Una gran mayoría de mujeres que atraviesan por la experiencia de la muerte perinatal vive su dolor en medio de la apatía, insensibilidad y nulo abordaje correcto en un sistema de salud carente de protocolos hospitalarios específicos para estos casos.
Una red hospitalaria avasallada en estos momentos de emergencia sanitaria por COVID-19 donde las mujeres embarazadas viven con limitantes y resguardadas; en zozobra y con miedo a ser contagiadas y, al mismo tiempo, contagiar a sus bebés.
Un reciente Informe de Unicef resalta que la emergencia COVID-19 podría empeorar aún más la tasa mundial de mortalidad fetal.
“La reducción a la mitad de los servicios de salud causada por la pandemia provocaría cerca de 200 mil nuevas muertes fetales en 12 meses en 117 países de ingresos medios y bajos. Se trataría de un aumento medio del 11%, que en 13 países alcanzaría o superaría el 20%”, se enfatiza en el reporte.
El caso de Sandy Molina, quien radica en Mérida, Yucatán, ejemplifica la vivencia de miles de mujeres que se enfrentan a un embarazo en confinamiento; y su parto, en hospitales limitados o sujetos a medidas sanitarias estrictas. Su historia atraviesa por la tristeza no sólo por el contexto de emergencia, sino porque su hija Stibaliz Alelí murió días después de nacida.
“Mi embarazo parecía normal pero empezó una tos y pensé que no era nada grave… fui al médico y simplemente me dieron un medicamento pero ésta continuó. Tenía miedo de salir y mejor me esperaba a mis citas. Cuando llegó ese día no me pasaron a mi ultrasonido por la situación de COVID y creo eso afectó para no detectar el problema que traía mi bebé”.
“En el primer trimestre de mi embarazo llegó la cuarentana, veía las noticias y me ponía a llorar, me afectó mucho por lo que dejé de ver la televisión, me aislé, incluso de mis padres, pensé que podría manejarlo todo yo sola”.
La hija de Sandy nació en la semana 25 de gestación en un hospital privado, cuando se dirigió al área de cuneros había un letrero: “EVITAR TOCAR”, una experiencia impactante, señala, por no poder abrigar a su bebé pero en el fondo tenía miedo de contagiarla y afectar más su situación.
“Después de trasladar a mi hija a otro hospital, ante la falta de servicios especializados para bebés prematuros y por su condición, mi hija falleció el 5 de junio. Durante ese tiempo las visitas eran restringidas, incluso hubo días que no pudimos acceder y por la situación de contingencia la noticia de la muerte de mi hija nos la notificaron vía telefónica.
“Definitivamente la pandemia me afectó mucho, posteriormente a la pérdida de mi hija la tos continuaba, era crónica, una manifestación de todo el estrés durante mi embarazo”.
Una historia similar la vivió Jennifer Herencia, quien radica en Perú: “Mi deseo era tener un parto natural, por ello llevaba los suficientes cuidados esperando el gran día. Asistí a mis controles y al llegar la fecha de posible parto me programaron mi próximo control, pero éste quedó sin efecto ya que el Estado peruano entró en emergencia el 15 de marzo por la pandemia y suspendieron las atenciones por consultorio en los Centros de Salud y sólo se enfocarían a la atención por emergencia.
“En mi estado, de no tener contracciones no iba ser considerada emergencia y tenía miedo a exponerme por las largas filas ante posibles contagios; esperé en casa a cumplir mis 40 semanas y presionar para ser considerada emergencia para mi atención, la cual fue aceptada para monitoreo, pero el miedo seguía.
“Durante la evaluación los médicos no querían ni tocar y no dejaban estar con un acompañante. Dijeron que todo iba bien y que mientras no tuviera contracciones no veían oportuno ingresarme, y me dijeron que regresara en tres días. Ese día volví a casa en toque de queda con ayuda de un patrullero por la inmovilización vehicular.
“Al día siguiente presentí que algo no andaba bien porque no sentía los movimientos de Salvador y regresé al hospital, no dejaron entrar a mi esposo y en ecografía la doctora dijo las palabras más crudas de toda mi vida: ´NO HAY LATIDO´.
“Me dejaron sola, pedía que llegara mi esposo. Salí y caminé por los pasillos, nadie se me acercaba, nadie me tocaba, incluso al estar al lado de mi esposo todos mantenían la distancia hablando de lejos los procedimientos a seguir.
“Salvador llegó el 24 de marzo del 2020 en el Hospital Angamos Suarez de Lima. Decidí dar a luz por cesárea, por mi estado de shock, y sin mayor consideración me ingresaron a un pabellón junto a otras mamás, fueron duros los días de hospitalización por más que mi esposo insistió en que me aislaran…”.
Las historias de Sandy y Jennifer se replican en todo el planeta. Los servicios de salud están en una situación de crisis al enfrentar los estragos de la pandemia; como lo alerta Unicef, las muertes gestacionales podrían aumentar ante la carencia de atención oportuna para las mujeres que atraviesan por un embarazo y no tienen los recursos para acudir a un servicio privado.
Es apremiante voltear a ver el problema y cubrir los servicios de maternidad para evitar estas muertes, las repercusiones podrían ahondarse en la salud no sólo física sino mental, en un tema de por sí descuidado por muchos países ante la falta de protocolos hospitalarios para la muerte gestacional y perinatal, un asunto aún pendiente en México y países de Latinoamérica.*Acompañante de mujeres en duelo perinatal, co creadora de MISS Eca-Red de Apoyo ante la Muerte Gestacional y de la Niñez Temprana
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