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Maternidades ajenas

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Escrito por Cecilia González

Una mirada de quien no quiso hijos a quienes sí los quisieron

Hay tantos tipos de maternidades como de mujeres, pero las que ejercen mis amigas me provocan admiración porque implican una generosidad de la que carezco.

Solo quise ser madre cuando era niña, por mera imposición cultural: a las mujeres siempre nos regalan muñecas y no queda más que arrullarlas, darles de comer y jugar a la casita de la familia heterosexual con roles de género bien definidos en los que la madre limpia, cocina y cuida a los hijos. Muy pronto me rebelé al estereotipo.

A los 18 años, cuando comencé a tener relaciones sexuales, mi principal preocupación era no embarazarme. A los 20, le pedí a un médico que me operara para no tener hijos, pero no quiso. Me cuidaba con preservativos que, casi una década después, fallaron, como fallan todos los métodos anticonceptivos. En ningún momento pensé en otra opción más que en abortar. Fue difícil, como todos los abortos, porque la práctica todavía era ilegal en la ciudad de México, pero me queda el recuerdo de la cariñosa solidaridad femenina que se encadenó para ayudarme y en la que participaron amigas que también habían abortado y que, años después, fueron madres.

Porque eso es lo importante: que la maternidad sea una elección y no una imposición. Desde entonces, cada vez que una amiga me dice que está embarazada, antes de felicitarla le pregunto si está contenta, si lo quiere tener. Es una buena atajada porque el anuncio, a diferencia de lo que nos hacen creer las publicidades, no siempre es una celebración.

Entre mis amigas están las que dudaron, pero al final tuvieron a sus hijos. Las que fueron a trabajar hasta el último día, con la panza inmensa. Las que decidieron hacer una pausa en sus carreras para dedicarse a la crianza. Las que, cual malabaristas, combinan trabajo e hijos. Las que me contaron que estaban embarazadas llorando de pánico y las que me lo contaron llorando de alegría. Las que padecieron el síndrome post parto. Las que están arrepentidas de haber tenido hijos.

Las que tuvieron que esperar los primeros meses al lado de la incubadora y hoy ven a sus hijos crecer sanos. Las que dejan todo por sus hijos y las que no lo dejan todo por sus hijos. Las que tuvieron que hacer tratamientos de fertilidad y se pusieron tristes cada vez que no salió, pero brincaron de felicidad cuando, por fin, ya estaba ahí el embrión. Las que tuvieron solas a sus bebés (aquí, un reconocimiento extra), sin compañero/a al lado. Las que bailaron hasta el último momento en una fiesta y horas después se fueron a parir, como si nada. Las que reanudaron de inmediato su vida social. Las que pagaron costos laborales por decidir ser madres y las terminaron echando. Las que no tuvieron ningún tipo de achaque y las que vomitaron, se marearon y tuvieron que estar acostadas casi todo el embarazo. Las que entendieron que ser madres no les impedía seguir siendo mujeres. Las que siguieron casadas aunque ya no querían, pensando que era por el bien de sus hijos. Las que se divorciaron porque era por el bien de ellas y de sus hijos. Las que se asustaron y preguntaron de todo acerca de la crianza y las que se dejaron llevar más por la intuición. Las que eligieron ser madres sin parir y adoptaron. Las que llevan a sus hijos desde bebés a toda marcha habida y por haber en pro de causas justas. Las que cuidan su alimentación y les dan comida variada, frutas y verduras y las que les dan alimentos procesados, refrescos y papas fritas. Las que fueron madres jóvenes, casi adolescentes, y las que esperaron hasta pasados los 40.

El panorama maternal es muy amplio y lo veo y vivo con amigas que tienen hijos universitarios, adolescentes o niños chiquitos. El amor a sus hijos es un común denominador y la culpa, una constante, porque no saben si están criando “bien”, si son “buenas” madres. Yo creo que todas hacen lo mejor que pueden y con eso debería bastar, pero todavía estamos lejos de esa comprensión como sociedad.

Ojalá pudiéramos eliminar la culpa que nos inculcan a las mujeres desde que nacemos. No olvidemos que, según la religión católica, parimos con dolor como castigo y los maridos tienen dominio sobre nosotras. Muy feo. Por eso me caen muy bien las amigas que no son culposas y no aceptan sumarse a los chats de “mamis” de la escuela o suspender viajes o proyectos profesionales o personales por sus hijos. Y también me caen muy bien las que hacen lo contrario. Ora sí que cada quien su maternidad.

A todas las apoyo, respeto, entiendo y admiro porque, como decía al principio, no tengo la generosidad necesaria para ejercer este tipo de maternidades. Me da urticaria imaginar que no podría viajar cuando quisiera; enfrentar imprevistos médicos; no ir a una cena o fiesta o al cine porque el niño/la niña tiene fiebre; llevarlos a la escuela durante años; saber que no podría levantarme los domingos a las tres de la tarde porque hay que atenderlos y, a largo plazo, preocuparme por su futuro. Sólo pensarlo me pone de mal humor, me da flojera. No es para mí.

Lo que sí me gusta es acompañarlas y estar con sus hijos, conocerlos, charlar con ellos, hacerles de comer, jugar, cantar, bailar, platicar de sus proyectos, verlos crecer. Para sorpresa de mucha gente, me encanta estar con niños cuando ya pueden hablar (bebés no). Solemos pasarla muy bien juntos. Me alegra, me hace bien y lo hago con la tranquilidad de saber que es sólo un ratito, que yo no soy la responsable de esos hermosos seres vivos que, para mí, son la extensión de amistades sólidas, basadas en el cariño y el respeto a la diferencia de nuestras elecciones de vida. Es más que suficiente. 

Acerca del autor

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Cecilia González

Cecilia González es una periodista mexicana radicada en Buenos Aires. Es columnista del diario Tiempo Argentino y coorganizadora del festival de no ficción Basado en Hechos Reales. Además de dar talleres de periodismo, ha realizado la producción periodística de documentales y participado en proyectos colectivos sobre víctimas de la violencia en México. Su más reciente libro es “Al gran pueblo argentino. Crónicas de una corresponsal mexicana”.

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