San Luis Potosí.- Hace ya casi dos décadas tuve la fortuna de estrenarme como papá. Santiago nació pesando 2 kilos 600 gramos y desde que salió del vientre de su mamá, quise pensar en mi paternidad más como una gran aventura en vez de una gran responsabilidad.
Mi padre, a la vieja usanza, era muy parco. No lo recuerdo acercándose a mí y mucho menos teniendo muestras de cariño. Jamás escuché de él un “te quiero”.
Consciente de esa triste carencia de mi niñez, siempre he procurado muestras de amor hacia Santi, desde muy pequeñito nunca le han faltado los te quiero y los te amo, y aunque hoy ya es un joven universitario y es más difícil encontrar la manera de expresarlo, busco canales alternativos para que sepa que las cosas no han cambiado y que es el motor de mi vida.
Dos niños en casa…
Conforme el escuincle fue creciendo, pudimos empezar a disfrutar los juegos de una manera inimaginable. Recuerdo tardes enteras de estar sentado en el piso viendo desfilar un sin fin de juguetes. También era una feliz costumbre ir al parque en fin de semana y pasar horas viéndolo tirarse por la resbaladilla o pidiéndome que lo empujara en los columpios, sin olvidar que al final, era obligatorio pasar a comprar un helado y aliviar el calor de tanto ejercicio realizado.
Después vinieron incontables horas de televisión disfrutando de nuestras caricaturas favoritas. A la hora de la comida “Phineas y Pherb” era en definitiva de las más socorridas, y de vez en vez había pleito porque “según yo” descubría un nuevo capítulo y él con cara de hartazgo incriminaba diciéndome: “Papá, ese capítulo claro que ya lo vimos muchas veces”.
Creció un poquito más y descubrió que podía jugar con el “Wii” y el “Xbox”, eso fue el acabose, mi esposa pasaba por la sala, volteaba a vernos con mirada de resignación y lamentándose decía: “Ahora tengo dos niños chiquitos en la casa”.
Sportbilly
Recuerdo que a principios de los años ochenta, salía en televisión una caricatura que se llamaba “Sportbilly”, la temática principal giraba en torno a un niño que había nacido en el planeta “Olimpo” y su meta en la vida era vencer a la malvada “Wanda”, pero eso sí, siempre echando mano de un mini maletín mágico que contenía cualquier cantidad de artilugios deportivos.
Santi se convirtió en el “Sportbilly” del hogar, más por una necesidad que por un deseo, ya que tanto su mamá como yo trabajábamos hasta tarde, y para mantenerlo ocupado, decidimos ponerlo a hacer ejercicio aprovechando la facilidad que nos proporcionaba la guardería a la que asistía.
Karate, squash, acondicionamiento físico, gimnasia y muro de escalar fueron algunos de los deportes que practicó, pero en donde verdaderamente encontró su primera pasión deportiva fue en la natación. Al principio asistía a clases 3 veces por semana, pero un buen día, uno de los entrenadores vio habilidades suficientes en él como para invitarlo a participar con el equipo representativo de la alberca, terminó siendo toda una revelación. De la noche a la mañana se había convertido en nadador de alto rendimiento y nos traía del tingo al tango durante todo el año llevándonos a campeonatos nacionales y estatales por todo el país.
En la actualidad Santi practica el Triatlón, también es corredor asiduo, ha logrado concluir varios medios maratones y un maratón completo. Con el aprendizaje obtenido durante todos sus años en el deporte, hace poco creo un canal en “YouTube” (síganlo, el canal se llama “San Tri”, es un juego de palabras donde incluye su nombre y la contracción de la palabra triatlón al mismo tiempo) en donde ofrece experiencias para utilizar ropa y calzado deportivo, comparte recomendaciones y consejos para un mejor entrenamiento, y describe explícitamente cuáles son sus sueños y metas a alcanzar en un futuro no muy lejano.
Los hijos son prestados
Cuando Santiago cumplió 16 años, concluyendo su primer año de preparatoria y por una oportunidad laboral que le hicieron a su mamá, decidimos quemar las naves y mudarnos al interior de la república, específicamente a San Luis Potosí. En ese momento hubo un “gran drama” por parte del joven que vivía en casa, sobre todo porque no concebía una vida lejos de la “gran ciudad”, ni lejos de sus amigos, ni de todas las cosas a las cuales ya estaba habituado. Fueron varios días de llanto desconsolado dentro de su cuarto.
El primer año en su “nueva” ciudad, fue de lento acoplamiento. Su mamá y yo lo veíamos encerrado en su cuarto, desganado, y añorando regresar a su círculo habitual. La escuela no iba muy bien en cuanto a calificaciones y empezábamos a reflexionar si en verdad el habernos cambiado de lugar de residencia había sido la mejor decisión para todos.
En el segundo año las cosas empezaron a mejorar, ya podíamos ver a Santi de mejor semblante. Empezó a hacer nuevos amigos, nos pedía permiso para ir a reuniones y a fiestas con ellos y aliviadamente veíamos como su vida iba regresando paulatinamente a la “normalidad”. Pensamos que habíamos llegado finalmente a la cumbre del monte Everest, cuando una tarde, sentados a la mesa, de repente Santi nos dijo muy formalmente: “Quiero decirles que ya tengo novia”, sin embargo, no estábamos preparados para la noticia que vendría unos meses después.
