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Cuando el príncipe azul fomenta masculinidad tóxica

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“Nunca beses a los sapos”

Fotografía: Piqsels

“Nunca beses a los sapos” es uno de esos libros para niños y adultos que deberíamos releer todas las noches para reeducarnos respecto a los estereotipos de género. Lo escribió el británico Robert Leeson, en 1988. Atinadamente, el Fondo de Cultura Económica lo editó por primera vez, en español, en 1994.

Leeson falleció, en 2017, a los 83 años. Escribió más de 70 libros, pero este pequeño cuento, que publicó cuando tenía 60 años, es particularmente poderoso, porque critica —desde su visión masculina— al clásico El Rey Rana o Enrique el Férreo, que los hermanos Grimm compilaron de la tradición oral del Siglo XIX.

En la historia de Leeson, hay una niña que se la pasa besando sapos para que suceda la metamorfosis que la sacará de la miseria en la que vive, junto con su madre. Cuando se da el milagro, resulta que el príncipe —al modo de la monarquía— no lava ni un plato. Es un rey sin corona y sin reino que encuentra su lugar de confort  en hacer que madre e hija estén a su servicio. Así que leer sobre el proceso de reeducación de este joven que termina por conseguir un trabajo y también ocuparse de las labores domésticas es un verdadero deleite.   

En una telecharla con María Lucero Jiménez Guzmán, la investigadora comenta cómo durante la pandemia se ha evidenciado la sobredemanda que tienen las mujeres —deben ser madres, esposas, llevar la casa, trabajar…—. De inmediato, pensé en la historia de la niña besa sapos. “Los hombres no le entran a lo doméstico e, incluso, lo verbalizamos como: ‘Es muy buen marido’. ‘La ayuda’. Cuando las labores de la casa son una corresponsabilidad”, comenta la experta.

Desde hace 20 años, Jiménez Guzmán se ha especializado en estudios de género, pero con una particularidad: escuchar la voz de los hombres. “Hablar de perspectiva de género no es hablar solo de mujeres. Es hablar de las relaciones que se dan entre los géneros”, explica.

Como parte del Programa de Equidad y Género del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM-UNAM), la investigadora enfatiza que los hombres también sufren violencias y desigualdades que han sido invisibilizadas.

“A los hombres, desde chiquitos, se les dice: ‘No puedes llorar’. ‘Eso es de viejas’. Siempre despreciando lo femenino. No pueden manifestar su sentimiento ni sentirse vulnerables. El no poder pedir ayuda hace que los hombres se mueran antes y mueran de muertes violentas en un porcentaje mayor al de las mujeres. Hace que las cárceles estén llenas. Hace que sean más eficaces en el suicidio”, dice Jiménez Guzmán. 

Los estudios de género deben ser “relacionales” y entender que, en un mundo donde el empoderamiento femenino destaca, los hombres se quedan sin un asidero, porque “todas sus certezas se cuestionan”.

“Los hombres viven en una masculinidad tóxica de demostración permanente. Incluso hay quienes hablan de la masculinidad como un factor de riesgo para su salud y para quienes los rodean. Los hombres presentan muchos malestares que no manifiestan. Por ejemplo, un hombre golpeado no acudirá al ministerio público a denunciarlo, porque si a la mujer se le re-victimiza, el hombre sería objeto de burla”, comenta.

La investigadora también analiza el otro lado de la moneda. “También hay una fuente de poder femenino, vía la maternidad. Las mujeres se empoderan con los hijos y ejercen mecanismos de chantaje y manipulación, como ocurre cuando las parejas se separan, las mujeres usan a los hijos para cobrar venganza y evitan que los hombres ejerzan una paternidad más afectiva y cercana”.

De manera repetida, se le dice al hombre que debe ser fuerte, tener la capacidad de proveer económicamente, ser admirando y representante de la familia en el ámbito público. Esas exigencias parecen no desecharse, aunque las mujeres trabajen fuera del hogar y ganen más dinero.

En la introducción de “Reflexiones sobre masculinidades y empleo”, junto con Olivia Tena Guerrero, Jiménez Guzmán escribió que en la actualidad “ser proveedor no depende exclusivamente de las capacidades y formación profesional, sino de los movimientos del mercado laboral”, por lo que insistir en la masculinidad ligada al éxito profesional solo empeora la percepción de los hombres sobre ellos mismos. El libro compila las reflexiones de un grupo de investigadores interesados en entender, desde la academia, cómo los varones viven y sobreviven a los mandatos de género.

Incluido en esa edición, el ensayo de la investigadora entrevistada para este artículo es una lectura obligada para entender el incremento en las denuncias de violencia doméstica al 911, durante la emergencia sanitaria de COVID-19. El enojo como única emoción permitida para los hombres, vivir confinados en un espacio que no sienten suyo y la pérdida de empleo son clave para identificar las causas de los problemas de género en el espacio doméstico y que la pandemia ha logrado poner en el debate público. 

¿Cómo reeducar en una nueva cultura de crianza sin estereotipos?

—  Somos reproductores de estereotipos y mandatos. No los rompemos. Los  cuestionamos.El proceso de educación y socialización es constante. Va desde la casa y pasa por la escuela, por el entorno. Vivimos en la reproducción contante del género. Hombres y mujeres somos construidos socialmente. Hay un mandato de lo bueno para lo masculino y para lo femenino. Durante milenios fue dicotómico. Son roles muy rígidos. Aparentemente, las mujeres y los hombres tienen una serie de características “naturales” que determinan el estereotipo. Eso es una falacia.

Acerca del autor

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Delia Angélica Ortiz

Mi oficio es escribir. Estudié periodismo en la Ibero y me formé como reportera en la legendaria Buhardilla. Otros medios nacionales me han dado la oportunidad de curtirme. Le he entrado a todo tipo de temas. Hace poco, recordaba cuando me mandaron a cubrir los primeros degollamientos del narcotráfico en Acapulco, era el tiempo en que hacía radio con Carmen Aristegui en W Radio. Pero también he investigado asuntos de negocios y finanzas para la revista Expansión o temas de divulgación científica para QUO. Recuerdo con mucho cariño mis primeras coberturas para El Economista, cuando tenía que ir a escuchar a Andrés Manuel López Obrador, quien entonces era dirigente nacional del PRD y yo no tenía ni idea de que llegaría a ser presidente del país. Mi paso por El Reforma fue el más enriquecedor que hubiera podido tener. Conocí a colegas talentosísimos y como reportera pude vivir uno de los fenómenos más significativos para un país: una huelga estudiantil en la UNAM, la universidad más importante de México y quizá de América Latina. Viajar por mi cuenta ha sido una de mis pasiones. Uno de esos viajes me regaló el privilegio de regresar a México a trabajar en el Fondo de Cultura Económica, donde mi compañero de oficina era el poeta Alí Chumacero. Estos viajes personales inesperados me llevaron hasta las puertas de una prestigiada agencia de relaciones públicas, Guerra Castellanos y Asociados, donde pude formar parte del equipo de comunicación para México de Microsoft, además de tener la oportunidad de conocer de cerca muchas otras empresas. Soy una amante entregada y devota de algo que llamo la crianza con apego. Reservo tiempo para seguir bailando disciplinadamente las danzas más peculiares. Últimamente me ha dado por interesarme por la pintura y la escultura, así que soy visitante frecuente del Museo Nacional de Arte y de los cursos que ahí organizan. Me encanta escribir y por eso mantengo mi oficio de periodista freelance que me hace conocer los temas más insólitos.

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