Hoy, 30 de julio de 2020, y a propósito de la entrada del etiquetado en México, una primera lucha ganada contra la industria en este país, y en el marco de una pandemia que azota al mundo y que sume a México en el abismo de la enfermedad por el ataque del Covid-19, cuyo blanco han sido principalmente los pacientes de enfermedades crónico degenerativas, derivadas de la obesidad, como la diabetes. Hoy publicamos nuevamente este reportaje en Salud Primero por lo que aporta y porque a dos años, sigue más vigente que nunca…
A sus 13 años, Vielka tiene claro que si no fuera por una infección en el oído derecho, ella jamás se habría enterado que padece obesidad. Hace ocho meses, fue intervenida quirúrgicamente a causa de una otitis media, que le ocasionó una ligera pérdida de audición.
Durante el proceso de recuperación, los médicos detectaron un acumulamiento excesivo de grasa, además de veinte kilos extra en relación con su 1.51 centímetros de estatura. La instrucción que recibió fue tajante: evitar el consumo de grasas, pero donde vive, en Juchitán, al suroeste del estado de Oaxaca, la base de la comida es maíz, y muchas fritas, como las gorditas, los tacos, y en algunos casos, los tamales.
Tras su operación, al menos una vez al mes, viaja durante doce horas en autobús a la Ciudad de México. Esta mañana de lunes, se encuentra sentada en uno de los consultorios de la clínica de obesidad del Hospital Infantil de México “Federico Gómez” (HIMFG). Vielka es indiferente a las instrucciones de su madre. Lo único que quiere saber, por ahora, es cuánto tiempo le llevará bajar los últimos nueve kilos para llegar al peso que su cuerpo necesita.
Vielka es una niña tímida, de nariz afilada, ojos vivaces y muy coqueta. Lleva una blusa negra ajustada, un pantalón del mismo color y una chamarra de mezclilla amarrada a la cintura. Siempre que puede juguetea con su largo cabello oscuro.
— Mis papás me siguen dando 30 pesos para gastar en la escuela, pero mi fruta me cuesta sólo 15 pesos— dice presuntuosa.
— ¿Y qué haces con el resto?, le pregunto.
— Lo ahorro para comprarme ropa— dice mientras suelta una carcajada.
La motivación, el primer paso
De los 400 niñas, niños y adolescentes que acuden anualmente a consulta, sólo el 15 por ciento que lo hace por primera vez, sabe que tiene sobrepeso u obesidad, dice Salvador Villalpando, el encargado de la clínica de obesidad del Hospital Infantil de México “Federico Gómez” (HIMFG).
“Llegan aquí por las más raras y peculiares razones: manchas en la piel, azúcar o presión alta, dolor en las rodillas, genitales no desarrollados; en el caso de los hombres el pene y los testículos, mientras que en las mujeres nacimiento de vello púbico a edad temprana, además de sudoración en las axilas. Vienen por todo, menos por obesidad, una situación que en muchos casos puede causar negación”.
Villalpando, quien además es jefe del departamento de Gastroenterología y Nutrición del HIMFG, no se aflige al aceptar que la demanda de pacientes es alta en relación con el número de especialistas. Para poder darse abasto es necesario realizar un “análisis selectivo” para elegir qué pacientes recibirán tratamiento durante un año.
A través de una evaluación psicométrica se detecta cuáles son los enfermos que tienen el compromiso de cambiar su estilo de vida. El especialista lo compara con el proceso que enfrenta un fumador o un alcohólico, quien debe superar una serie de etapas que van desde la negación hasta la rebeldía, para finalmente llegar a la fase de aceptación, motivación y adaptación.
— ¿No es una determinación muy subjetiva?, doctor.
“Para nada”, enfatiza Villalpando. “En esta fase precontemplativa identificamos el nivel de motivación. Es sorprendente cómo niñas, niños y adolescentes tienen la firme determinación de cambiar su estilo de vida y buscan apoyo con sus padres”.
