Mamás en cuarentena

Lo importante es la actitud frente a la pandemia

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Escrito por Margarita López

Aunque por poco se nos incendia la casa…

Vivo en Roma, la Ciudad Eterna, desde hace muchos años, y al igual que muchas otras personas de mi generación, o más maduras, quisiera confirmar que jamás había pasado por una situación similar aquí y creo que en ningún lugar.

La emergencia del COVID-19 en la capital italiana la vivimos de forma menos catastrófica que en las regiones norteñas de Lombardía o del Véneto.

Por supuesto que también aquí fue decretada un área de confinamiento y todos fuimos invitados a permanecer en casa y cuidarnos lo más posible.

Al igual que los demás en el país tuvimos que sufrir (es la palabra adecuada) numerosas limitaciones y, creo que, con excepción de los primeros días de pánico, la población se comportó con serenidad y después con resignación. Por lo menos en el área donde yo estoy.

De cualquier forma, continué yendo a trabajar. Al principio todos los días, luego tres y luego un solo día. Durante el tiempo que pasé en casa seguí trabajando, y cuando entendí que iba a pasar más tiempo así, de plano me llevé en una bolsa todos los pendientes y mis apuntes.  Lo demás lo pude hacer en línea con la computadora desde mi recámara.

Mi esposo, que había entrado a un plan experimental para trabajar en casa un día por semana, se quedó ahí tranquilamente cuando llegó el momento. Su zona fue todo el comedor. Después del desayuno ocupaba toda la mesa, ponía sus cables, el monitor y todo lo demás y ahí se quedaba hasta la hora de la cena.

El más grande de mis hijos, casi desde los primeros días y sin tantos aspavientos, se conectó con Google Meet a sus lecciones de la universidad. Me robaba el lugar en la recámara y recién salido de la cama, con una taza de leche y un pan seguía su lección con otros 120 alumnos. La primera vez que lo supe fue porque nos envió una foto de él conectado y atrás se veía a  nuestro gato que parecía seguir la lección desde la ventana. Fue muy simpático.

Con el más pequeño de mis hijos las lecciones tardaron en llegar algunos días. La preparatoria evidentemente no estaba lista para ninguna emergencia. Así que por un tiempo tuvo que estudiar solo siguiendo las instrucciones que recibía por chat o por correo electrónico. Después, también él comenzó a seguir las clases con una aplicación.

Mi clave durante estos largos meses de emergencia sanitaria fue ser optimista. Pensé que si alguien en la familia debía transmitir calma y seguridad tenía que ser yo. A fuerzas, ya que era la más expuesta y la que estaba más en contacto con el exterior.  Seguía asistiendo a la oficina, iba de compras al supermercado y seguido también a la farmacia. Además, en esos primeros días de escuelas en línea de todos los grados leí un tweet de una mamá que hizo notar que uno de sus hijos pequeños ese día se levantó, se lavó rápido en el baño y salió muy peinado, arreglado y perfumado. Sobre todo, perfumado. Le preguntó que adónde iba así y el chamaco respondió alegre que ¡iba a su clase por Zoom! ¡Sinceramente me conmovió! y pensé que esa era la actitud correcta para todos los afortunados que podíamos seguir teniendo una vida protegida, rutinaria, casi normal.

No puedo decir todo fue maravilloso. Claro que no. Hubo malentendidos y discusiones. A veces nadie andaba de buen humor en la familia. Llegué a pensar en lo injusto que era trabajar en casa, de todas formas ocupándome de bastantes asuntos domésticos, como preparar comidas, lavadoras,  la limpieza y de plano sentirme responsable de la vida de todos los ocupantes de la casa. ¡Hasta del gato! Bueno, ¡pobre pequeño! Él merece una nota buena porque quizá todo fue más soportable con su presencia.

A propósito de malentendidos y de la confusión de estar todos metidos en el mismo lugar por tanto tiempo, por poco y se nos incendia la casa. Alguien metió a descongelar un pollo al microondas con todo y papel y ahí se quedó ¡hasta que me di cuenta de las llamas! Esa vez casi nos quedamos sin cena y menos mal que tenía un plan b, como mago, como todos los días para tratar de que a nadie le haga falta nada. En otra ocasión, igual, por querer hacer varias cosas a la vez, mientras preparaba una charola para hornear el pan, la flama de la hornilla comenzó a quemar una orilla del papel que estaba usando. No tuve que tirar nada pero sí fue otro buen susto. Esa tarde pensé que o me calmaba o algo iba a terminar muy mal. Dejé de esperar a que llegara el anunció de que podíamos salir sin certificación.

Los días fueron tensos para todos. En la calle la policía controlaba que la gente no saliera a hacer cosas inútiles y un par de veces me detuvieron. Siempre pensé que iba a suceder y ya tenía preparado un buen discurso. Según yo, nadie podía dudar de que mi presencia en la oficina estaba plenamente justificada y cuando llegó el momento, me dio tanto miedo responderle al oficial que logré solo decir casi susurrando que estaba regresando del trabajo.  Así de sencillo. El carabinero sacó fotos de mi licencia y de los documentos del auto y me dejo ir.  Recuerdo solamente que llovía, que me temblaban las piernas y que quería que todo eso terminara ya.

En fin, los días pasaron y traté de mantenerme de buen humor y esperar a que todo regresara a lo acostumbrado, que seguramente tenía que ser mejor ya que esta experiencia nos debía aportar algo nuevo. Y así, en mayo, después de mi cumpleaños encerrado, entramos a la Fase 2. Algo así como una liberación.

Ayer, precisamente, terminó el año escolar y nos espera un cálido verano, pero por lo pronto ya podemos salir de casa, podemos reunirnos con nuestros amigos e incluso viajar a otras regiones italianas. Para seguir cuidándome decidí no usar el transporte colectivo como antes y tomar la bicicleta un par de veces por semana para ir a trabajar. Ya regresé a mis clases de yoga y también a nadar. ¡Hasta fui a la playa con una amiga!

Todo tiene que mejorar. Lo creo de verdad.

Acerca del autor

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Margarita López

Mexicana egresada de Relaciones Internacionales de la UNAM, residente en Italia. De grande quería ser diplomática. Actualmente labora en una institución pública, estudia piano y panadería, de forma totalmente autodidacta.

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