Escribo mientras espero que se hornee la segunda tanda de galletas de chispas de chocolate y se enfríe la primera, apuro a Aitana para que deje de jugar Roblox con su amiga y se ponga pijama y pienso qué cenaremos hoy. Son casi las 9:30 de la noche y mi jornada está casi a punto de llegar a su fin.
No soy de las que solía quedarse en pijama o pasar un día en casa viendo series o películas. Para mi, el fin de semana, en especial el sábado era una oportunidad para saltar a la calle a hacer algo diferente, de unos años para acá a correr, a andar en bici, luego al parque o a desayunar, antes a pasear por la ciudad, a ver libros, a comprar un café.
Así se ha formado nuestra familia. Cada día parece estar dividido en muchas pequeñas partes que ya están llenas o que están esperando cupo para ser llenadas con la siguiente actividad. Planes es algo que nunca falta en esta casa y, paradójicamente, esos planes casi nunca involucraban estar casa y sí a muchas otras personas.
Y así nos llegó el encierro. En una semana, los planes se movieron hacia las cuatro paredes y un balcón: ahora en nuestro departamento tenemos una oficina -en nuestro caso dos oficinas-, un gimnasio para niños y uno para adultos -con todo y bici-, un salón de clases y una escuela de música, un balcón para comidas de fin de semana y hasta una sala de cine y un cuarto de juegos. Prácticamente todos ellos tienen una extensión infinita hacia otros sitios cortesía del internet.
Llevamos más de 100 días, no quiero contarlos, porque sé que esto no tendrá final próximo y me parece inútil poner mi esperanza en un plazo que seguramente no va a suceder. Con todo el peligro y la tristeza que viene de afuera, nuestra casa se ha vuelto un lugar seguro y con oportunidades personales que, como siempre hago, divido en tres:
- Oportunidades para descubrir. He descubierto cosas que ni siquiera había considerado, desde utensilios de cocina guardados hasta que puedo pintar una pared y que hornear y cocinar no están fuera de mi alcance. He descubierto la meditación y he podido estar en conferencias que pasan de Nueva York a Nueva Delhi con discusiones sobre la felicidad, la bondad y su vinculación con la ciencia o sobre la investigación en música.
- Oportunidades para aprender. Cortesía de mis sesiones de meditación, he aprendido que uno no tiene que hacer siempre las cosas bien, que está bien que no todo salga como lo planeamos y que cuando te vas del plan propuesto, siempre puedes regresar. Así hacemos planes para tener actividades diarias, pero si no se cumplen, está bien, regresamos y volvemos al programa.
- Oportunidades para agradecer. Tengo la gran fortuna de tener una familia que camina solita. Aitana aprende rápido en la escuela, es sociable, amable y empática y ha sobrellevado bien el encierro y Jorge Arturo es un compañero sin par. Aitana tiene maestros dedicados y comprometidos, he visto sus clases y no me queda más que reconocer el cariño a mi hija y a los demás niños y agradecer a la escuela por no atiborrarla de clases de 9 a 2 pm.
No todo ha sido fácil, siento que en estos meses hemos vivido una especie de montaña rusa emocional virtual, donde vamos para arriba, pero no vamos para arriba, y de pronto caemos, pero no caemos. Jorge Arturo dejó el trabajo donde había pasado 27 años de su vida, Aitana no ha visto a sus amigos en muchos meses y a sus abuelas que tanto quiere y no sabemos quienes seguirán siendo sus compañeros en el futuro.
Personalmente, más allá de un trabajo lleno de trabajo, he pasado días y noches con el pecho oprimido, me ha angustiado no poder controlar muchas cosas, por ejemplo no poder cuidar al resto de mi familia -tíos incluidos- o hacerlos entender que tienen que extremar precauciones; saber de las familias de amigos fallecidos, enfermos o con sospecha de enfermedad; no poder enfermarme en santa paz de gripe o tener un dolor de muela sin pensar que eso implicará una logística extra, o simplemente salir a hacer la compra sin preocuparme porque no recuerdo si me puse gel en las manos por vez 47 antes de rascarme la cara que ya reventaba por la comezón del cubrebocas o la careta.
Pero en todo eso hoy, después de tres meses, puedo decir que por fin entendí que también está bien estar angustiado, que raro sería no estarlo en una circunstancia como la que estamos. También sé que toca seguir construyendo aunque sea un poco a ciegas y que estar encerrados en un espacio de cuatro paredes, paradójicamente nos acerca más con personas y con posibilidades en otro lugar del mundo y que podemos estudiar o cantar o entrenar o hablar de música en donde y con quien queramos.
Como esto podría continuar eternamente aquí pongo un punto final, pensando que en el encierro como en la vida, parafraseando a Pérez-Reverte en el Club Dumas, cada cual tiene el diablo que se merece.
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