Pero a lo largo de su carrera, también le ha tocado lidiar con situaciones crudas: pacientes que ignoran las indicaciones y las advertencias, aunque el pronóstico a mediano plazo sea malísimo: una cirugía bariátrica, que permite reducir no sólo el exceso de peso, sino controlar la diabetes tipo 2, la hipertensión arterial, así como otros factores de riesgo en enfermedades cardiovasculares, músculo-esqueléticas, psicológicas y de calidad de vida.
La principal causa que se le atribuye a la deserción es la resistencia a eliminar los malos hábitos de alimentación, por parte del paciente y su familia, quienes desconocen que la obesidad favorece la aparición de infartos, altos niveles de colesterol, insuficiencia renal o diabetes, el mayor problema al que se enfrenta el sistema nacional de salud al ser la principal causa de muerte en adultos, la primera causa de demanda de atención médica y la enfermedad que consume el mayor porcentaje de gastos en las instituciones públicas.
Un estudio realizado por el Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO) calculó que los costos totales solamente de la diabetes asociados a la obesidad en el 2013 ascendieron a 85 mil millones de pesos anuales, de los cuales, el 73 por ciento fueron destinados para gastos en tratamiento médico, el 15 por ciento se asignó al costo generado por pérdidas debidas al ausentismo laboral, y finalmente un 12 por ciento al costo por pérdidas de ingreso debido a mortalidad prematura.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2017, México ocupó el segundo lugar en obesidad de adultos, sólo detrás de los Estados Unidos.
El panorama es poco alentador. Para El Poder del Consumidor, una organización que a través de su informe “Propuestas para una política integral frente a la epidemia de sobrepeso y obesidad en México” presentado en abril de 2018, indica que uno de cada dos niños nacidos a partir de 2010 podría desarrollar diabetes a lo largo de su vida, lo que representaría un costo de 272 mil millones de pesos entre gastos en tratamiento médico, ausentismo laboral y muerte prematura.
“Se trata de la primera generación con una esperanza de vida menor a la de sus padres”, lamenta el doctor Villalpando.
Conocer lo que comemos
Vielka jura en forma tajante que jamás volverá a beberse un refresco. Arruga la cara, manotea al aire. A los 13 años, agrega, debería tener buena salud, en vez de estar peregrinando en una clínica. La doctora que la asiste asiente con la cabeza, y le recuerda que tener un peso acorde a su estatura evitará llegar a la diabetes.
“Mi papá y sus hermanas tienen eso. Yo no quiero estar igual”, responde mientras recibe un listado de las porciones de alimentos que debe consumir durante las próximas semanas.
Al observar el papel, le pregunta acongojada a su madre si la papa es una verdura o un cereal. La mujer sonrojada dirige la mirada hacia la doctora, quien con voz bajita le dice que es la segunda opción.
Josefina, mamá de Vielka, admite que durante estos ocho meses se ha enfrentado a dos obstáculos: aprender a interpretar la dieta que los médicos le mandan a su hija, y darse el tiempo para reflexionar sobre el qué o cómo deben comer.
“En casa no hay tanto problema porque estoy yo. La cosa es cuando está en la escuela, va a fiestas con las amiguitas, o come en casa de su abuelita y sus tías paternas donde hay pan, refresco y comida frita”, confiesa afligida la mujer de 32 años.
La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016 (ENSANUT), revela que tres de cada diez niños en edad preescolar (de 5 a 11 años), así como cuatro de cada diez adolescentes (de 12 a 19 años) tienen sobrepeso u obesidad, pero para entender la magnitud de las cifras, la doctora Leticia M. García Morales, jefa de Endocrinología y de la Clínica de Obesidad y Síndrome Metabólico, insiste en reflexionar sobre la forma en que los mexicanos nos hemos alimentado desde hace medio siglo.
“No es fácil entender que esta epidemia tiene que ver con la forma en que nos hemos alimentado, al menos, desde hace tres generaciones”.
