El insomnio pende de un hilo tan itinerante como el trino de las aves y las cornetas de los Rápidos de Montealto que se escuchan a lo lejos, (“¡ta,takata, takata,takata!”), en su épica carrera de todos los días por recolectar el poco pasaje que en teoría les es permitido.
El saber que tengo chance de llegar un poco más tarde de lo que sería mi hora habitual al trabajo (normalmente a las 8), toda vez que han suspendido por razones de seguridad e higiene los checadores digitales, hace que me dé más tiempo de permanecer en la cama burlando mes tras mes esas actividades a las que estaba acostumbrado cada mañana: levantarme cuando Cecilia -mi esposa- salía de bañarse (seguido de Victoria -mi hija-, a quién ella llevaría a la escuela que le queda de paso, camino a su trabajo) para así entrar yo, con Aldo -mi hijo-, quien por su discapacidad, requiere que lo bañe y vista, le preparaba un omelet o un pan árabe con jamón y queso y su lunch para la escuela para así, salir de volada a la Subestación mientras él se quedaba esperando su transporte, escuchando música hasta que su abuela le diera la señal de que habría que partir.
Ya casi dan las 7:00, en un ratito más me meteré a bañar, ahh!!, que rico me parece abrazar a Ceci en el intento de pararme. A veces me acaloró y me paro enseguida, pero a veces me encamorro y me vuelvo a quedar dormido, es cuando me vienen unas ganas terribles de no ir a trabajar, pero me obligan mis ganas de ir al baño también… Finalmente logro soltarla a ella y a la almohada, pero ella lo hace más difícil girándose y abrazándome al tiempo que me dice “ ya… se te va hacer tarde”.
Doy un salto de la cama. Me meto al baño y cuando salgo ya me está picando fruta y haciéndome unos huevos revueltos de los cuales he desistido, solo un poco, por ser en exceso verdurosos y los cambio por un té con jengibre y canelón, pues estas dos mujeres han entrado en una etapa muy saludable de dieta rigurosa en la cual me han arrastrado, porque quienes me conocen saben que como mucho.
Los primeros golpes de esta pandemia, gracias al encierro, han sido kilos de estrés y grasa, que en la “nueva normalidad”, me costará más trabajo domar.
Mientras me baño pienso como será para mis hijos y Ceci cuando esto acabe. Ellos se la pasan, dentro de todo, a toda madre, haciendo del tiempo su tiempo, peleándose de vez en cuando, platicando, dominando su espacio…pero finalmente conociéndose.
Me doy cuenta que esto ha traído consigo una serie de ventajas y fortalezas en la comunión, comunicación y confianza en este núcleo, aunque veo un hartazgo repentino en mis hijos y pienso que ser adolescentes y jóvenes en esta etapa histórica es un fenómeno de consecuencias inciertas, pero también una oportunidad para verlos crecer detenidamente tratando de fortalecerlos en áreas propias de su edad.
En el caso de Ana Victoria, que tiene 13 años y estaría comenzando su segundo grado de secundaria, tuvo la desgracia y ventaja que a un par de semanas de comenzado esta cuarentena de cien días, se le calló su celular al escusado,(ji,ji,ji,) lo que la llevó a acercarse a la literatura y comenzar rutinas de ejercicios constantes, por eso la pienso para comprarle otro fon, por lo menos antes de que entre a la escuela.
He visto que el uso de Tik Tok e Instagram, aunque la mantiene en comunicación con sus amigos, lo cual es importante, era un distractor de ‘flojera’ desde mi punto de vista. Así que el tener su teléfono descompuesto, le ha servido porque aunque tiene su compu, no se la pasa acostada procrastinando todo.
Sin ese “aparato idiotizador” (como de la televisión, diría mi madre, y ahora lo entiendo) Ana Victoria coopera en la limpieza de la casa, como: lavar el patio que la Kika y Meridá, nuestras perras, se encargan de ensuciar a lo largo del día. Tiende la ropa que su mamá mete a la lavadora y lava los trastes que usa, la general para todos los integrantes de la casa, claro que previo siempre está el “¡ash!”, “¡yo por quee!”, “al rato” pero finalmente lo hace.
Aldo y Los Remedios
Aldo, de 18, tiene una discapacidad con rasgos autistas. Para él, esta extrañeza de no ir a la escuela ni a la equinoterapia, actividad que le gustaba mucho, lo confunde y vive en un aburrimiento el cual mitiga con su estéreo, su mejor amigo al parecer en esta pandemia.
A fin de que escuche mucha música he optado por cambiarle el disco cada semana, él se encarga de encontrar en una de las canciones el fragmento que más le gusta y lo repite incesantemente, fragmentos que van desde dos minutos hasta diez segundos cuando se aburre. Después pasa a la función de radio hasta encontrar música de banda, le emociona escuchar cuando un locutor dice: “La zeta, salvajemente grupera”.
Aún no entiendo ese gusto tan radical , no es un gusto que haya adquirido en casa así que nos causa mucha gracia , pero lo que si me enorgullece es que sea fan número uno de “Los Remedios”, banda musical fusión que tenemos unos ocho amigos en la que toco desde hace ya algunos años, pero que desde que llegó la pandemia a México, nos hemos privado de vernos cada sábado, nuestro día de ensayo.
Creo que en la escuela de Aldo será muy difícil reemprender las actividades presenciales dadas las circunstancias. Ahí sería muy difícil el tema de la sana distancia, que les puede importar muy poco, y de la cero tolerancia que tienen para el uso de cubrebocas por tiempos prolongados.
Así que Aldo entrará a unas dinámicas nuevas de aprendizaje mediante terapia en casa y equinoterapia en cuanto sea posible. ¿Estresante? Un poco, aunque yo lo veo contento de que estemos todos más en casa. El se mete a su cuarto a escuchar su radio pero está atento de todo lo que sucede, por eso cuando escucha que voy a la calle, pega un brinco y se acerca a la puerta para poder salir a dar un rol, entonces me doy cuenta de ese aburrimiernto del que les hablo y no puedo negarme a llevarlo, y deberían de ver lo contento que se pone de salir. Va moviendo sus dedos al escuchar el estéreo del coche, como quien toca una pieza de (Sergei) Rachmaminoff en un piano invisible, y a donde llegamos, por lo regular para realizar una compra, permanece con su cubrebocas, el cual sabe que es requisito si quiere salir a la calle.
Luego está Daniel, mi hijo que al igual que Aldo tiene 18 años. Él no vive conmigo, pero lo veo cada semana, pues viene a visitarnos. Me preocupa que por ese ímpetu de salir a la calle y siempre andar ideando y organizando que hacer, salga de su casa exponiéndose a la contaminación de Covid, que pueda contagiar a otros integrantes de la familia, pero definitivamente no podría dejar de verlo.
Sin embargo, me sigo preguntando ¿qué afectaciones tendrán al convivir de nuevo cara a cara con otros? ¿Qué debilidades o habilidades habrán desarrollado mis hijos? Un misterio…
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