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Solo en junio, llamadas por violencia vs mujeres: 22,446

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Violencia de género se agudiza en pandemia

Desde que comenzó el confinamiento social, me hice varias preguntas sobre cómo se moverían las estadísticas de todos los tipos de violencia que pueden suceder dentro de una casa: violencia sexual, violencia doméstica, violencia de pareja, violencia parental.

Los datos comenzaron a alarmar a organizaciones civiles y funcionarios públicos con los primeros reportes de marzo, porque las llamadas de auxilio al 911 no se hicieron esperar. En la CDMX, los refugios para mujeres se saturaron e incluso se habilitó una línea de ayuda para los hombres a punto de ejercer violencia.

La actualización al primer semestre de 2020 del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Información sobre violencia contra las mujeres. Incidencia delictiva y llamadas de  emergencia 9-1-1) muestra que durante los primeros seis meses del año se registraron 8 millones de llamadas de auxilio, de las cuales 7.4% fueron denunciando violencia de género. Eso equivale a 3,296 llamadas diarias reportando algún tipo de agresión: familiar, de pareja, contra la mujer, hostigamiento sexual o violación. 

Tan sólo en junio de 2020, se registraron 22,446 llamadas por violencia contra la mujer, estamos hablando de  750 llamadas diarias,  y 21,004 por violencia de pareja y eso son 700 llamadas diarias —según se consigna en un análisis realizado y publicado por  México Evalúa—. Hay que aclarar que cuando se habla de violencia de pareja, la estadística no aclara si llamó un hombre o una mujer.

Hablar de violencia doméstica también implica hablar de violencia parental. Así que es inevitable preguntarse quién ayudara a los niños más pequeños. Esa cifra negra sobre la violencia parental ejercida, durante la pandemia, quizá jamás la conozcamos. Antes del COVID, los datos de la Unicef ya eran escalofriantes: 6 de cada 10 niños mexicanos son educados a golpes, lo que llaman  métodos de disciplina violenta en el hogar. La Unicef habla de que 63% de los niños mexicanos —entre 1 y 14años— han sufrido algún tipo de violencia en el hogar.

¿Qué tipo de violencia? Primero violencia de sus propios padres y familiares o cuidadores que van desde descuidos o actos negligente, intimidación, pleitos, agresiones físicas y psicológicas, violencia sexual e, incluso, desapariciones o muertes.

Este tipo de violencia contra los niños es la que sucede, sin contar lo que ocurre en las escuelas —el acoso o el bullying— que por ahora no tenemos por el confinamiento en casa, pero que la Unicef también ha reportado como preocupante, pues 1 de cada 2 niños (la mitad de los niños mexicanos) ha sufrido de golpes, patadas o puñetazos en su escuela.

Ahora con las clases en línea, estamos viendo otro tipo de acoso que deberá ser motivo de otra plática, pero precisamente el confinamiento también nos ha hecho reflexionar sobre la importancia de la escuela en la vida de los niños, pues la escuela era el espacio donde los maestros podían identificar si un niño era violentado en su casa.

Comparto lo que me platicó la maestra rural Saraid Borjan Ramírez, en un reportaje sobre Educación que publiqué en Newsweek Español, a propósito de educar en el distanciamiento en tiempos del COVID. Ella me decía que, antes de la pandemia, la cercanía por la cercanía que implica estar con sus alumnos de primaria pudo detectar que una niña había llegado golpeada —quizá con lo que fue un cinturonazo en la espalda y la castigaron de esa manera, porque no se quería bañar… yo diría, la violentaron de esa manera, porque no se quería bañar— o bien otros de sus alumnos que le contaron que perdieron un año escolar, porque no los inscribieron en castigo a que, jugando con cerillos, habían quemado una milpa. El papá los tundió a golpes.

Con las clases a distancia, en esta comunidad rural, donde aún hay hablantes de lengua otomí, estos niños que quemaron la milpa no cuentan ni con televisión ni teléfono celular (obvio tampoco tienen internet). No hay manera en que la maestra sepa cómo lo están pasando. Lo más que supo, en esta última etapa, es que sus padres decidieron que ya no inscribirlos.

Creo que el no darle a los niños la posibilidad de un desarrollo integral y de educación también  es violencia. Entendiendo como violencia el ejercer poder sobre otro. Esa es la violencia parental.

