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La maternidad y mi tribu

La maternidad y mi tribu
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Escrito por Graciela Rock

Confesiones desde el otro lado del charco

Cuando mi segundo embarazo terminó en un temprano aborto espontáneo, y la tristeza, la vergüenza y el miedo me hacían enroscarme en mi misma como bichito, no quería llamar a nadie ni quería mandar un mensaje, quería estar en medio de mi círculo vital, sentir el abrazo de mi madre, el apoyo inquebrantable de mi padre, que mis amigas me arroparan, llorar en el regazo colectivo de mi tribu. Pero no tengo tribu, o sí, pero no está aquí.

Yo sé que no estoy sola. Sé que hay muchísimas mujeres que crían sin ningún apoyo, llevando ellas toda la carga física y emocional de la maternidad. Yo no, yo tengo una familia política que está cerca y que es una red maravillosa de amor y cuidado para mis hijas; tengo también un compañero, aliado, que toma su paternidad con todo el amor y compromiso que ésta requiere. Pero como yo lo veo, no tengo a mi tribu: las mujeres que me dieron vida y me formaron, que se arremolinaron sobre mi cuna y que no están aquí para, con su sabiduría y amor, arremolinarse y cuidar de mis hijas y también de mí. Mis hermanas de camino, que nos hemos ido encontrando y acompañando para convertirnos en mujeres fuertes y capaces, que decidimos ser madres o no, esposas o no, que elegimos inequívocamente estar en la vida de la otra a través del tiempo y los kilómetros. Y los hombres de mi vida que se recrean en una nueva masculinidad, amorosos y empáticos, que son padres y tíos, de sangre y de vida. Esa tribu no la tengo, está a kilómetros de aquí, en todas las direcciones.

Uno pensaría que viviendo siete años fuera de México, y seis en esta ciudad, tendría que tener una nueva tribu, una red, un #squad. Pero no. La familia de mi esposo me ha arropado como quien adopta a un gato feral, dándome cariño pero con distancia, porque soy huraña, de una lealtad feroz a los míos, y me cuesta entrar en otros “nosotros”; las nuevas amistades se van de esta ciudad-tránsito, o se quedan, pero es difícil crear los lazos en medio de la adultez, sin tiempo ni ánimos de ser lo necesariamente vulnerable para entrar en esa categoría. Así que cuando necesito apoyo para superar las angustias de dejar a mis hijas cada mañana para llegar a la oficina, recurro a whatsapp; si quiero compartir un momento de alegría, instagram es mi ventana; las redes sociales y los mommy blogs en internet son mi hilo conductor y mi tabla de salvación.

Vivir la maternidad así la hace más solitaria. Uno pierde un poco el foco de si mismo, camina en círculos entre la culpa, los miedos, el cansancio y el asombro de terminar los días y que todos hayamos sobrevivido. Pero quizá la hace también un poco más libre, permite explorar nuevas formas de maternar, de desarrollar dinámicas diferentes a las aprendidas en la búsqueda del balance necesario. En esa búsqueda, recuerdo que estoy aquí por amor, a mis hijas y a mi esposo, por la vida que podemos tener aquí, donde ellas pueden crecer plenas y libres de violencia, al menos del tipo de violencia que parece haberse vuelto la normalidad en México.

Así, entre la añoranza y el amor, seguiré mirando dormir a esas dos personitas que viven en mi casa, dependiendo de nosotros, preguntándome hasta el cansancio, a veces hasta el llanto, si lo estoy haciendo bien, si mis decisiones son las correctas. Seguiré mandando fotos, recibiendo vídeos, aferrándome a las palabras de aliento que llegan con jetlag, a los abrazos virtuales y a horas intempestivas,  pero lo más importante, a la certeza de que a pesar de mis decisiones, o quizá un poco gracias a ellas, ahora mis hijas tienen una doble tribu, una tribu global que las arropa y las ama, sin importar la distancia.

Acerca del autor

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Graciela Rock

Graciela Rock es mexicana viviendo en Barcelona. Es mamá feminista de dos niñas pequeñitas en edad, pero enormes en carácter. Vive añorando su regreso a México y comer gorditas en el mercado de Mixcoac, mientras tanto trabaja, cambia pañales, limpia mocos y hace el vermú.

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