Esta mañana hice una pequeña junta con mi familia y les pregunté cuáles eran sus mayores sueños. Mi hija de 10 años dijo que regresar a la escuela, ver en persona a su prima Regina (se ven varias horas al día por video), y ver nuevamente a su abuelita que vive en Maine, a quien le dio un infarto un mes antes de que iniciara la crisis del coronavirus. El sueño de mi hijo de 7 años es regresar a la escuela, y mi esposo y yo dijimos que nuestro sueño era sobrevivir y que todos nosotros superemos con vida esta situación (se escribe fácil, pero implica mucho miedo decirlo).
Me queda claro que el no poder regresar a la escuela, ver a sus amigos y maestros, estar y jugar en esos espacios, ha sido una experiencia brutal para mis hijos. Hablamos en la junta familiar de lo afortunados que somos porque tenemos un jardín, las bicicletas, computadoras y aparatos para jugar, pero lo que a ellos les duele en realidad es no poder ir a su otra casa, la escuela, donde pasaban 7 u 8 horas del día.
En verdad valoro lo profesionales que son todos esos maestros que saben lidiar con grupos de 25 niños, cada uno con sus emociones, limitaciones, frustraciones diarias y ganas de aprender.
También me imagino el gran reto que tienen los directivos para reabrir la escuela con todas las condiciones de sanitización y distancia que se necesitan, o quizás tomar la decisión de seguir con clases en línea, sobrellevando la frustración de padres y niños, y la incertidumbre económica y emocional de todo su personal.
En las últimas dos semanas he estado haciendo un ejercicio de meditación (que dura 21 días y por lo tanto no sé cómo termine), y te preguntan sobre tus sueños. Lo que en tiempos normales podría haber sido tener un negocio próspero o viajar con mi familia a Europa, hoy ese sueño se resume en una palabra: VIVIR. Es cierto, me siento tan agobiada que sólo quiero aferrarme a vivir.
Ayer me enteré que una prima había fallecido. Fue una mujer que se esforzó muchísimo por trabajar desde joven, fue un ejemplo de superación al estudiar la carrera de medicina, fue madre soltera y sacó adelante a su hijo quien actualmente tiene 30 años y una enfermedad. Cuidadora por vocación, porque siempre que alguien enfermaba o fallecía, ella estaba ahí para acompañarlo.
Pero esta mugrosa enfermedad se la llevó en menos de una semana. El coronavirus es una enfermedad sumamente cruel que no te da oportunidad de quimioterapias o tratamientos naturistas, o de que vengan a verte tus amigos y familiares, te manden flores o te hagan una llamada. No, el coronavirus llega y te arrasa. Por eso quiero aferrarme a vivir, y a cuidar a los míos.
Todos tenemos que tomar decisiones y luchar porque nuestros sueños se hagan realidad. A lo mejor mi microcosmos es muy pequeño y esas decisiones implican quedarme en casa, ponerme el cubre bocas cuando tenga que salir y tomar muchas medidas de protección.
También he entendido que la tecnología va a ser parte de la vida de mi familia y en lugar de poner límites, he alentado que mis hijos la utilicen, que la exploren, aprendan nuevas cosas o se comuniquen con sus amigos. Reinstalé un estudio de pintura para que todos inventemos, mi hija quiere aprender a cocinar, abrimos cajones que estaban cerrados.
Acordamos que como familia tenemos que ser más tolerantes y cariñosos, decirnos más veces lo mucho que nos amamos, llorar si tenemos ganas de hacerlo, inventar cosas nuevas que queramos aprender o hacer, y apoyarnos muchísimo.
Sé que nuestra sobrevivencia en mucho va a depender de esas decisiones personales y familiares que hagamos, pero también las autoridades tienen que tomar muchas decisiones muy importantes.
A mí me agobia mucho ver estas discrepancias entre las autoridades federales de México y las estatales. Ver que las gráficas dicen que el pico de la pandemia en México se dará en dos meses más, y por lo tanto se necesitará más camas de hospital, doctores y respiradores, y que el Presidente prefiere viajar y movilizar a su equipo, periodistas y actores locales por puro protagonismo. Ver esto me frustra, como me entristece ver el racismo, y la manera en que ese otro presidente-gorila alienta la supremacía blanca.
Sí, son muchas las frustraciones y la incertidumbre, son tiempos difíciles. Por eso creo que hay que aferrarnos a los sueños, a los nuestros y a los de la gente que amamos. Ocuparnos en esos sueños. Ocupar nuestra mente.
A fines de marzo, cuando la crisis llevaba unas dos semanas, me desperté una mañana con un fuerte dolor de cabeza. Pensé que era obvio, que ya tenía la infección. Me daba miedo tomar una u otra medicina porque había oído que eso era un gran riesgo, equivocarse en el primer medicamento….
Le llamé a una doctora amiga mía y me dijo que aunque no tenía otros síntomas todavía, probablemente tuviera el virus pues mi esposo había regresado de Estados Unidos dos o tres semanas antes, y me recetó que me tomara un medicamento pero que siguiera checando si tenía fiebre o tos. A lo largo del día estaba súper deprimida, con dolor de cabeza, no quería salir de la cama y tampoco quería que mi esposo entrara en la habitación.
El y yo habíamos peleado dos o tres días antes, yo no quería que él entrara porque su edad y condición médica lo hacen muy vulnerable, pero él no lo entendía y se sentía expulsado. Trataba de llamarle por celular y me colgaba. La que se metió a mi cuarto fue mi hija de 10 años, ella me traía comida, agua, y estaba verdaderamente espantada.
Le dije que no llorara, que seguramente no era el virus sino estrés. Entonces lloró más fuerte. Me dijo que no quería que me muriera porque mi amigo se había muerto de estrés (desgraciadamente le había platicado unos días antes que ese amigo de unos 45 años de edad había tenido un problema cerebral debido al estrés, y pues ella lo tenía muy presente). Sus palabras me cimbraron.
Por estrés o por coronavirus pero mi hija tenía miedo de que yo me muriera. Cuando volví a hablar con mi amiga le platiqué llorando de los pleitos con mi marido y la escena con mi hija, me dijo que quizás lo que tenía era una migraña, que estaba muy estresada, y me mandó otro medicamento. Santo remedio.
Al día siguiente ya no tuve jaqueca. Esa tarde vi un video de un siquiatra argentino en el que explicaba todos estos síntomas que yo había vivido, que son la depresión y el estrés, y recomendaba que estuviéramos ocupados, que tratáramos de ocuparnos en algo que nos guste. Mi esposo y yo estamos desarrollando una granja de lavanda y otras plantas aromáticas, y estos días me he ocupado en hacer jabones, aceites y aprender sobre tecnologías. Estamos construyendo sueños.
Pienso que lo más importante para vivir y sobrevivir es aferrarnos a nuestros sueños, ser tolerantes, compresivos y tener paciencia. Escuchar a los niños reír, abrazar a mi esposo, disfrutar cada minuto de felicidad. Hacer de esta pequeña burbuja un espacio agradable del que podamos salir algún día. El sueño es VIVIR.
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