Mamás en cuarentena

Y con la pandemia, llegó también mi liberación

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Escrito por Karina Cuevas

Sobre los acuerdos a los que he llegado con mi hija

Ser madre en tiempos de coronavirus me ha confrontado con varias realidades. No sólo con la posibilidad de hacerse cargo de un hijo, en mi caso de Camila, mi hija de once años, sino con la palabra misma.

Hace unos días, en un chat de amigos y compañeros reporteras y reporteros, alguien me recordó que cuando comencé a desempeñar este noble y gratificante oficio, me asignaron como fuente de información el sector religioso, primero para la agencia Notimex, donde estuve algunos años y luego en la sección Ciudad del naciente periódico Reforma; así que los compañeros me pusieron como mote “madre superiora”.

En alguna conversación reciente en el chat que les platico, alguien se refirió a mi como “madre superiora”; por instantes me incomodó y quise explicarles a todos los participantes que ya no tenía nadie porque decirme así, si ya habían pasado tantos años. Pero después reflexioné y concluí que no tenía porqué ofenderme; al final, -supongo-, el recordatorio fue una especie de reconocimiento, además, al fin y al cabo, los apodos nos hacen ser parte de un grupo o una comunidad.

Pero el tiempo de confinamiento también ha sacado a flote otra de mis realidades. Será el estrés, la ansiedad y el mal humor que de pronto ha traído el encierro a nuestras vidas, pero ya no estoy dispuesta a darle explicaciones a la gente sobre mi maternidad. Ya me cansé de decirles que soy la mamá de Camila, NO su abuela.

Y es que a mi edad, 54 años, hay quienes piensan que soy la abuela de mi hija de once. Y sí, efectivamente, hay muchas mujeres que a mi edad ya tienen nietos. Pero cómo decirles que no es mi caso, que logré embarazarme de manera natural a los 42 años, después de intentar muchos tratamientos, incluso, un protocolo de fertilización in vitro. 

Me embaracé justo cuando ya había cumplido 42 años y cuando el doctor que me atendía en el Instituto Nacional de Perinatología ya me había dado el peor de los pronósticos para una mujer que anhelaba ser madre: ya no iba a poder nunca embarazarme de manera natural, por mi edad y porque la fertilización in vitro a la que me había sometido, no había resultado.

Y aquí estoy, contra cualquier pronóstico médico, cuidando a una niña que recién cumplió once años de edad.

Así que cuando hace unos días, alguien me volvió a hacer la pregunta del millón: ¿es su nieta?, ya ni siquiera le respondí, para qué. Que cansado es darle explicaciones a la gente.

Y es que el panorama se complica porque Camila, mi hija, se parece mucho más a su papá. Y además, porque he decidido dejarme las canas y matizarlas solamente, para ya no pintarme el cabello tan seguido.

Son pocas las veces que salimos de casa porque preferimos seguir las medidas de prevención, a pesar del supuesto regreso a la normalidad anunciado por el gobierno, pero Camila y yo hemos acordado algo. La próxima vez que alguien nos pregunte si soy su abuela, ninguna de las dos responderá nada para que se queden con la duda.

Qué flojera seguir dando explicaciones y más en tiempos de coronavirus.   

Acerca del autor

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Karina Cuevas

Reportera desde hace 28 años para distintos medios de información. Al inicio comenzó en medios escritos como la agencia Notimex y el periódico Reforma. Pero luego descubrió el encanto de contar historias con imágenes para la televisión. Ha pasado por casi todas las frecuencias, desde la televisión pública: canal 11 y canal 22, hasta los canales más emblemáticos como CNI Canal 40 y los más odiados: Televisión Azteca y Televisa, donde colabora actualmente. Ha trabajado con profesionalismo y dignidad en cada uno de ellos, porque está convencida de que el reportero nunca debe ser el protagonista de la historia, y eso le ha permitido tomar distancia y contar las mejores historias con un auténtico sentido social.

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