¿Cómo sufriremos la consecuencia de que esos niños estén normalizando la violencia? ¿Cómo ayudarlos? ¿Cómo amortiguar ese impacto? Como periodista, mi única herramienta es consignar en mis publicaciones estas historias, estas reflexiones.

Tener como línea editorial la violencia con perspectiva de género nos permite abordar un sinnúmero de temas que, antes, quizá nos parecía que debían consignarse en las “secciones rosas” de los diarios. También llamadas “soft news”, en referencia a la definición en inglés del periodismo con información ligera.

Actualmente, pero en especial por la pandemia, si siguen la información que publica en sus redes sociales la UNICEF, la UNESCO, la ONU, se hace referencia a la importancia de la lactancia materna, a la crianza con apego, al derecho a la educación, a la desmitificación del amor romántico en la pareja, al embarazo adolescente, etc. Es decir, temas que se han convertido en parte de la agenda de salud pública de los países.

Platicando con colectivos feministas que han dado seguimiento a aborto seguro, durante el confinamiento social, les preguntaba cómo han percibido el aumento de la violencia sexual. Me explicaban que sigue siendo el mismo que han atestiguado, en los últimos años, aún antes del COVID-19, pero lo que la pandemia permitió es que fuera más visible para que se subiera a la agenda pública.

Al hablar de violencia de género es imposible desligarse del tema Educación. Más aún cuando la pandemia evidenció la sobrecarga de trabajo para las mujeres, ahora que los niños no pueden ir a la escuela. Se asume que es la mujer quien deberá hacerse responsable de las clases a distancia teniendo a los hijos confinados en la casa.

Las autoridades educativas ni siquiera le hablan a los padres varones. Pareciera que la educación en casa no es corresponsabilidad de la pareja. Pareciera que las mujeres tienen la programación genética para enseñar a leer y a escribir.

De hecho, como mamá —no muy experimentada, porque a penas voy en los siete años de edad de mis gemelos—, pero como mamá, me da la impresión de que a las maestras les resulta más natural, más familiar, que la madre sea la que esté en chat de whatsapp del grupo y no el papá.

Está más normalizado ver a la abuela o al abuelo ayudando a los niños con las tareas escolares. Aún es raro ver a los papás. Quizá después de esta emergencia sanitaria comenzaremos a verlos más. Ahí, la insistencia a trabajar nuestros machismos, a hablar de nuevas masculinidades y de nuevas paternidades.

Me he preguntado ¿cómo la pandemia nos ayudará a modificar el relacionamiento entre géneros? Es una pregunta que me he hecho cada vez más.

Cuando inició el confinamiento social, por ahí de abril, comencé a escribir un texto que publiqué en junio, en el Sol de México. Lo llamamos “Hasta que la violencia nos separe”. A propósito de cómo medir la violencia que se ejerce sobre las mujeres, me preguntaba: ¿Quién ayuda a los agresores? ¿Quién ayuda a los hombres que ejercen violencia?

Justo vino el Día del Padre, en plena pandemia, el 21 de junio, y comencé a hacer una serie de textos inspirados en la línea de ayuda que habilitó la asociación civil GENDES para los hombres a punto de ejercer violencia. Estos textos que he publicado en un portal especializado en salud, llevan el común denominador de entender cómo se construyen los hombres violentos y cómo se pueden “reconvertir” o “rehabilitar” o aprender a desmontar sus actitudes violentas.

Así, he estado explorando, editorialmente, sobre los machismos que nos ha restregado en la cara la pandemia. Desde aquellos que “son muy machos y no se ponen el cubrebocas” hasta los que simplemente  se niegan a contribuir con las labores domésticas.

A la línea de ayuda de GENDES, 7 de cada 10 hombres que hablan ya han ejercido violencia o están a punto de hacerlo y no saben cómo contener esas emociones frente a su pareja o a sus hijos. Hay hombres que perdieron el trabajo o les redujeron el sueldo, hay otros a quienes no les alcanza para pagar la renta ni la despensa de la semana. Eso sumado a que los hombres no estaban acostumbrados al espacio doméstico y fueron socializados para que su única emoción permitida fuera el enojo.