Los alimentos se encuentran disponibles los 365 días del año, facilitando su comercialización entre los grandes corporativos. Además, los hábitos alimenticios de los padres, repercuten directamente en la vida de los niños. Tanto las autoridades y profesionales de la salud insisten en pautas para combatir el sobrepeso y la obesidad a través de una dieta equilibrada y ejercicio físico, pero algunos cambios parecen más complicados que otros por muy fáciles que parezcan como por ejemplo, retirar el pan dulce.
Ni hablar de la repostería, ideal para las celebraciones especiales, pero poco aconsejable para la cena por su alta cantidad de azúcar. Reducir el consumo de gelatinas, jugos en lata o yogurt de frutas, porque aunque la industria alimentaria diga que es sano, al final son productos procesados con alto contenido calórico.
“En México, cuando le dices a un papá que el pan dulce es un alimento peligroso no lo entienden porque así lo criaron en casa desde pequeño. Otro cambio es evitar la mala costumbre de obligar a un niño a levantarse de la mesa hasta que el plato quede vacío, pues estamos acostumbrados a que un niño coma la misma cantidad de alimentos que los padres, cuando en realidad hay porciones que cumplen con la saciedad”, agrega la especialista en síndrome metabólico, un padecimiento considerado como el penúltimo peldaño hacia la diabetes o enfermedades cardiovasculares.
En el pequeño consultorio de esta área de la clínica de obesidad se atienden dos veces por semana (martes y miércoles) alrededor de 15 pacientes. Mensualmente ofrecen servicio a 60 y 75 menores de 18 años con elevaciones de colesterol y triglicéridos, aumento en el perímetro abdominal, alteraciones en la glucosa.
“En nuestra población, las costumbres y la cultura sobrepasa la información”, lamenta.
Nadie pretende que su hija o hijo sufra sobrepeso u obesidad, pero la especialista resalta la importancia de las “pequeñas acciones” que influyen positivamente en la educación alimentaria, por eso, además de la atención médica, el personal de la clínica de obesidad se esmera por crear talleres motivacionales, enfocados en dos aspectos: enseñanza nutricional para que tanto los niños y los papás sepan cuáles son los grupos de nutrientes, las porciones que deben consumir y así tengan mayor claridad en la dieta que deben de seguir, así como el tiempo de ejercicio y sueño que deben cumplir; mientras que en el segundo, un grupo de psicólogos trabajan con el paciente y su familia escenarios reales donde consumir o no alimentos sanos tienen efectos en el futuro.
“Nosotros les damos herramientas, pero al final, son los padres y el paciente quienes deciden si las usan en casa y en el resto de los espacios”, admite la doctora, quien se marcha del consultorio para hacer trámites administrativos.
Enfrentar ambientes obesogénicos
Fabiola lleva hablando media hora con la doctora asistente sobre grupos alimentarios, grasas, proteínas, carbohidratos, cereales y leguminosas. No se trata de una clase de nutrición, sino de todos los elementos que complementan la dieta de Orlando, su hijo, quien fue enviado de nefrología a la clínica de obesidad porque tiene ocho kilos extra, letales para alguien que desde los seis meses vive con un riñón.
Mientras observa cómo su madre anota las indicaciones en una libreta, Orlando, quien mide 1.33 centímetros, saca discretamente el celular de la mochila, teclea la clave y entra a YouTube. Al darse cuenta de la hazaña, Fabiola se lo quita para colocarlo debajo de sus piernas.
El niño pone cara de hartazgo. A sus ocho años, sabe cuál es el motivo de su sobrepeso: “Es que voy en una escuela de tiempo completo (de 8 de la mañana a 4 de la tarde), y en el comedor me dan puras fritangas: tacos dorados, enchiladas, chilaquiles, tortas, hot dogs, hamburguesas”.
Desde sus primeros pasos, Orlando siempre ha estado apegado a las instrucciones alimentarias de los médicos, sus padres tratan de ser cuidadosos: casi no le dan dinero, le ponen lunch, pero la hora de la comida en la escuela, es el problema.
