Papás en Cuarentena

De Wuhan a un pastel de chocolate

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Escrito por Carlos Uriegas

Y las palabras que acompañarán la memoria de nuestros hijos

Este lunes 10 de agosto, cuando mis dos hijos regresan virtualmente a la primaria, me doy cuenta de todo el aprendizaje obtenido en los últimos cinco meses.

Desde la pregunta: “papá, ¿Dónde queda Wuhan?”, hasta “¿Cuándo crees que termine todo esto?”, han pasado más de 150 días.

Se nos fue la Primavera, perdimos el Verano, se aproxima el Otoño para septiembre, pero el fresco matinal de estos días nos recuerda que este año no sentimos ese calorcito primaveral ni las sofocantes temperaturas veraniegas de Querétaro. Los números del termómetro fueron sustituidos por la cifras de contagios y de muertos, nubarrones grises que acentúan perfectamente un panorama que nos prepara para lo que viene, el invierno. Frío que aún desconocemos si sentiremos en la cara o sólo lo veremos detrás de las ventanas.

Cuando a finales del 2019 escuchamos por primera vez el nombre de la provincia China de Wuhan y que se estaba presentando un brote de un nuevo Coronavirus, la noticia parecía ajena, sonaba muy lejana, era una enfermedad focalizada, era el 17 de noviembre, día de mi cumpleaños, recuerdo que fue domingo, no olvido el pastel, las velas y el sabor a chocolate.

Con el paso de los días, en el mes de diciembre, poco después de Navidad, el brote se convertiría en epidemia, pocas semanas después se hablaría en el mundo de la nueva pandemia y al virus se le bautizaría con el nombre de Sars-Cov2.

La vida me colocó de nuevo en una redacción y el oficio tuvo que salir a flote en el momento justo, cuando la vida me recordaba que había que reportear, salir a la calle a investigar de nuevo. Como regalo de Reyes, el pasado 6 de enero me presenté bien desayunado, (por aquella vieja incertidumbre de no saber si habrá tiempo para comer), al Am de Querétaro, con mi libreta (soy de la vieja escuela), y una pluma bic, de las que no saben fallar.

Al tiempo que me desempolvaba empezaron a fluir los temas, las preguntas y los textos, aún la redacción era el punto de encuentro, análisis y seguimiento. Telefónicamente, y a través de WeChat, viajé a China para entrevistar, recibir imágenes y videos de queretanos en Bejing, Shangai y otros “pueblos chinos”, de 3 millones de habitantes, como me contó el ingeniero Jorge Torres Hernández.

“La verdad la cosa es seria. Me preocupa lo que pueda pasar en México, si aquí, con la disciplina del gobierno y el sistema se salud se han disparado los casos, no me imagino lo que puede ocurrir en México”, narraba Jorge, quien además compartía que en China, desde el inició, el uso de cubrebocas siempre fue obligatorio.

De China, la mancha roja viajó a Europa, a la región norte de Italia, la más rica del país, sería el nuevo epicentro de la pandemia. Era el 21 de febrero cuando las autoridades italianas anunciaban que un hombre de 38 años había sido el paciente cero y vivía en la ciudad de Codogno, era el momento de contactar a Cynthia Rodríguez, amiga periodista, mexicana con residencia en Milán, a partir de ahí obtuvimos, gracias a sus crónicas, una visión clara y contundente para empezar a entender lo que venía.

Cynthia se encerraría, comenzaría a escribir y nosotros a leerla, sus historias italianas se extenderían y coincidirían con lo que se viviría en España, Alemania y el resto del Viejo Continente.

Tras cruzar el Atlántico, llegaron las imágenes perturbadoras de hospitales saturados y fosas comunes en Nueva York. A finales de febrero México registraba los primeros contagios importados, unos procedentes de un foro de negocios en Italia y los más, aquellos que llegaron de las pistas de ski, de Vail Colorado, entre ellos el presidente de la Bolsa Mexicana de Valores, Jaime Ruiz Sacristán, quien moriría el 12 de abril.

El 11 de marzo Querétaro confirmaba su primer caso, para esa fecha ya se le llamaba COVID-19. La Secretaría de Salud informaba que un hombre de 43 años, residente en España llegó a México para viajar a Querétaro a visitar a familiares, había dado positivo, no se supo el nombre, pero de inmediato fue aislado en su domicilio.

Mi casa, como aula y redacción

El 18 de marzo se anunciaba que las clases se suspenderían por un mes, “para poder evitar contagios”. Mis hijos regresaron a la casa, para ellos la sala se transformó en escuela y yo la convertí en mi nueva redacción.

Las clases terminaron de manera virtual, mis hijos ya no regresaron a las aulas; el mayor pasó con 9.3 a quinto y el menor avanzó a cuarto de primaria con 9.4 de promedio, en el proceso, yo recordé lo problemático que me resultaba el común denominador y lo complicado de algunas divisiones, en este nuevo esquema intentaba estar atento a corregir algún dato en sus clases de historia o español, al tiempo de atender el teléfono y a las conferencias; descubrí que la palabra Zoom, no sólo significaba un acercamiento a un objetivo con la cámara, era una nueva forma de ingresar a las fuentes de información y conocimiento.

