“Entramos todos o no entra ninguno”. Es la frase que más repito últimamente. La escuché del escritor español Albert Espinosa, quien en sus charlas habla de esa inclusión que a mí me gustaría vivir junto con mi familia, en la ciudad en la que residimos.
Han sido tantas las escuelas que me han dicho que no aceptan a niños con Síndrome de Down y han sido tantas las experiencias que nos ponen barreras que he decido escribir este “Diario” para compartirles por qué se me complica tanto hacer cosas que las familias con hijos regulares hacen con más facilidad.
Como ir a la escuela. Algo que debería ser sencillo, pues es un derecho fundamental. Sin embargo, parece que no es nada fácil. Al menos, para mí y para mi familia no lo ha sido. Desde el ingreso a la educación preescolar, he recibido respuestas como: “No habrá poder humano que haga que aceptemos a su hijo”. Eso me lo dijo, en 2016, la directora del kinder del Colegio Mexico Canadiense, ubicado en la Colonia del Valle, en la Ciudad de México.
Aquella ocasión salí llorando. Mi hijo tenía 3 años. Solo envié un correo electrónico a la dirección general de la escuela contando lo ocurrido. Se comunicaron conmigo para ofrecerme una disculpa. No hice más. No pasó más. No dejé a mi hijo ahí. No tenía certeza de que lo trataran bien después de una frase tan lapidaria.
Han pasado 6 años desde aquel incidente, y lo peor es que no he dejado de acumular anécdotas similares. Ya perdí la cuenta de cuántas veces, las maestras e incluso directoras que yo consideraba cercanas a mi manera de pensar me han dicho: “Tal vez ésta no es la escuela que tu hijo necesita”.
Desde que comenzó el desconfinamiento paulatino para que los niños regresaran a la escuela, en 2021, comencé a buscar opciones para mi/mis hijo/hijos. Los informes y la inscripción siempre son muy sencillos para mi hija regular (o sin Síndrome de Down, como algunos dicen, aunque yo prefiero decir “normotípica”). Incluso me parece grave que la invisibilicen a tal grado que solo sea considerada un número más, una colegiatura más, una entrada más.
En cambio, un niño con Síndrome de Down tiene todo el reflector, pero no en un buen sentido, sino con una iluminación de interrogatorio judicial: “¿Qué dicen sus terapeutas?”, “¿Sigue instrucciones?”, “Es que no somos especialistas”, “Su otro hijo, el que no tiene Down, es bienvenido, pero déjenos consultar sobre su angelito”. Con esas frases, créame que en mi cabeza solo resuenan varias mentadas y otras tantas palabras altisonantes que quisiera decir a mis interlocutores. Me contengo. No es el camino.
Sin embargo, estoy convencida de que debo de empezar a reportar y denunciar ante las instancias correspondientes, este tipo de respuestas. ¿Por qué? Pues porque en la sala de partos, cuando me entregaron a mi hijo, yo no le contesté al pediatra: “¡Ay, no, doc! No le puedo recibir a este bebé, porque no soy una mamá especialista en Síndrome de Down”.
Las escuelas son los centros “especializados” que están capacitados en educación y pedagogía. Así que, por favor, pidamos que dejen de contestar:
— “Ésta no es la escuela que su hijo necesita”.
— “No tenemos el entorno adecuado para su hijo”.
— “No estamos capacitados”.
— “No somos especialistas”.
— “Llévelo a una institución especial”.
Esas son solo excusas para discriminar. ¡Basta! “Entramos todos o no entra ninguno”
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