“Ya me cansé de hablar con los maestros. Les he llevado copia del carnet médico, les he explicado que mi hijo necesita una dieta especial porque le falta un riñón, pero nadie me hace caso”, dice desesperada Fabiola.
De acuerdo con el Registro Nacional de Peso y Talla 2016, en las escuelas, el 39 por ciento de los alumnos desarrollan sobrepeso u obesidad cuando llegan a quinto grado, a pesar de que existen lineamientos obligatorios y sancionables por la venta de comida y bebidas en la escuela desde el 2014.
Un año después, en el Presupuesto de Egresos de la Federación, se estableció que el 15 por ciento de los recursos destinados al Programa de la Reforma Educativa se invertiría en la instalación de bebederos con suministro de agua potable en inmuebles escolares. De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO), dicha cifra ascendió a poco más de mil 360 millones de pesos.
El 15 de abril de 2014, se publicaron en el Diario Oficial de la Federación los lineamientos que prohíben la publicidad de alimentos que excedan los criterios nutrimentales en horarios infantiles: 2:30 a 7:30 de la tarde de lunes a viernes, y de 7 de la mañana a 7:30 de la tarde sábado y domingo. Sin embargo, en México, las niñas, niños y adolescentes siguen expuestos a esta publicidad en los horarios de 20: 00 a 22:00 horas, así como en internet y los espacios públicos, en los que no existe regulación.
Respecto al etiquetado, la Estrategia Nacional para la Prevención y el Control del Sobrepeso, la Obesidad y la Diabetes, en 2015 implementó una medida regulatoria que pide a la industria de bebidas y alimentos tener el SEFAB, mejor conocida como la Guía Diaria de Alimentación (GDA), en la que se debe indicar el porcentaje de grasa saturada, otras grasas, azúcares totales, sodio y energía (en Kcal) por el contenido total de envase y porción.
Sin embargo, este etiquetado frontal utilizado desde 2011, carece de comprensión y criterios científicos para informar a los consumidores sobre el contenido calórico entre los alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas, así lo reveló la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016 (ENSANUT), donde sólo el 13.8 por ciento de la población entiende el uso de la GDA, mientras que el 86.2 por ciento preferiría una forma más sencilla para evaluar rápidamente la calidad de un producto.
Fue así como el 27 de agosto, la organización, El Poder del Consumidor, pidió a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resolver “a favor de los mexicanos” y “obligar” a la industria a que el etiquetado de sus productos sea entendible para todos los compradores.
Apenas el 29 de agosto pasado, la Suprema Corte respondió con un golpe bajo al rechazar modificar el etiquetado en los alimentos y bebidas para hacer más fácil su lectura. De esta manera todas las políticas públicas dirigidas en proteger el derecho a la salud y a la alimentación de las niñas, niños y adolescentes, las advertencias de organizaciones civiles y expertos sobre la urgencia de prevenir la epidemia del sobrepeso y la obesidad infantil, no han sido suficientes para frenar el el ambiente obesogénico.
Eso se observa en todos los espacios: en la escuela con “tienditas” repletas de bebidas azucaradas, alimentos con alto contenido de sal y calórico, así como escasez de bebederos; en casa con hábitos arcaicos de los padres; publicidad abrumadora en televisión; entretenimiento pasivo con smartphone, tablet, computadora o videojuegos, promotores del sedentarismo en la mayoría de la población.
Para Fiorella Espinosa, investigadora en salud alimentaria del Poder del Consumidor, el problema en las medidas en la regulación de alimentos y bebidas en las escuelas, en la publicidad y el etiquetado de alimentos, radica en que no son sancionables, es decir, no hay claridad sobre quién es la figura responsable de hacer cumplir estos lineamientos.
“Si no existen mecanismos de monitoreo de supervisión, no existirán sanciones, y por lo tanto, no habrá mejoría en la aplicación de estas regulaciones. Muchas veces los padres de familia identifican que el director está coludido con la encargada de la cooperativa, pero no existe una figura a la que puedan ir a denunciar”, afirma Espinosa.
