado, y la opción era irme a Veracruz a vivir con alguna de mis muy amadas tías, a terminar ese último grado de primaria, o aprender a trasladarme en Metro a la escuela, y quedarme con mamá, mi corazón y mi cable a tierra. Se optó por lo segundo. Cuando con 11 años se podía llegar, con algunos empujones, pero san@ y salv@ al destino, aunque claro, no faltó el tipo que alguna vez me siguió diciéndome obscenidades… ni siquiera fui capaz de confiarlo… no tuve a quién. 

Hacía mucho tiempo que no pensaba en eso… Hoy que lo recuerdo, me abrazo mucho.

Lo que vino después fue bastante más amable. La secundaria, ya en una escuela cercana a casa, fue mucho más segura. Aprendí a bailar, tuve buenos amig@s, a quienes, por cierto, he reencontrado… sin duda, buenas personas. Y después el CCH y la hoy FES Acatlán, que me marcaron y cambiaron felizmente la vida.

Hace unos días, Cynthia, Tatiana y yo, charlábamos en nuestro podcast sobre los cambios, yo a propósito de lo que hoy vive mi hija al entrar a un nuevo grado y su resistencia a llegar a una nueva escuela, con otras maestras, nuevos compañer@s. Lo que me ha llevado a reconocer que las experiencias no precisamente dan herramientas para acompañar de la mejor forma. 

Dar por hecho que los escenarios se desarrollarán de cierto modo porque nuestros hijos tienen más “cosas resueltas” que nosotros en la misma etapa, es un error. Son caracteres distintos, son temperamentos diferentes, son otras vidas… minimizar o ignorar lo que sienten, piensan, por más pequeñ@s que sean, les marca también en menor o mayor medida el futuro.

No se trata de evitarles sufrimientos, ojalá se pudiera, pero lo que sí podemos es escucharles con atención; tomarnos el tiempo de explicarles los por qué; cuando mi hija me dijo: “No me dejes aquí”, me miré en esa vulnerabilidad en la que yo estuve alguna vez, solo que yo ni siquiera lo pude expresar. Lección aprendida… Lo que sigue tiene que ser mejor.   (Olimpia Velasco)

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El cambio es la única constante. La realidad es que uno pasa la vida trantando de evitar la mayoría de los cambios y provocar unos cuantos que ve como positivos. Los niños también… quieren cambiar de maestra cuando no les va bien, pasar a un nuevo año escolar, tener nuevos amigos. En el otro lado se afianzan a lo que les parece amigable, cómodo, pero, sobre todo… les da seguridad.

Cuando niña pasé toda mi escuela primaria en un solo colegio, toda la secundaria en otro, la prepa en el CCH Azcapotzalco y finalmente la licenciatura en la entonces ENEP Acatlán. Pareciera que no hubo mayor cambio en el ámbito escolar, más bien una estabilidad, lo que nos hace pensar que así es en la mayoría de las ocasiones. A veces esa constante nos hace olvidar que hay cambios menos notorios y que tal vez estemos pasando por alto sin ayudarlos a transitar. ¿Cómo hacemos para enfrentar esos cambios en un ambiente más equitativo sin el “aguántate” o “acostúmbrate? Hoy creo que vale la pena pensar, ¿cómo nos ayudamos a estar en esos cambios? Que termina en un ¿cómo nos cuidamos para estar mejor cada día? (Tatiana Adalid)

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