Mamás en cuarentena

Y de repente, rehacer la vida…

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Escrito por Martha Ramos

Aprender de mi hija, mi mayor lección de la pandemia

Hoy es 23 de julio, la primavera se nos fue.

Hace 4 meses y 10 días empezó el encierro en casa. Aca vivimos puras mujeres, Ale, mi hija de 21 años, tres perras, dos de 15 años y una cachorra de un año, Alicia, la indispensable mujer que nos ayuda en casa y yo. Yo siempre he sido la más ausente. Hasta ahora.

Y eso nos cambió todo.

Ale fue la primera en encierro involuntario, el 13 de marzo, cumpleaños de mi hermano, fue su último día presencial de clases. Hasta hoy, todo lo demás ha sido en línea.

Ese primer sábado ella se fue a almorzar con amigas de la infancia; aproveché para revolver el departamento, desaparecer el comedor y dar paso a un espacio de trabajo que a ambas nos diera la ilusión de una nueva época, y no de principio del apocalipsis.

Me ha impresionado la resiliencia de la generación de Ale, ellos tendrían que haber generado este año un negocio facturando… en febrero tenían grandes planes, en marzo tuvieron que empezar a transformarlos todos. Y el piso se les movió y el trabajo en equipo no fue como esperaban, y no todos le entraron… Pero hoy tienen un negocio en ciernes. Y aún no regresan al aula. Impresionante, alentador.

¿Yo? Fue una locura. Borrar todo lo que te han enseñado por años. Soy periodista y tengo la dirección editorial de una organización que imprime 45 periódicos. Desde que salí de la facultad, en 1988, sabía que un periódico te come la vida, hay que estar en la redacción de principio a fin. Así ha sido desde entonces.

De repente las reglas cambiaron, en dos semanas debimos reorganizar todas las redacciones, adecuar flujos de trabajo, trasladar gente a su casa, probar conexiones de internet, establecer horarios, supervisión, metas, números.

Un medio de información es un trabajo prioritario. No para nunca.

Era claro que el encierro sería, para Ale y para mí, un periodo de tensión.

Hace 4 meses y 10 días seguían vigentes planes de viajes. Habría un encuentro de periodistas en Saltillo y en junio otro en España, Ale iría conmigo. Compramos una maleta en descuento para ese viaje. Nada sucedió.

Rehicimos la vida porque eso es lo que hay que hacer. Trabajamos todo el día, apartamos la hora del hambrita y comimos juntas, todas, incluyendo a Alicia, la deliciosa cocinera y aliada siempre, allá arriba en la terraza, porque el comedor ya no existía.

Y por primera vez en mi vida laboral, empecé a comer en casa todos los días…. Planear menú, disfrutar de agua fresca, un buen café…. En un principio sentía todos los días como sábado. Luego las semanas fueron pasando, el sol dio paso a la lluvia y la comida ya no podía ser al exterior, nos encerramos.

Eso sí, Ale y yo seguimos apartando los sábados como un día especial. Pedímos algo especial para comer, abrimos un vino y charlamos de todo y de nada. El sábado sigue siendo el día especial.

Hace 4 meses y 10 días ni por asomo suponíamos que el país sumaría más de 40 mil muertos. El ruido en la calle era el tráfico desesperado de los chilangos. Luego invadió un silencio que te encogía, hoy el único ruido son las ambulancias. Cuando son muchas, Ale y yo callamos, sabemos lo que significa. Y de repente empiezan las preguntas – cómo está la abuelita de tu amiga? Bien? – oye qué has sabido de mi tío? – mamá, no hay enfermos en tu periódico?, como si fuera indispensable el pase de lista. El saldo por lo general es positivo, descansamos…. Hasta la siguiente oleada de ambulancias.

El 10 de mayo hubo un intento por armar comida familiar. Nos dio susto y se canceló. El miedo ya estaba en el aire. Un par de días después Ale perdió el gusto y el olfato y las alertas se prendieron.

Confieso que en todo este tiempo lo imperdible ha sido comer con mi mamá los domingos. El año pasado sufrió un episodio de cáncer y decidimos que si bien la visitaríamos, ni besos ni abrazos. Cuando Ale registró los síntomas, le alertamos.

Ambas nos fuimos a hacer la prueba. Ale salió positiva, yo negativa (falso negativo posiblemente). Nos encerramos Ale, Alicia, las perras y yo, durante dos semanas. Nos acostumbramos, nos adaptamos. Bendita juventud dirán las abuelas, la chamaca no pasó de perder el gusto… lo recuperó poco a poco la tercer semana. Yo no volví a la oficina por tres semanas.

Mi mamá sin problemas, siguió adelante, con paseos cortos para saludar a los de la colonia, a los que conforman tu vida: el zapatero, el de la fruta, la que atiende en la tintorería…

Hace 4 meses y 10 días yo pesaba kilo y medio más que ahora. Ale es una espiga, las dos estábamos muy metidas en la rutina del gym, nos aferramos hasta el último día, cuando anunciaron el cierre. Fue el primer gran golpe al ánimo. Ale hizo de la sala su centro de entrenamiento, ropa fit y pantuflas. Yo salí a reconocer el parque que está a dos cuadras, es lindo, huele a tierra mojada, a hierba de bosque. Siempre con la misma sudadera de Levi’s; sus pantuflas y mi sudadera han sido aliados inseparables.