Sorprendentemente terminó la Prepa sin sobresaltos académicos, y fue cuando nos comunicó de manera contundente y definitiva: “Me voy a regresar a México a hacer la universidad”. Pero, pero, pero ¿Por qué?, ¿Qué paso?, ¿Qué no éramos todos muy felices?, ¿Y tú novia, a poco la vas a dejar aquí?, pero si aquí ¡hay excelentes universidades!; No existió argumento válido que lo hiciera cambiar de opinión.
Se volteó el “chirrión por el palito”.
Con el corazón hecho pasita y sin mediar palabra, fuimos a dejarlo “con todo y chivas” a lo que antes se hacía llamar Distrito Federal. Quise hacerme el fuerte, pero jamás pensé que regresar sin él iba a dolerme tanto. Aunque Santi ya estaba a tiempo de empezar a extender sus alas para comenzar a volar, su mamá y yo calladamente anhelábamos que siguiera siendo nuestro “bebé” y que siempre estuviera bajo nuestro cuidado.
Ahora se habían invertido los papeles, el que se la pasaba llorando desconsoladamente casi a diario era yo, pensando que estaría haciendo mi “cómplice”, si estaría comiendo bien, si estaría durmiendo bien, si estaría tomando todos los cuidados necesarios en su persona, si no le haría falta nada y que por orgullo no nos lo dijera.
El primer semestre de su carrera fue vivir constantemente en la zozobra, con el alma en un hilo, aunque paradójicamente manteníamos comunicación con él casi a diario gracias al internet y al whatsapp.
Era una dicha infinita cuando tenía algún fin de semana largo y tomaba el camión para visitarnos.
Los patos les tiran a las escopetas
Empezaba el mes de marzo y el gobierno no estaba claro (y sigue sin estarlo) sobre cuáles serían las mejores medidas a tomar para afrontar la pandemia que desafortunadamente ya era más que obvia en territorio nacional. Santiago acababa de visitarnos el fin de semana del 18 de marzo aprovechando uno de los “puentes” de su calendario escolar, sin embargo, más tardó en irse que en regresar, ya que a los pocos días y mediante un comunicado oficial, su universidad anunciaba suspender las clases presenciales y pasar a la modalidad “en línea” a partir del lunes 23 de marzo.
El corazón nos dio un vuelco cuando nos notificaba que no tenía ningún caso quedarse en la habitación de estudiante que rentaba y que prefería empezar a tomar sus clases desde la comodidad de la casa.
Aunque los motivos de su regreso eran muy desafortunados por la situación que empezaba a empeorar, finalmente y después de un año de verlo esporádicamente, Santi estaba de nuevo con nosotros.
Contrario a lo que yo hubiera podido suponer, desde que regresó mostró la madurez y seriedad que la pandemia ameritaba. Ha sido quién reiteradamente nos mete en “cintura” a su madre y a mí. Muy probablemente se deba a que la mamá de su novia es Doctora y vive constantemente y a flor de piel terribles historias inherentes a su profesión y quien continuamente se las transmite sin ningún tipo de filtro, pero es no le quita ningún mérito. Se ha empeñado en ser el “Pepe Grillo” ante las vacilaciones que de repente rondan en las mentes inquietas de sus padres.
Reiteradamente escuchamos frases tales como: “Por favor no hagan reuniones. ¿Dónde están sus cubrebocas? Aquí les traigo unos modelos que me regaló la doctora que son mucho más efectivos, ¡llévenselos! No estamos de vacaciones, así que ni se les ocurra salir. Yo a un avión no me subo ni estando loco. ¿Tienen que salir realmente? Muy mal que se estén exponiendo y quieran salir sin motivos de fuerza mayor…”
Sin querer saber que nos depara el futuro.
En la actualidad, aunque San Luis Potosí se mantiene en semáforo rojo ante la contingencia, se comienzan a abrir los espacios deportivos. Yo estoy feliz de poder compartir la alberca con él todas las mañanas, de tener nuevamente la oportunidad de acompañarnos, pero ahora rodando en la carretera y sentirme motivado al tratar de mantener su paso cuando vamos a correr al parque “Tangamanga”.
No puedo creer que ya esté cursando el tercer semestre de la carrera. Me emociona ser testigo silencioso y sorprenderme cuando lo veo participar en sus clases virtuales.
Gracias a la “bendita” pandemia, hoy nuestro “bebé” lleva cinco meses prestado en casa.
Quisiera imaginar que el paradigma de la educación presencial en estos momentos se derrumba y en un futuro inmediato eso ocasione el no tener que regresar a la mayoría de las estudiantes a las aulas.
Por otro lado, también sé, que en algún momento y de manera definitiva, Santi desplegará de nuevo sus alas, pero me encantaría que nos lo dejarán disfrutar otro ratito…
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