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Diluvio con salvavidas

Reír y Sanar

No soy una persona religiosa, pero sí alguien que admira las alegorías y la capacidad que ofrecen de poder de expresar ideas muy profundas a través de historias muy simples. Por eso, a partir de un sueño que tuve, se me ocurrió lo siguiente.

Viendo que los humanos estamos a punto de llevar al colapso al planeta Tierra, extinguiendo a otras especies animales a un ritmo desenfrenado y poniendo en peligro la vida animal y vegetal por el calentamiento global que causamos con nuestro estilo de vida, Dios se propuso tomar cartas en el asunto.

Coligiendo de su experiencia con el Diluvio, que no era buena idea poner todos los huevos en la misma arca y que, a juzgar por los resultados, los descendientes de Noé y familia no habían aprendido mucho y, unos cuantos milenios más tarde (un parpadeo para Dios), estaban igual si no es que peor que antes del aguacero de proporciones bíblicas, decidió emplear otra estrategia.

Así, se le ocurrió mandar al SARS-coV-2. Pero esta vez, se dijo, se las voy a poner más fácil y les voy a dar la oportunidad de que aprendan de la experiencia para poder superarla. En lugar de salvar a una sola familia, voy a darles chance de que se salven todos, si se cuidan. Sólo tienen que lavarse las manos, no tocarse la cara, guardar una distancia de metro y medio al estar con personas con las que no conviven, usar cubrebocas y quedarse en casa, si es posible. ¡Pan comido! Es como si al mandar el diluvio lo hubiera acompañado de un bote salvavidas con provisiones y unas instrucciones muy sencillas: nada más no te salgas del bote.

Pero pronto se vio que las cosas eran más complicadas de lo que parecían. Surgieron los que negaban la existencia del virus, aun entre aquellos que creen en algo tan intangible como la existencia de la divinidad se daban incrédulos de que hubiera un virus tal. Entre ellos había no pocos gobernantes populistas.

Lo de lavarse las manos parecía lo más sencillo del mundo, pero si desde pequeños no les habían inculcado el hábito y no lo hacían después de ir al baño y antes de lavarse los dientes o de ir a comer, tampoco lo iban a hacer ahora para limpiarse un virus invisible.

Usar el cubrebocas tampoco resultó muy fácil, pues muchos alegaban que violentaban sus derechos, como si el derecho a la salud y a la vida fueran de menor monta que el de llevar la cara descubierta. Y, para colmo, entre los que los usaban había muchos que dejaban la nariz descubierta, como si se pusieran un taparrabos que no les cubriera el rabo. A lo mejor la idea de llamarle “cubrebocas” no fue muy buena, porque precisamente por la nariz es por donde se dan más contagios.

Y qué decir de la sana distancia en un planeta sobrepoblado, donde el espacio se ha convertido en un lujo. A ver cómo guardas la distancia en un vagón del Metro en hora pico, ya no digamos para no contagiarte del COVID-19, sino para que un viejo rabo verde no te sabrosee. Además, está la tendencia, muy arraigada en países como los latinos, a comportarse como muéganos y apretujarse unos con otros.

Por si fuera poco, quedarse en casa para muchos se convirtió en un infierno. Ya mejor hubieran preferido que les mandaran el mentado diluvio antes que encontrarse con que, en la convivencia forzada con su pareja, descubrían, en el mejor de los casos a un desconocido y, en el peor, a un enemigo, cuya hostilidad podía hasta en poner en peligro sus vidas. Y los hijos, que de bendición pasaban a ser una maldición, encerrados en espacios pequeños y sin ir a la escuela y teniendo que compartir las computadoras para que ellos tuvieran clases a distancia y los papás teletrabajaran. Lo dicho, un infierno.

Dios, cuya paciencia es infinita, comprobó una vez más que para ahogarse, los humanos no necesitan un diluvio, sino que les basta con un vaso de agua.

Acerca del autor

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Gerardo Jiménez Valdés

Nacido en la Ciudad de México el 2 de agosto de 1958. Es comunicador certificado y consultor certificado en Semiología de la Vida Cotidiana. Psicoterapeuta Gestalt con especialidad en Desarrollo Humano. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca, España, y entre otras muchas cosas, tiene un master Reiki tradicional Usui certificado por el Centro Holístico Avinu.
También fue Premio Casa de América Latina, dentro del Concurso de Cuento Juan Rulfo, gestionado por Radio Francia Internacional, por el cuento “El ojo de Bertha” (2002). Le encanta escribir cuentos y en el 2014 publicó Historias subterráneas, Ediciones Palibrio. Ejerce como Psicoterapeuta Gestalt privadamente.
gerardojimenezv@gmail.com
5580305319 (Cel y WhatsApp)

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