Se habla de que el desempleo ha golpeado doblemente a las mujeres, porque muchas mujeres han tenido que renunciar a sus trabajos, ante la imposibilidad de encontrar quién le ayude con los hijos.

También hay que preguntarnos: ¿Cómo la crisis económica ha afectado a los hombres? ¿Se incrementarán las tasas de suicidio en hombres por la crisis económica derivada de la crisis sanitaria? ¿Cómo los hombres también sufren violencias y desigualdades que han sido invisibilizadas?

Esos son nuevos posibles textos que espero escribir pronto.

Cierro con un dato de la Asociación Mexicana para la Salud Sexual que, en mayo, realizó una encuesta para identificar, entre otras cosas, cómo los participantes percibían un incremento de la violencia de pareja durante el confinamiento.

Resultó que 8% de los encuestados, tanto hombres como mujeres, percibieron que la violencia de pareja había aumentado. De hecho, encontraron que los hombres reportan mayor grado de violencia sufrida y las mujeres mayor grado de violencia ejercida.

Las mujeres reportaron piropos, frases sexuales, manoseos, ataques sexuales y represalias por negarse a un acto sexual. Pero también llama la atención que de los encuestados, los hombres también reportaron que fueron víctimas de violencia sexual, pues, 11% de los encuestados varones dijo haber sido presionado para tener una relación sexual a cambio de algo, frente a 7% de las mujeres .

Esto es parte de cómo debemos trabajar nuestros machismos. Un ejercicio rápido. Levante la mano quién piensa que un hombre no puede sentirse intimidado sexualmente. O  quién pensó: “¡Ay¡ ¡Qué chillones! No que los hombres solo piensan en sexo”. Hay que trabajar nuestros machismos. 

Una psicóloga experta en atención a víctimas de violencia me decía: “Ninguna persona está acostumbrada a la violencia. Lo que pasa es que no podemos identificar que eso que estamos viviendo es violencia”.

Las reflexiones de muchas mujeres y de muchos hombres, durante el confinamiento, apuntan hacia identificar eso que no nos hace sentir bien y la violencia no se siente bien. De ahí, pues, mi invitación a hablar de violencia con perspectiva de género, pero entendiendo que hablar de perspectiva de género no es hablar solo de las mujeres. La violencia con perspectiva de género es hablar de las relaciones que se dan entre los géneros.

Acerca del autor

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Delia Angélica Ortiz

Mi oficio es escribir. Estudié periodismo en la Ibero y me formé como reportera en la legendaria Buhardilla. Otros medios nacionales me han dado la oportunidad de curtirme. Le he entrado a todo tipo de temas. Hace poco, recordaba cuando me mandaron a cubrir los primeros degollamientos del narcotráfico en Acapulco, era el tiempo en que hacía radio con Carmen Aristegui en W Radio. Pero también he investigado asuntos de negocios y finanzas para la revista Expansión o temas de divulgación científica para QUO. Recuerdo con mucho cariño mis primeras coberturas para El Economista, cuando tenía que ir a escuchar a Andrés Manuel López Obrador, quien entonces era dirigente nacional del PRD y yo no tenía ni idea de que llegaría a ser presidente del país. Mi paso por El Reforma fue el más enriquecedor que hubiera podido tener. Conocí a colegas talentosísimos y como reportera pude vivir uno de los fenómenos más significativos para un país: una huelga estudiantil en la UNAM, la universidad más importante de México y quizá de América Latina. Viajar por mi cuenta ha sido una de mis pasiones. Uno de esos viajes me regaló el privilegio de regresar a México a trabajar en el Fondo de Cultura Económica, donde mi compañero de oficina era el poeta Alí Chumacero. Estos viajes personales inesperados me llevaron hasta las puertas de una prestigiada agencia de relaciones públicas, Guerra Castellanos y Asociados, donde pude formar parte del equipo de comunicación para México de Microsoft, además de tener la oportunidad de conocer de cerca muchas otras empresas. Soy una amante entregada y devota de algo que llamo la crianza con apego. Reservo tiempo para seguir bailando disciplinadamente las danzas más peculiares. Últimamente me ha dado por interesarme por la pintura y la escultura, así que soy visitante frecuente del Museo Nacional de Arte y de los cursos que ahí organizan. Me encanta escribir y por eso mantengo mi oficio de periodista freelance que me hace conocer los temas más insólitos.

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