Papás en Cuarentena

‘¿En qué me estoy convirtiendo?’

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Escrito por Arturo Páramo

Y lo que aún sueño en medio de la pandemia

Estos meses han puesto a prueba el temple de cada persona.

Escribo mientras se anuncia que oficialmente en México se rebasaron los 50 mil fallecidos. La cifra real, de acuerdo con autoridades mexicanas, es superior y probablemente nunca se conozca.

A finales de 2019, las noticias llegaban de lejos, con reseñas de miles de infectados, cientos de muertos a diario, ensayo y error, aciertos y desaciertos de medidas que tomaban los gobiernos para evitar la propagación del bicho.

“La pandemia va a llegar, no hay duda de eso”, advertían a diario las autoridades de salud.

El virus llegó a nuestras tierras y puso a prueba todo: Capacidad de adaptación. Capacidad de trabajo. La fortaleza de las amistades. Sólo cada quien en su fuero interno sabe cómo asume y cómo saldrá de esta pandemia.

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Es diciembre de 2019 y las primeras noticias del virus comenzaban a esparcirse en México. Reportajes de megaciudades chinas tan populosas ahora mostraban sus calles desiertas y la gente cronicando desde sus casas el estado de emergencia que se vivía en ese entonces.

Durante el segundo semestre del año visitamos cada rincón del país acompañando al presidente. Se trataba de verificar que el sistema de salud, sobre todo el rural, estaba en estado de abandono. Al paso de los fines de semana, documentamos que, en efecto, había carencias en las regiones más apartadas del país, y que los médicos y demás personal del sector salud ya eran héroes desde hace años por sus esfuerzos para solventar las limitaciones de medicinas, materiales, la precariedad de la infraestructura que afrontaban y los bajos salarios que percibían (perciben).

“El sistema de salud está peor que el sistema educativo”, era el eje del discurso presidencial.

Ese estado de postración del sistema de salud se aparejó a la llegada del virus a México. Nada bueno resultaría de eso.

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La confirmación del primer caso del Covid19 en México y la primera muerte asociada con la nueva enfermedad confirmaron que nuestra vida cambiaría en un corto lapso.

La organización en casa no fue difícil de definir. Yo sería el encargado de ir a hacer las compras, mi esposa y mi hijo permanecerían en casa tanto como fuera necesario y posible.

Acudir a las ruedas de prensa matutinas del presidente fue algo pactado con mis editores. Las asistencias serían cada vez más espaciadas hasta que ante la aparición de casos de Covid 19 entre gente que acudía a la conferencia hizo que la asistencia presencial fuera cambiada por el seguimiento vía remota de la comparecencia diaria del presidente.

¿Fue sólo el riesgo de contagio en el inmenso salón Tesorería, donde el ingreso requería de pasar dos filtros de revisión, lo que orilló a esa decisión? Mi temor al contagio en el trayecto diario en taxi, metrobús y Metro, considerados como algunos de los sitios de mayor riesgo de contagio, fueron circunstancias que me orillaron a plantear la cobertura a distancia.

Aunado a ello, mi sobrepeso e hipertensión (controlada) me hicieron desistir por un tiempo de acudir a la “mañanera”.

Otros compañeros decidieron por su propia iniciativa o por acuerdo con sus medios seguir asistiendo. Siempre respetaré esa decisión.

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Vino entonces ese cambio de rutina de la que todos hablan. Al menos durante unas semanas se desarrolló como en todas las familias: levantarse, trabajar desde casa, es decir, atender la conferencia matutina, escribir notas, desayunar en pausas durante la escritura de notas, enviar notas, guiones de tv y radio, grabar audios, hacer enlaces en vivo a radio o tv, resolver dudas o peticiones de editores, preparar la comida entre una tarea y otra, ir al banco a hacer depósitos, comer, más llamadas de editores, reenvío de información a la redacción, ir al supermercado -con toda la rutina posterior de desinfección de la compra y la ducha-, más enlaces a radio, resolver las notas que surgían en la tarde, definir la agenda del día siguiente, reseñar los videos presidenciales del fin de semana, lavar ropa, cenar, lavar los trates acumulados del día, barrer y trapear. Y así durante las semanas de abril y mayo, cuando el número de contagios y de fallecimientos crecía y daba la sensación de que una bruma de virus, miedo y de incertidumbre cubría todo, evocando al pasaje bíblico del Ángel de La Muerte cayendo sobre Egipto.

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No hay situación eterna y el presidente, con todo el conocimiento en el manejo de mensajes que ha acumulado en 40 años de carrera política, decidió que no podía estar encerrado en un auto impuesto confinamiento.

Anunció su primera gira durante la pandemia que abarcaría la primera semana de junio, recorrería todo el sureste, con una tormenta tropical encima y por ello era imperativo seguirlo.

No voy a mentir. Subir a un avión, vivir largos traslados en un vehículo con otras personas, compartir habitación de hotel y estar en algunos momentos entre gente apiñada en mítines, te hunde en la zozobra.

La seguridad de portar el cubrebocas, de haber tomado todas las medidas que se pueden tomar en tu persona, de rociarte de desinfectantes, de untarte alcohol gel constantemente, de aislarte lo posible de los demás, y saber pese a todo ello, pudiera no ser suficiente para evitar un contagio, es inquietante.

