Uno crece cuando decide salir de la zona de confort, las rutinas se agradecen y atesoran, pero las crisis te muestran de qué estás hecho.
Trabajar en lo que te hace feliz es lograr que las personas vean la forma en que te amas y sepan cómo te deben amar y no aceptar menos de eso, trátese de quién sea.
Desde que supe que estaríamos encerrados por algún tiempo, me dio felicidad, qué loca, ya que de otra forma no habría tenido la oportunidad de dedicarme más a mí y no es egoísmo; es sencillo, si yo no estoy bien, los integrantes de mi ‘manada’ tampoco lo estarán.
Fuimos afortunados porque mi esposo apenas y logró conseguir trabajo días antes de que la pandemia comenzara, así que con eso y salud, estábamos del otro lado, pero no crean que siempre pensé así, aprendí a la mala, tuve que perder a mis padres para aprender a vivir y no es que con su presencia no lo hiciera, sino que ahora que ellos habitan dentro de mí, comprendí que la vida es muy corta, un regalo increíble que hay que disfrutar.
Y este acuartelamiento obligatorio se prestaba para invertir en mis hijas: Frida, quien rasguña los 13 años y Valentina Isabella, de 6.
En un principio hice una lista con horarios para todo. Nunca la llevamos a cabo, la primera que se despierta es la encargada de ir levantando a las otras y todavía nos damos el lujo de quedarnos una hora en alguna cama platicando.
El papá, porque él ya está desde las 6:30 am despierto para hacer ejercicio y luego trabajar, se nos une cuando escucha al viejerío cuchichear. Después cada uno hace sus obligaciones, claro, esto último conlleva a escuchar: ¡ashh mamá, ahorita lo hago!, ¿mamá, porqué mi hermana casi no hace nada?, etc, etc. Para entonces, el marido ya está histérico, pero eso sí, sin decir nada, ni hace falta, se ve en su mirada que quiere gritar: ¡ya por favor! No es para tanto, el home office debe de ser así, con bullicio de familia por todos lados, si no, cuál es el chiste.
Hace 7 años decidí ser ama de casa, ha sido toda una hermosa locura y un lujo de la que nunca me arrepentiré, además porque he sabido encontrar momentos para no soltarme.
A la muerte de mi madre, hace casi 4 años, el ejercicio fue la manera que encontré para canalizar mi dolor y en este encierro, al que llamo oportunidad para saber vivir, me resultó difícil hacerlo, porque estaba acostumbrada a ir a un local a hacer cardio, ahí podía convivir con gente en la misma sintonía, pero esta situación me hizo retarme y salir de mi zona de confort, sino lo hacía así, iba a regresar a donde no quiero volver jamás: pesar más de 80 kilos, así que me armé de valor y continué ejercitándome en mi casa. Sorpresa, ahora amo ese momento, amo terminar de hacer ejercicio porque me hace sentir poderosa. Y es a partir de ese poder que me abraza al terminar y que está empapado de sudor y con un corazón latiendo al mil de cansancio y felicidad porque tengo salud y pude lograr lo que ni yo misma creía.
Mis hijas me ven, saben de mis logros, me vieron el primer día, los días que siguieron lloraba porque los tipos de plancha no me salía, mis brazos no tenían fuerza y ahora que ya puedo hacer todo lo que no creía, que no tiré la toalla, sé que están orgullosas de mí y con ese ejemplo ellas no se darán por vencidas en nada que deseen, se amarán tanto y sabrán vivir.
Atrévanse a salir de su zona de confort. Que esto que estamos atravesando nos pique el orgullo; se vale echar la flojera un rato, pero sólo un momento, dejemos en nuestra gente lo que realmente importa: momentos, si se rompió, pues se arregla, lo que sale de la boca en ese instante de enojo, lastima y no se olvida, las palabras no se las lleva el viento, es mentira; lo único que no tiene remedio es la muerte y en esta época lo sabemos más.
No tenemos tiempo, es ahora. Un último favor: No te acostumbres a ser feliz con algo que no te hace feliz.
Dejar un comentario