La pandemia de COVID-19 ha movido muchas cosas. A nivel global, estamos unidos en concordancia; las vibraciones se sitúan en todos los puntos del planeta al unísono. De alguna forma, todas y todos canalizamos la energía hacia una introspección de quiénes somos y hacia dónde vamos.
Hemos aprendido, al menos algunos, a hacernos más conscientes acerca de la importancia de la salud, de los cuidados, de la alimentación pero, sobre todo, a valorar la presencia de las personas a las que queremos.
Estos días de confinamiento, de trabajar en casa doblemente con tareas del hogar y la oficina, me llevaron a jornadas de mucha incertidumbre, de temor por la salud de mi familia y la mía; de angustia y ansiedad.
Sobre todo, este encierro me trajo mucha sensibilidad y nostalgia. Los recuerdos no se hicieron esperar… ¿cómo serían estos días de confinamiento si estuviera mi hijo Betito? Seguro tendría un aprendizaje de vida y de retos al tener una infancia en el encierro.
Betito murió hace ya casi ocho años. Los recuerdos que anido son pocos pero no menos intensos. Lo que debió ser no fue, se cortó de tajo una mañana de noviembre. Mi vientre quedó desalojado con un hueco profundo. La devastación total tocó a mi corazón en 2012.
Ahora este 2020 llega como maestro de vida que viene a cimbrarnos. Se mueven persistentes aquellos hilos que trascienden la vida pero también la muerte. Me asumo como una madre de brazos vacíos. Y este encierro vino a refrescarme la memoria.
Quienes estamos en duelo a veces vivimos un día a la vez. Estos días marcaron esa pauta. La nostalgia vino como buscando dónde apostarse. Me pregunto cómo vivirán estos días aquellas mujeres que en todo el mundo viven el desafortunado episodio de la muerte de un hijo o hija, donde no se puede despedir a un ser querido como se tiene que hacer.
Los rituales funerarios son vitales para el inicio de un duelo. ¿Cómo lo vivirán estas mujeres?, si de por sí es complicado despedirse de un bebé que apenas alcanzó a respirar.
La muerte perinatal es compleja, en medio de entierros o incineraciones fugaces donde la mayoría de las veces no está la presencia de la madre.
La muerte y la vida van de la mano, hoy más que nunca llega este precepto a mi cabeza. Estos días deben marcar nuevas enseñanzas, la vida debe de continuar. Como aquel 2012 donde después de llegar a casa guardé con el corazón roto las cobijitas y lo que teníamos dispuesto para Betito.
Las mamás en duelo tenemos que levantarnos después de estar en un pozo profundo, hay que escalarlo poco a poco para salir con la cabeza en alto. El amor por nuestros hijos es la palanca que nos sostiene para continuar con la vida. Se aprende a vivir con eso.
Muy pronto tocará guardar el temor, la soledad, la zozobra, los días de aprender a estar en casa. Es momento de vislumbrar nuevos caminos; en mi caso, a continuar dando un poco de esperanza a aquellas mujeres que, como yo, viven con el recuerdo y la melancolía de aquellos hijos que se fueron muy pronto.
Las pandemias mundiales traen importantes cambios a nivel planeta y ésta no puede ser la excepción. La evolución del ser humano, como todo, debe darse en medio de lecciones de vida.
Apelo a la voluntad de abrirnos camino hacia una nueva época donde este aprendizaje de vida nos lleve a ser mejores personas.
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