El Diario de "M"

Cuando la aventura comienza en una clínica…

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Escrito por Karla Guajardo

Mi nombre es Karla y tardé dos años en tomar la decisión.

Mi nombre es Karla y tardé dos años en decidirme completamente para comenzar. Todo ese tiempo las dudas me asaltaban con extrañas figuras, interrogándome si de verdad esa era la mejor solución.

Bueno, también es cierto que durante ese tiempo se presentó una persona en mi vida que aunque no significaba una relación seria, mis ganas de convertirme en madre, me hicieron pensar que podía ser un proveedor de semillitas llamadas espermatozoides, así que me puse en plan de conquista desde el primer encuentro.

Confieso que recurrí al uso de maquinitas y pruebas de días fértiles para hacer que todo coincidiera. Así estuve un año o más, y nunca pasó nada, y claro que nuestros encuentros no siempre coincidieron con mi calendario ovárico.

En una ocasión me emocioné porque el ciclo se había retrasado, y aunque no me coincidían las fechas, pensaba en los juegos que a veces nos hace la naturaleza. Era optimista. Quizá fue ésta la razón por las que, entonces, dejé a una lado las clínicas de fertilidad.

Sin embargo, pasó el tiempo y decidí no continuar en esa relación sin sentido ni dirección, y rápidamente me puse a la tarea de continuar con la opción que meses atrás había dejado de lado.

Claro que nunca pensé que la lentitud del sistema público sanitario fuera taaan lento, pero igual me fui adaptando.

Pensé que tenía que ser un proceso natural, sin agobios y que siguiera su ritmo natural. Simplemente no quería forzar las cosas más de lo que ya iban a ser forzadas.

Así, me puse en contacto nuevamente con la clínica en España que tiempo atrás había buscado y casi de inmediato, me mandaron una vez más la lista de los exámenes que tenía que hacerme.

Creo que fue en ese momento cuando empezó toda esta aventura cuando me propuse hacer una visita especial a España sólo para conocer en persona al doctor con quien había comenzado a intercambiar correos y ver con mis propios ojos la clínica donde empezaría “mi procedimiento”.

Quería saber también cómo debía moverme en la ciudad que había elegido. Me dieron cita para un vienes. Compré el boleto (caro para ser una línea de bajo costo), y preparé unas minivacaciones de dos días enteros.

Siendo Málaga una ciudad de playa que no conocía, no fue difícil organizarme para llenarme de actividades. El primer día llegué directamente a hacer un free tour para conocerla.

Decidí quedarme en un hostal en habitación compartida por el único hecho que no quería estar sola también en eso. Quería conocer gente. Ya era un viaje emocionalmente pesado y de alguna manera quería distraerme. Así que por la tarde hice otro tour y por la noche me fui a bailar salsa. Me encantó el modo en que vive la gente por allá, esa alegría, esas sonrisas, esas ganas de compartir la vida con los que están en la mesa de junto. Hasta se me antojó vivir ahí, aunque en realidad es una ciudad muy pequeña para mis estándares.

Al día siguiente madrugué para llegar a tiempo a mi cita, ya que tuve que ir a la estación de autobuses caminando, más o menos una hora de viaje. Cuando bajé del autobús, comenzaron los nervios. Era una clínica con varias especialidades, lo que me hizo sentir menos vergüenza.

Sólo la idea de llegar a la recepción y que todo el mundo escuchara que venía al área de fertilidad, ya había ocasionado que los colores me subieran al rostro.

Después me calmé cuando pregunté en la recepción, y sólo me indicaron de sentarme en el sillón rojo hasta ser llamada por el doctor.

Ahí sentada, transcurrieron varios minutos donde podía ver cómo hombres, pero más mujeres, pasaban por ahí…

Recuerdo haber visto un joven de máximo 32 años que pasaba con un vasito en la mano. Lo primero que me pregunté fue si era uno de los donadores, aunque también podía ser el caso de estar en un proceso con su compañera. Nunca lo sabré.