Durante un tiempo las dos entrenamos. Cuando el semestre cerraba y Ale estaba hasta el tope de trabajo, dejó de ejercitar y el carácter se volvió tenso y duro. Ella es el equilibrio en casa, así que fue difícil. Reclamé que le bajara al trabajo y me veía con cara de “llevas toda mi vida diciéndome que salga bien en la escuela”. Yo respiraba hondo y salía a correr.

Total que ya logré bajar kilo y medio (pero qué canijo trabajo cuesta bajar de peso después de los 50) y Ale ahora comparte conmigo platillos como hotcakes de avena o enchiladas light. Hasta eso, saben bastante bien.

Hace 4 meses y 10 días la rueda giraba, todos teníamos ingreso seguro y gasto en consecuencia. Hoy todos medimos los pesos, la nube de la crisis económica cae como tormenta de verano.

Cuando empecé a ver  que en la Central de Abasto (centro de distribución alimentaria de la ciudad) había casos de Covid, decidí no comprar más alimentos frescos en el mercado local y pedir entrega de un mercado de productos orgánicos.

Un mes después Alicia regresó del mercado con una penca de plátanos. “Las están regalando, dicen que no están vendiendo nada”. Dimos paso atrás, apoyamos a la gente del mercado, y regresamos.

Un primo se dedica al teatro, dejó su natal Chihuahua para venir a la capital. Tenía grandes proyectos, todos se suspendieron. Sus ahorros se están acabando. Decidió regresar al terruño. Se va en 10 días.

Y pasan las semanas, y campinas por la ciudad y empiezas a ver los negocios que ya no abrieron y los locales que se rentan, restaurantes que se traspasan.

Este golpe apenas empieza. Como quien ve las barbas del vecino cortar, ambas hemos decidido ahorrar. No sabemos qué tan grave se ponga.

Imposible sacar conclusiones de esta pandemia, eso tomará tiempo. Pero hay lecciones claras. Las generaciones que vienen serán las que cambien el mundo. Lo tienen muy claro, no llevan peso muerto en sus espaldas. Ver a Ale estudiar, discutir, organizar, trabajar desde casa ha sido toda una lección. He aprendido y mucho. Y he comprobado una cosa:  a esta chamaca jamás se le cerrará el mundo, jamás.

¿Yo? Uf, no soy tan resiliente, he tenido buenos bajones, por cosas absurdas como el primer día de verano y sentir que la primavera se me fue sin más, o el ansia casi incontrolable de salir por un café, o la claustrofobia de no saber hasta cuándo todo regresará a la normalidad.

Ambas hemos redescubierto que el departamento es nuestro hogar, para platicar, convivir con nuestras perras, cocinar, pelear, y flojear. Eso ya no se va a perder.

Ale cumple 22 años en 15 días, dos por once; yo cumpliré 55 en cinco semanas, cinco por once…. No es cábala, es pura coincidencia. Celebraremos. Ya apartamos un fin de semana en la playa. Nos dicen que para qué ir, que no podremos pasear ni ir a restaurantes, que no será una vacación normal. Suponemos nada más que sentadas frente al mar la pandemia quedará atrás, aunque sea por un rato. Ojalá

Acerca del autor

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Martha Ramos

Mexicana "de hueso colorado", nací en la ciudad de México y de mis padres aprendí el amor por la familia, el respeto por el otro, los principios de justicia y ética. Estudié Comunicación en la UNAM, y mi carrera siempre ha sido en medios impresos (ahora digitales). Soy periodista, absolutamente creyente que los medios libres son parte fundamental para el desarrollo de una sociedad.
Soy mamá de una emprendedora de 21 años que me ha enseñado todo lo demás, cariño incondicional, resiliencia, alegría por la vida, y todo lo bueno y malo que pueda traer. Mi hija me ha enseñado a ser libre.

2 Comentarios

  • Querida amiga, cuando estés en el mar. Imagina que estoy yo con mis hijas también a tu lado. Qué ganas de ver las olas y sentir el sol. Abrazos

  • Estimada Martha qué gusto haberte leído después de tanto tiempo de no hacerlo, es impresionante cómo puede cambiar la vida pero siempre para bien. Aprender de los hijos es una bendición y algo sumamente maravilloso que este tiempo caótico nos regala al 100 por ciento en medio de todo el caos que a los adultos nos genera el no deber hacer las cosas como estábamos acostumbrados a hacerlas. Hoy tuve tiempo de entrar al face y me encontré con esta historia tuya, tiene mucho tiempo que no tengo tiempo de entrar al face y hoy lo tuve. Te dejo un enorme abrazo no sin antes decirte que siempre te tengo en mi recuerdo, haberte conocido y haber sido parte en “ese” momento de “ese” proyecto es una de las mejores etapas que he vivido. Con cariño Alicia Garro

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