Mi esposa, quien se encarga de las compras en una primaria, siguió trabajando por lo que tuve que atender, dentro de todas mis distracciones (son muchas), a mis dos hijos. Los dos vieron de cerca mi trabajo, aprendieron a guardar silencio mientras lanzaba una pregunta o escuchaba la respuesta, en más de una grabación quedó el registro de sus voces o el ladrido de alguna de mis perras.

Aprendieron también que el Sars-Cov2 es el nombre del virus, y que COVID-19 es la enfermedad que éste produce. Entendieron que la comida saludable ayuda a subir las defensas, que a su padre le gusta escribir y juntos renovamos el amor por la lectura; ambos supieron de los Fabulosos Cadillacs, de Calamaro, sufrimos con la muerte de Pau Donés y se hartaron de escuchar “Por ti” en la voz de Óscar Chávez.

Liliana compaginaba sus tareas en el trabajo y en la casa. Los tres hombres buscamos la forma de ser su equipo; descubrimos, entendimos, aplaudimos y valoramos la entrega, el compromiso y el cariño con el que mi esposa hace todo por llevar a buen puerto nuestra barca.

También, creo, entendieron que es bueno tener un hermano en casa, con quien pelear, aprender y jugar y yo descubrí, que si no me pongo atento, en cualquier momento me llevan al baile.

La palabra primicia o exclusiva

Mis hijos también entendieron la palabra primicia, por una indiscreción, fueron los primeros en saber que en en la madrugada del 29 de marzo un hombre de 58 años dedicado a la construcción y con antecedentes de hipertensión murió en el Hospital General, y que su hermana de 62 años fallecería una semana después, eran las primeras víctimas mortales en Querétaro.

Tras el cierre de escuelas vino la suspensión en los negocios; hoteles, restaurantes y comercios bajaron las cortinas, lo peor estaba por venir.

Ser papá en una cuarentena sirvió para conocerlos y aprender de ellos, entender la magnitud de la legendaria frase de los abuelos: “Uno como quiera, pero los niños”. Ellos, los principales afectados serán parte de una generación que siempre llevará en la memoria las palabras coronavirus, contagio, pandemia y vacuna; tendrán la posibilidad de iniciar en unos años la plática: “Recuerdo cuando en el 2020 estuvimos encerrados más de seis meses en la casa”.

A mí me recordó que el escribir es una forma de estar vivo, de sentirme útil, aunque sabemos que en esta pedregoso camino profesional terminamos muchas veces por leernos los mismos sin llegar a impactar más allá de nuestro círculo rojo o de influir como quisiéramos con la labor informativa, al menos castigamos al teclado, sacamos de alguna forma las emociones, quizás sacamos un poco nuestras frustraciones y alimentamos nuestros sueños.

Desde el 11 de de marzo a la fecha, han pasado 155 días, se ha transitado de Fases a Semáforos, las cifras para enumerar contagios y muertos han variado. En México ya van mas de 50 mil muertos y oficialmente en el Estado de Querétaro (hasta el 8 de agosto) han dado positivos a COVID-19 un total de 4 mil 618  personas, y desgraciadamente 571 han perdido la vida.

Nos encontramos en el pico más alto de la pandemia en México. La famosa curva es más pronunciada de las que lanzara el brazo zurdo de Fernando Valenzuela, y mientras terminamos de poncharnos con ese lanzamiento, en Europa ya se habla de rebrotes.

Acá, seguimos ascendiendo como ese Cohete que se fue un 30 de mayo y que ya vino con la misión de llevar vida a Marte. Eso ya no lo veremos, a lo que aspiramos, quizá sea a estar de nuevo todos juntos, podernos abrazar de nuevo, sanar con “Un jarabe de Palo” y disfrutar de un delicioso pastel de chocolate.

Acerca del autor

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Carlos Uriegas

Cuando estudiaba en la Carlos Septién García escribí mi primera nota para el Diario La Afición y desde 1992 supe que estaría ligado al mundo de la información, casi siempre en medios impresos; la liga se fue modificando, en ocasiones de manera muy estrecha, sobre todo en los tiempos en que siendo muy joven me tocó aprender y echar a perder con un grupo de entusiastas periodistas en proceso, durante la gestación y época de oro del Periódico Reforma. El deporte, la cultura, la historia y la forma de contarla me llevaron a integrarme a Diario Monitor, Excélsior, Grupo Imagen y otros proyectos. En mi nueva vida queretana la liga con el periodismo se distendió un poco, pero no se rompió nunca; al tiempo que establecíamos un negocio familiar enfocado al ciclismo urbano. Este 2020 trajo consigo mi regreso a una redacción, el AM de Querétaro me abrió sus páginas para contar el impacto de un año que pasará a la historia y que ya nos marcó a todos. Hoy agradezco la posibilidad de poder contar cómo me ha tocado ser padre, de cómo el ingenio nos ha llevado virtualmente por un camino hacia la felicidad y que al final de todo, me empeño en que sea real.

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