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“¿Odiar a los hombres?, no: quiero amar sin miedo”

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Escrito por Ana Francis Mor

La reflexión hoy de Ana Francis Mor

Cuando era una niña de siete años quería ser presidenta de la República. Las cosas que pasaban en el país me parecían tan absurdas y tan lógicas de arreglar, que mi camino era claro. La cuestión era que los pobres ya no fueran pobres, que nadie le pegara a las personitas de mi edad y que las personas adultas no trabajaran tanto para poder jugar.

Jugar. Eso me dijeron hace poco que era el amor. Jugar.

La mitad de los feminicidios los hacen nuestras parejas masculinas. 9 de cada 10 mujeres con VIH, lo contrajeron por sus parejas estables y monógamas.

Y vuelvo entonces a la niña que fui y trato de imaginar cual es la política pública lógica para resolver que sean los propios hombres que nos aman los que nos maten, los que nos hagan más daño que nadie. Y pienso entonces en mi padre que ya está viejo y al que de todos modos quiero porque tengo un hijo y sobrinos y amigos y hermanos y más me vale volver al amor a mi padre, para poder construir otra mundo con mi hijo, mis sobrinos, mis hermanos, mis amigos. Porque aunque me hice un mundo de mujeres, la vida me recuerda que tengo hermanos, sobrinos, amigos y me puso un hijo enfrente.

¿Qué hacemos las feministas con los hombres que amamos para que nos se conviertan en los hombres que nos maten aunque nos amen?

Los hombres que nos matan, no nos aman. Eso no es amor y tenemos que dejar de nombrarlo así.

La política pública adecuada para que mi mamá no se muriera por amor, hubiera sido que alguien cocinara a su lado, y mientras preparaba esos chilitos en nogada que le salían tan sabrosos, le contara que no era necesario tener un esposo para valer la pena, que el hecho de que su padre que la amaba tanto la sacara de la universidad por ser mujer no estuvo bien, que divorciarse no la condenaba, que el placer sexual existía, que sus hijas estaban mejor sin un padre golpeador, que ella estaba mejor sin un marido golpeador, ladrón y traidor. Que su vida profesional la estaba salvando y que su liderazgo como restaurantera le estaba salvando la vida a otras tantas mujeres que estaban con ella, cocinando.

Una política pública auxiliadora para mi padre hubiera sido que alguien se sentara con él en su despacho de ingeniero y le dijera que sus logros profesionales no eran más importantes que todo el trabajo que mi madre hacía en casa con sus cinco hijas y que podían ser un equipo, que decidieran como equipo sobre todas las cosas de la familia y que no tenía que golpear a nadie, que eso no lo hacía mejor persona.

Y que el dinero que ganaba no era de él y que pensarlo era deshonesto, porque era dinero del equipo, porque la gracia de trabajar en equipo es que cada quien hace su parte, pero los logros se comparten y el dinero es un logro. Y con amor abrazarlo y decirle que no tenía que acostarse con todas las mujeres que se topara en su camino para demostrarle nada a nadie y que si se sentía atraído por otras mujeres era normal, pero tenía que decidir con su compañera de equipo qué hacer con eso.

Una política pública que le dijera a mi padre que no se perdiera a su familia, porque con cada paseo, cada preparada de cenar, revisión de tarea, o pelea para que sus hijas se lavaran los dientes, aprendería que no las tiene todas consigo porque aunque seas Don Chinguetas, no eres nadie si tus hijos no te conocen.

Porque cuando te enfrentas a que los hijos no son lógicos, ni estándar, ni de 9 a 6, aunque seas el nobel de literatura o el CO de la más exitoso de las empresas, te das de topes contra la pared y tan solo eres un adulto, haciendo el ridículo porque se le olvidó que a este mundo vinimos a jugar.

Mirar a un macho exhibirse como golpeador, regañador, superior, acosador o diputado seguro de sí mismo es tan ridículo como mirar a alguien boxeando contra el mar, creyendo que va a ganar.

No pude odiar más a mi padre, como no puedo odiar más a todos los machos que matan a las mujeres. No puedo odiarlos porque tengo un hijo y sobrinos y hermanos y amigos que amo y que me aman y quiero que el amor entre hombres y mujeres deje de significar miedo.

No. No sé qué hacer con eso. Solo sé que odiar no, ¿amar? Por supuesto.

Acerca del autor

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Ana Francis Mor

Es actriz, cabaretera, escritora, directora teatral y activista mexicana. Es una de las fundadoras del colectivo Las Reinas Chulas que promueve el cabaret en México. Se ha especializado en derechos sexuales y estudios de género y en 2011 fue galardonada con la medalla Omecíhuatl por su labor a la construcción de la ciudadanía de las mujeres, otorgada por el Gobierno de la Ciudad de México.
Desde 2007 escribe en Emeequis la columna El manual de la buena lesbiana, la cual más adelante se recopiló en dos libros (2009, 2013). Publicó Para soñar que no estamos huyendo (2013), una adaptación de Ricardo III, la obra de Shakespeare. Lo que soñé mientras dormías es su primera novela.

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