Mamás en cuarentena

“¿Mamá, cuántos murieron, hoy?”, pregunta inesperada

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Escrito por Yetlaneci Alcaraz

Las dudas sobre hasta dónde debemos decir la verdad a l@s niñ@s

BERLÍN, Alemania.- Ese día preparábamos el baño y mientras la tina se llenaba de agua me soltó la pregunta directa: ¿mamá, hoy cuántos murieron?  Disimulé el estupor que me provocaron sus palabras y sólo atiné a repreguntar el porqué de su pregunta. “Sólo quiero saber cuánta gente murió hoy de eso…del coronavirus”, me respondió elevando sus hombros, como si se tratara de algo obvio y entendible para un niño de cuatro años recién cumplidos.

Por esos días enfrentábamos en Alemania el pico del brote por coronavirus que tenía en conmoción a toda Europa. Cada día durante el desayuno y luego por la noche mi marido y yo nos plantábamos frente a la pantalla ansiosos por saber la información más reciente sobre el maldito virus.

Consternados, veíamos escenas dantescas sobre Italia en donde el contagio estaba descontrolado y en donde los cadáveres y ataúdes rebasaban la capacidad de clínicas y hospitales. Preocupados, seguíamos el ascenso de la curva de contagio en Alemania y nos preguntábamos si seríamos capaces de escapar del horror que también se vivía en España.

Así que esa tarde mientras bañaba a mi pequeño y trataba de digerir la pregunta que me había hecho, pensaba si habíamos hecho bien en mantenerlo al tanto de lo que pasaba, o mejor dicho, en no haberlo apartado de las noticias ni de las conversaciones  entre su padre y yo  sobre la inédita crisis sanitaria que vivimos.

¿Era consciente realmente del significado de su pregunta? Contrario a otros padres que no quieren o no saben cómo abordarlo, el tema de la muerte no ha sido un tabú en nuestra casa. La oportunidad se dio hace un año cuando su abuelo paterno murió. Yo fui de la idea que lejos de contarle la historia de que el Opa se había ido a un viaje largo, le explicáramos la verdad: que había muerto y que eso significaba que no lo veríamos más porque él se había adelantado a un lugar, en el cielo, donde va toda la gente que muere, pero que desde ahí nos seguiría cuidando a todos. Después llegó el Día de Muertos y con el pretexto de montar  nuestra colorida ofrenda vino una segunda posibilidad de acercarnos al tema,  así, de forma natural.

Así que para cuando el coronavirus llegó y la cifra de víctimas mortales iba creciendo y todo ello se reportaba en los noticieros y era tema de conversación en todas partes no reparé en detenerme a pensar si tenía que “proteger” o no a mi niño de ello.

Como a todas y todos, la cuarentena nos ha desbordado y nosotros no somos la excepción. Más allá del trabajo doméstico que se me acumula en montañas, la  enorme conciencia de soledad que genera el aislamiento social por semanas y el estrés permanente de cómo innovar e imaginar las formas para mantener entretenido y ocupado a mi niño de cuatro años, cuyo proceso de aprendizaje en esta edad se da justamente a través de los juegos, me parece sobremanera interesante saber de qué forma los pequeños -que no son tan bebés para no darse cuenta de lo que pasa ni tan grandes para entender con mayor raciocinio el significado de una pandemia-  enfrentan estos días.

En medio de la cuarentena, un día mi hijo vio en las noticias imágenes de dos jugadoras de futbol que festejaban eufóricas un gol. Eran imágenes viejas pero eso él no lo sabía. Con un aire indignado grito: ¡Qué les pasa! ¡No deben abrazarse! Entonces me dio miedo que estos tiempos funestos que nos ha tocado vivir dejen en nuestros pequeños una idea errónea: que el contacto y la calidez hacia el otro es mala y nos puede dañar.

Pero los niños son muy sabios y me parece que una y otra vez los adultos subestimamos sus enormes capacidades de comprensión. Tras seis semanas de cuarentena, en la que el único contacto fuimos su papá y yo, mi hijo volvió hace unas semanas al jardín de niños. Sin miedo, sin preocupación (esos los absorbí yo). Contento de volver a ver a sus amigos.

Todos sus compañeritos, que no rebasan los 5 años de edad, entienden que vivimos tiempos distintos, los del coronavirus. Admirablemente entienden también que no deben mezclarse con niños que no sean de su grupo. No al menos dentro del kínder. Y lo mejor de todo: confían -al menos el mío- de que todo pasará.

“Cuando el coronavirus se vaya vamos a invitar a todos a la casa mamá, a todos”, me dice como si él quisiera consolarme a mi de todas las restricciones que aún tenemos.

Yo estoy tranquila. No sé en realidad si esta etapa marcará para bien o para mal a mi niño. Pero la placidez con la que cada día duerme y la alegría en sus ojos cada día que despierta me hacen ser optimista.

Acerca del autor

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Yetlaneci Alcaraz

Periodista mexicana afincada en Berlín, Alemania, desde hace 9 años. Desde entonces salté al vacío de la freelanceada, lo que ha supuesto un reto nada fácil pero, al mismo tiempo, maravilloso pues está impregnado de libertad.
En México trabajé para la Revista Proceso y El Universal. Desde Europa, he colaborado con distintos medios, hasta con la Bundesliga. Me pueden leer constantemente en Revista Proceso. Soy además la orgullosa mamá de un niño de cuatro años que concentra lo mejor de las culturas mexicana y alemana. Twitter: @Yetla33

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