Yo confieso, ante ustedes, que les he gritado a mis hijos.
A pesar de la cuarentena, los niños siguen siendo niños y para el Síndrome de Down no hay vacuna.
Nadie tiene la culpa. Ni del COVID-19. Ni del Síndrome de Down.
Aún me sorprenden los amigos que tienen cierto pudor para preguntarme qué tiene mi hijo. Tiene un cromosoma de más. ¿Y eso qué significa? Significa que lo tengo que cuidar con el mismo compromiso, cariño y respeto con que cuido a su gemela.
Tienen 7 años. Son tan pequeños aún que no sé por qué la sociedad los quiere ver grandes desde que tienen 3 años, cuando “tienen” que ir a la escuela. Una pandemia nos ha hecho cuestionarnos: ¿Escuela para qué?
Yo respondo: Escuela para muchas cosas. Todo, menos aprender matemáticas y español de “escupe, Lupe”.
En el caso de mi hijo con Síndrome de Down, la escuela significa la posibilidad de aprender rutinas y buenos hábitos. Así es. Lo mismo que para todos los demás niños.
Le ha tomado 7 años controlar esfínteres y el confinamiento social nos llevó a comenzar de nuevo su entrenamiento para ir al baño. Tener que limpiar pipí y popó ha sido bastante difícil, pero después de estos años, me he resignado a pensar en que es solo caca. Hablar de la popó cuando hablamos de discapacidad quizá está mal. Tal vez quieren oír que mi hijo es un angelito y una bendición, pero a mí no me gusta hablar de la discapacidad como si fuera un tabú.
A mí me tocó el Síndrome de Down, no puedo hablar de otras discapacidades, pero pienso en las mamás que con hijos “regulares” desaprovechan lo que la discapacidad nos ha enseñado. Desde el método Montessori hasta Plaza Sésamo. Las estimulación temprana con música o la lactancia materna prolongada o educar a través del arte, los sentidos y las emociones. Todas, técnicas probadas en niños con un desarrollo neurológico distinto al esperado.
Yo confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión, porque supongo que es pecado quejarme de las mamás que dicen “ya no saber qué hacer con los niños en cuarentena”. ¿Qué hacer con niños neurotípicos que no tienen ningún problema más que ser solo ser niños?
Cuando comenzó el confinamiento social, un par de amigos se rieron cuando les dije que lo que más me preocupaba era la violencia contra los niños. Se carcajearon como diciendo: A los niños se les pega para educarlos y punto. Eso se llama “violencia parental”. A mí, las cifras de la UNICEF me duelen: en México 4 de cada 10 madres y 2 de cada 10 padres ejercen violencia sobre sus hijos. Esto antes del confinamiento social.
Yo confieso, ante ustedes, que les he gritado a mis hijos. Me duele cuando lo hago, pero sé que la disciplina es importante. A mí no me gustaría que me gritaran, aunque agradezco cuando me llaman la atención.
Ser mamá es de lo más complicado. Lo más difícil es sacudirse el estereotipo de género. Varias amigas me han dejado de hablar por mi frase: “Haber parido no nos da autoridad a las mujeres para decir que sabemos criar”.
¿Cómo es mi vida de madre en la cuarentena? Igual. Nada ha cambiado. Antes, me apoyaba en la escuela para poder trabajar en las mañanas y poder dedicar las tardes a mis hijos y, ahora, me apoyo en su papá.
Hemos hecho muchas cosas mal como sociedad, pero en la crianza está el cambiarlas. Todas las escuelas me han decepcionado, pero una sola maestra me ha regresado la fe en el sistema educativo. Es la profesora de mi hijo que siendo solo una, dando clases vía Whatsapp a un grupo de 10 niños con algún tipo de discapacidad, supo sacar el año escolar con dignidad.
Confieso que no quiero que ella lea este texto. Tampoco quiero que lo lean los cinco maestros de mi hija regular, quienes hicieron miles de piruetas, vía zoom, y perdieron el tiempo. Siempre veía a sus compañeritos aburridos y un poco hartos. Los niños son solo niños. No necesitan clases a distancia. Necesitan atención, seguimiento, guía. Eso es lo que nos daba la maestra de mi hijo con Down.
Los niños no necesitan “maestros que los entretengan”. Ya existe Netflix. No sé cómo será el regreso a clases. Me asusta. Como madre decidí que lo más importante era enseñarles a mis dos hijos lo mejor de mí. Así he logrado enseñarles inglés, han aprendido a cultivar lo que se comen y supongo que aprenderán a escribir en español, pues si a algo me he dedicado en la vida ha sido a escribir.
¿Cómo es mi vida de madre en la pandemia? Rutina. Como lo era antes. Nuestro cerebro necesita de las rutinas para tener certezas. Si aceptan mi calificativo, la buena crianza no es otra cosa más que rutina. Así se inculcan los buenos hábitos: lavar las manos, tender la cama, guardar los juguetes, recoger los trastes, doblar la ropa, regar las plantas, lavar las manos, lavar las manos, lavar las manos.
La escuela es rutina. Es donde los niños construyen las certezas que no podemos darles sus padres.
Yo confieso que les he gritado a mis hijos cuando no siguen la rutina. Cuando no se lavan las manos. ¡Qué te las laves y punto! Nunca les he gritado cuando ellos me gritan. Mi hijo con Down habla poco. Se comunica. Los gritos son una forma de comunicación. Así que si los niños gritan, se enojan y patalean, lo primero que les pregunto es cómo se sienten. Aún sin coronavirus y sin confinamiento social, si un niño no presta atención, está disperso o enojón es porque quizá está deprimido o enfermo.
Confieso que les he gritado a mis hijos. Yo confieso, ante ustedes, que cada vez les grito menos. Confieso que aún los cargo (pesan 20 kilos cada uno), los abrazo muchísimo y los bombardeo con besos. Están creciendo. Han crecido durante la pandemia y seguirán creciendo, a pesar de ella.
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