Para tratar de romper con la indiferencia de las autoridades educativas, la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) en colaboración con El Poder del Consumidor -quienes integran la Alianza por la Salud Alimentaria- anunciaron el 30 de abril de 2015, una estrategia rápida, fácil y anónima de denuncia ciudadana www.miescuelasaludable.org
#MiEscuelaSaludable / Denuncia Ciudadana
Aunque el proyecto coordinado por Fiorella Espinosa no tiene carácter legal, tanto padres y madres de familia, así como niñas, niños y adolescentes tienen un espacio para levantar reportes. Actualmente existen 3 mil denuncias, sin embargo, siguen sin existir mecanismos de vigilancia en las escuelas.
“El primer año recibimos cartas de directores diciendo que tomarían cartas en el asunto, pero nunca ha pasado nada. La SEP pidió que abriéramos un espacio para escuelas que presentan éxito, pero sólo hemos recibido 20 casos. Son experiencias aisladas, que si bien no son menores, no hablan de cómo se logró generar un cambio completo”.
Obesidad, la punta del iceberg
Decir que una niña, niño o adolescente está “llenito” o “gordito” es evitar hacer conciencia de enfermedad, así lo indica María José Adame, psicóloga adscrita a la clínica de obesidad.
Aprender qué alimentos deben comer, disminuir el tiempo en pantallas, ejercitarse, pero sobre todo, que el paciente conozca su cuerpo y distinga si tiene hambre física o emocional, son algunos de los hábitos que la especialista trata de inculcar entre sus pacientes, quienes al salir del hospital, volverán a enfrentar un ambiente obesogénico. “Les enseñamos a no resolver sus problemas a través de la comida”, indica en entrevista telefónica.
Para la especialista no existen investigaciones longitudinales que indiquen si la depresión precede y predice a la obesidad o al revés. Los casos de obesidad infantil no tienen un patrón en común, de ahí la importancia de trabajar caso por caso y evitar generalizaciones.
“Tenemos pacientes donde el trasfondo de la obesidad tiene que ver con hábitos de conducta, una forma de defensa, ansiedad, depresión”.
De ahí la importancia del primer paso: la aceptación, de lo contrario, no harán conciencia de lo que implica esta enfermedad que requiere un cambio en el estilo de vida del paciente y de los padres, e incluso de la familia extendida, quienes muchas veces son los principales saboteadores del tratamiento.
“Hay abuelas que no aceptan la idea de que su nieto esté a dieta, dicen que la mamá es una exagerada porque piensan que un niño gordo es sano”.
A diferencia del alcohol o el cigarro, en la obesidad la recaída es mucho más común, porque la comida es una necesidad básica. Aprender a regular y modificar hábitos es algo que se aplica tres veces al día, los 365 días del año.
Del total de pacientes que son atendidos en la clínica de obesidad, el 30 por ciento concluye el tratamiento médico con un rango acorde a su edad y estatura, pero sólo el 28 por ciento no sufre recaídas posteriormente.
“Tenemos un margen de fracaso del 78 por ciento, y aunque es un fenómeno general, no dejamos de cuestionarnos”, admite el doctor Salvador Villalpando.
Cambios en el estilo de vida que van más allá de aprender a poner un lunch saludable o dejar de darle dinero para no que consuma chatarra durante el recreo, de ejercitarse alrededor de 40 minutos diario. Un niño obeso, durante toda su vida enfrentará una batalla permanente con su peso, no por estética, sino por conservar su vida.
DATOS:
El sobrepeso y la obesidad afectan ya al 33% de la población infantil y al 72.5% de la población adulta.
Para una persona es 21 veces más barato cambiar de hábitos que tratar una diabetes complicada, que a lo largo de 30 años del diagnóstico puede llegar a los $1,976,054 pesos.
Las pérdidas por ausentismo laboral son:
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