Ahora sí ya me voy sintiendo más normalita y casi un ser humano, salí después de meses de encierro a dar un paseo por gusto y solita mientras los críos estaban en el parque con su papá. Aunque en el fondo me quede todavía un sabor amargo y doloroso que, conociéndome, me va a durar un buen rato.
En los primeros artículos que escribí acerca de la emergencia sanitaria que vivimos aquí en Italia estaba yo muy convencida que era una suerte estar en el norte porque aquí si hay hospitales, sì te cuidan, te curan y es todo muy organizado. Nunca había estado tan equivocada y no habría imaginado todo lo que nos esperaba.
Vivir en un país extranjero no es tan fácil, como mujer es un reto, como inmigrante también y como madre… Uff ni les cuento. Todo sumado a una pandemia, donde sorpresa sorpresa, las mujeres y los niños pagamos el precio más alto. Esta historia que me sabe a deja vu la voy arrastrando desde mis más mexicanos ayeres pues si me fui de México fue más o menos por lo mismo: que ser mujer estaba muy cañon y yo tenía muchos planes para mi vida.
Esta cuarentena me enseñó muchas cosas, sobre todo a ver cuánto puedo ser increíblemente fuerte en situaciones de mucho estrés, cómo puedo buscar soluciones a las cosas practicas de nuestra vida familiar, cómo puedo ser multitasking y hacer veinte cosas al mismo tiempo y cómo puedo sobrevivir meses prácticamente sin dormir.
Lo malo fue que me convertí en una mamá super gritona e histérica. Nunca he sido un ejemplo de dulzura, pero había aprendido a controlar mi genio. La verdad es que me sentí completamente sola y abandonada por las Instituciones que tendrían la obligación de cuidarnos a mujeres y niños. Nos robaron la vida, la escuela, los juegos, los amigos, el parque, las risas, los abrazos. Todo, nos quitaron todo y me dejaron a mi y a mis hijos en un cubito de cemento a hacernos bolas.
Su famosa Didáctica a distancia no hizo mas que remarcar las desigualdades socio económicas de los niños y niñas. Sì entiendo que no se podía hacer más en un momento de emergencia, pero los meses fueron pasando, se fueron encontrando soluciones para todo menos para la educación. Las mujeres fueron dejando sus trabajos para ocuparse de los hijos y de la casa.
Ahora más que nunca se nota la diferencia de salario entre mujeres y hombres aún en un país moderno como Italia. Hasta ahora no he recibido ningún tipo de ayuda económica para afrontar la crisis que ya dejó de ser sanitaria para convertirse en económica. El tipo de apoyo que se ofreció a las familias siempre se demostró insuficiente y así nos tocó a muchas quedarnos en casa o dejar parcialmente nuestro trabajo.
Ese fue el clímax de mis histerias colectivas de ‘lockdown’, desahogarme una tarde al regresar del trabajo mientras mis hijos jugaban con su lego y mi marido se hacía un sándwich. Me puse como loca, pues ya no podía más, de hacer saltos mortales para llegar al trabajo y no llevarme a los niños conmigo de organizar todo de pensar todo, de no poder ni ir al baño en paz.
Estoy cansada, más que nunca y eso me hace ser muchas veces una madre horrible. Me siento sola porque nadie está pensando en los niños que fueron los campeones de la cuarentena, les dijeron quédense en casa y se quedaron. Los míos por lo menos se merecen una estatua a la eterna paciencia.
Vivimos muchas cosas juntos y yo sé que me van a perdonar por todos los gritotes que les dì, por todas las veces que los regañé sin razón y los días feos que les hice pasar. Su amor hacia su madre es puro e incondicional, la que no sabe si se va a perdonar soy yo, pues esta culpa estúpida yo creo que me va a durar otras pandemias más.
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