Llegar a casa no es lo más emotivo tras ocho días en ese trajín. La familia no te recibe con abrazos y besos. Se encierran. Esperan que tengas el cuidado de quitarte toda tu ropa y te duches antes de acercarse a tí.

La rutina se repitió tres veces más (giras por el centro y occidente del país y a EEUU) en todas ellas, con viajes en aviones llenos, en camionetas con una docena de personas más, comiendo en restaurantes donde la desconfianza es constante, en los que bañas de alcohol la mesa, los vasos, los cubiertos, comes alejado tanto como es posible del otro, o elijes la mesa cerca de una ventana, o  debajo de un ventilador o buscando cualquier corriente de aire, que el aire circule, que se lleve al bicho.

En los hoteles miras con recelo el aparato del aire acondicionado y piensas seriamente si debes encenderlo.

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Las pruebas de Covid dan certidumbre… por unas horas.

Para viajar a Estados Unidos y reseñar la visita de López Obrador a Washington era requisito indispensable una prueba Covid con resultado negativo. La prueba la efectuaron un día antes de viajar y los resultados llegaron durante el vuelo a la capital estadounidense. La mañana del día del encuentro entre López Obrador y Trump, médicos del Servicio Secreto nos realizaron una prueba más.

Con la certeza de salud, realizamos la cobertura, siempre con la cara cubierta. Dos días después, de nuevo, aviones, taxis, y cafeterías donde toda certeza de no haber pescado el bicho se diluye.

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Todas las cuarentenas son distintas, y la que he vivido me deja claro que esa sensación de control del entorno que se tiene (se piensa, se siente) cuando se llega a la adultez, es echada por tierra.

Si bien, la salud en buena medida depende de uno mismo, en este periodo también está ligada a las acciones que tomen aquellos con quienes se convive.

Me ha exasperado la displicencia de aquellos con quienes me encuentro ocasionalmente hasta el punto de apartarme de gente en las filas del supermercado, en los bancos, en los aeropuertos. Si alguien se acerca demasiado en la línea, me aparto y lanzo mi mirada inquisidora.

Cuando algún desconocido se me acerca sin cubrebocas, lo evado. Hace días estaba abordando un Metrobús que llevaba todos los asientos llenos y con gente parada. Escuché un estornudo y alcancé a ver a un tipo que se reacomodaba el cubrebocas desajustado por su espasmo. Instintivamente di la vuelta, mientras sonaba la sirena que advertía del inminente cierre de puerta, de dos pasos rápidos estaba de nuevo en el andén y la puerta se cerraban detrás de mí. En ese momento entendí que la pandemia me ha convertido en otra persona. Y tal vez no en la persona que deseo ser.

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El único entorno donde me siento totalmente seguro es en casa. Mi burbuja. Ya desde hace años el frenesí de fiestas se atemperó y la mayor parte del tiempo lo paso en el depa de 50 metros cuadrados al que me gusta llamar hogar.

Mi esposa, Blanca Estela, se ocupa de hacer tareas vía remota. Nos alternamos todos los quehaceres de casa. Poco a poco me he apoderado de la cocina.

Pedro ha tenido dos etapas: la de cumplir con sus tareas en la etapa final del curso y aprobar con buenas calificaciones, y la de pasar horas jugando con su XBox.

Este periodo ha dejado algo bueno y es estar juntos, conocernos mejor, notar que Pedro ha crecido estos meses hasta casi llegar a mi estatura, su voz es cada vez menos de niño, su cabello más largo que nunca. Me encanta su melena.

Hace meses a las 19:00 corría a cambiar el canal de la televisión y esperaba a que la estrella emergente de la política diera el dato de fallecidos y contagiados del día y los acumulados. Al paso de los días perdió ese interés. Ahora se cuestiona cómo reiniciará clases, ya proyecta el futuro, planea a que preparatoria quiere ir, ocasionalmente ayuda a hacer la comida, juega con la Mina, devora mi comida y duerme mucho. Duerme tanto que me da envidia.

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En algunos momentos del día observo hacia la calle desde mi quinto piso. El paso de gente, de autos, del Metrobús, microbuses destartalados, los aviones que bajan al Aeropuerto, los árboles, las nubes, el atardecer y pienso que volveré a salir a la calle con la seguridad de toda la vida, ahora con cubrebocas y con alcohol en la mochila. De lo que sí estoy seguro es que volveré a salir a caminar mucho. A conocer mucho. Espero hacerlo acompañado de Blanca y de Pedro, con esa nueva melena suya que tanto me encanta.

Acerca del autor

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Arturo Páramo

Inicie en este oficio desde abajo, cuando los reporteros dictaban vía teléfono sus adelantos y notas, y los colaboradores enviaban sus textos por fax. Mi trabajo era transcribirlos.
Desde marzo de 1994 inicié formalmente en este oficio cubriendo para Reforma (12 años) y en Grupo Imagen/Excelsior (de 2005 a la fecha) todas las fuentes de información existentes en la Ciudad de México y Estado de México, excepto las de seguridad. Me desagrada ver correr la sangre.
El desarrollo urbano de la CDMX fue mi ramo de especialización hasta que sucedió el terremoto de septiembre de 2017. A partir de ahí no ha habido descanso: la reconstrucción, campañas electorales, campaña presidencial, y la cobertura de la presidencia de la República, con sus giras maratónicas, desmañanadas y la certeza de que estamos viviendo un cambio de época.

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