Después vi a una mujer sola de unos 40 años o más, otro señor solo de casi 50 y otra mujer acompañada por su madre, las dos italianas. Antes de sentarme había visto a lo lejos un doctor y pensé que a la mejor se trataba del mío.

Mientras esperaba también pasaron varias enfermeras y comencé a ponerme nerviosa. A algunos pacientes los llamaban por su nombre y a otros por número, por aquello de la privacidad. Esto ya me había sucedido en otra clínica de Roma.

Para calmarme un poco saqué los papeles y comencé a leerlos de nuevo por si tenía dudas. Después de un rato, pasó una enfermera y me preguntó a qué venía, obviamente no le iba a dar detalles enfrente de todo el mundo, sólo mencioné el horario de mi cita y dijo que el doctor no llamaba a los pacientes, como me habían dicho en recepción, pero que ella se encargaba.

Pasaron menos de diez minutos y me llamaron a un consultorio que usaban todos los médicos para recibir pacientes. Por fin, minutos más tarde, llegó mi doctor y me dio gusto ponerle rostro a los muchos correos que intercambiamos y a la única llamada que le había hecho, donde por cierto, ese día no me pareció muy cortés.

Sin que me viera, activé la grabadora de mi teléfono. No quise pedir permiso y que me lo negara. Lo primero que hablamos fue qué procedimiento quería hacer y en seguida le dije que quería intentar al menos una vez con mis propios óvulos, para darme a mí misma la oportunidad. Paso seguido, me habló de los procedimientos con sus diferentes precios exorbitantes, junto con el porcentaje de las probabilidades positivas. Ahí empecé a familiarizarme con algunos términos técnicos de cada proceso.

Como dice mi amiga la psicóloga, cuando uno le pone nombre a las cosas, es más fácil entenderlas.

Así que hablamos de la famosa FIV (click aquí para más información) y mi 15 por ciento de probabilidad de “tener un bebé en casa”. Después hablamos de la ovodonación (click aquí para más información) y mi 55 por ciento de probabilidad positivo a la que yo ya había pensado y mentalizado bastante, sólo que no quería irme directamente a ese procedimiento, sin intentar con mis propios óvulos, pero claro que un 15 por ciento a un costo demasiado alto, no fue para nada alentador.

En ese momento, me entró un poco la crisis de la impotencia por tener que renunciar a ese intento por el alto costo y el bajo porcentaje que conmigo se conjugaban. Se me salieron las lágrimas.

Fue entonces cuando el doctor me ofreció una plática con una psicóloga especializada en ovodonación que vive, como yo en Italia, para ponerme el alma en paz, y también me ofreció platicar unos minutos con la psicóloga de la clínica, enfatizando que era gratis.

Naturalmente acepté y después de unos minutos llegó una joven de máximo 30 años, a quien comencé por comentarle las preocupaciones de muchas personas en este tema, como por ejemplo, la genética: que si el niño se va a parecer a la madre o no, que si los gestos, que si la forma de ser, muchas cosas.

También en mi influía ese aspecto, pero me hizo ver que lo que más me pesaba a mí era el hecho de no comunicarlo o compartirlo con la familia, mi impotencia de poder comunicarlo a mi madre.

Hasta el día de hoy a varias semanas de esa consulta, todavía no logro comunicarlo, simplemente no hallo cómo comenzar la conversación con el ser que me dio la vida.

Continuará…

Acerca del autor

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Karla Guajardo

Karla Guajardo Ro es una fotógrafa mexicana que trabaja como free lance para México e Italia. Su interés por la fotografía, comenzó  en 2003 realizando un laboratorio en una comunidad indígena de México. Actualmente vive y trabaja en Italia. Es corresponsal de La Unión de Morelos y colabora con medios mexicanos. En sus proyectos personales se concentra en los problemas de los diferentes grupos de inmigrantes en Italia. 

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