Estoy por cumplir 4 meses en cuarentena, un tercio de un año. Estos 120 días los he pasado con mis dos hijas y ellas conmigo. Ha sido intenso para las tres porque no habíamos convivido tanto desde que dejé de trabajar para criarlas, o desde que estuve embarazada de cada una.
Les voy a contar cómo en esta cuarentena pasé de ruda a tierna (ellas dicen, pero no comparto). También cómo nos organizamos, cómo hemos llorado y hemos pensado en la vida y en la muerte; en lo privilegiadas que somos, en la desigualdad, en la familia, en el Gobierno, en los vecinos… Hemos viajado hacia adentro de nosotras y nos hemos reencontrado.
Al iniciar este olvidable 2020 yo había estado cavilando sobre mi futuro. Pensaba que quería terminar de pagar mi hipoteca para rentar la casa y mudarme a un departamentito, pues Lucía está por terminar la carrera y en cuanto lo haga, se irá a vivir por su cuenta. Ya probó la libertad, vivió sola un semestre de intercambio académico y regresar a la casa con su mamá ha sido sólo un trámite antes de terminar la carrera, conseguir un trabajo y volar alto y lejos. Isabel es la pequeña y es probable que dure viviendo conmigo un poco más aunque sueña con tener su depa en la Doctores con sus roomies. En enero y febrero de 2020 yo andaba pues en los prolegómenos del síndrome del nido vacío haciéndome a la idea de vivir sola, y preparándome para la depresión que dicen que da cuando se van los hijos, pero llegó la Pandemia, el Corona Virus, Susana Distancia y nos encerró a las tres en casa. También a Max, nuestro perro, y a una rata que vivió con nosotras una semana.
No estábamos preparadas, bueno, yo un poco sí porque tengo esta costumbre de devorar noticias y ya había separado la lista que publicó algún diario con los víveres que debía comprar para un aislamiento prolongado (arroz, frijol, habas, alubias; latas de atún, chícharos y otros congelados, chocolate y antojos. Yo le sumé mezcal y cerveza) Leí sobre la “hipoxia feliz” y compré un oxímetro. En casa ya tenía gel, mascarillas, termómetro y paracetamol, por algo soy mamá y “sobrevivimos” al AH1N1 de 2009. Una semana antes que yo dejara de ir a la oficina, Lucy ya estaba tomando clases en línea y andaba muy precavida porque al inicio de todo esto uno de sus compañeros de carrera, un muchacho sano de 22 años, murió de Covid-19. Muy temprano se dio cuenta que esto es serio.
Isabel también dejó de ir a clases presenciales y siguió su semestre por Zoom. El 19 de marzo llegué a casa con mi computadora, cuadernos, audífonos y cámara de la oficina. Esa noche puse un sarape en el piso y las tres nos tiramos con las piernas sobre la pared; platicamos sobre la pandemia y pensamos que estaríamos regresando a la calle para junio o julio; pero que si las cosas iban mal, probablemente hasta octubre. Yo me sentía como viviendo la vida de otra persona mientras trataba de imaginarme cómo sería estar sin salir de casa 2, 3, 4, 5 o más meses. Creo que ellas igual. Pasara lo que pasara estábamos allí para ayudarnos y cuidarnos. Ese fue el acuerdo que hicimos en silencio.
A diferencia de lo cansado y demandante que es tener hijas chicas en un encierro (me tocó en la epidemia de 2009), ahora el trabajo de casa nos lo repartimos y cada semana a una le toca cocinar, otra limpia la cocina y lava los baños, y la tercera limpia áreas comunes. Cada una es responsable de limpiar su recámara y lavar sus calzones. Nos rotamos para sacar a Max y lavarle las patas porque se duerme con la que él escoge, dependiente del humor con el que nos encuentra. Cada 3 semanas lavamos la ropa y pedimos súper a domicilio. Yo me despierto entre las 5 y las 6 de la mañana y de allí me sigo trabajando. Ellas tienen clases, hacen tareas. Chatean y platican con sus amigas; tienen llamadas románticas con sus novios-admiradores-me.cae.bien.pero.no.me.gusta. Lucía escribe. Isabel pinta. Hemos tenido una convivencia mucho más armónica de lo que imaginé y nuestras peleas han sido porque se me sube mi TOC por la limpieza y el orden, o a ellas se le sube su nivel de tolerancia al desmadre y al desorden.
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Tengo muchos temores y miedos, pero quiero contarles sobre las muchas cosas que me gustan de esta Pandemia: Agradezco infinitamente que llega el fin de semana y no estoy con la zozobra porque se van de fiesta, que con quién andan, a dónde van, a qué hora regresan, con quién se regresan; que si el Uber no contestó… Ahora lo que hacen es tener reuniones de Zoom con sus amigos y se llevan una cerveza a su cuarto para ir de fiesta. Me da tristeza, pero no será para siempre. Isabel me dijo: “se me están yendo mis mejores años y mi mejor cuerpo aquí encerrada”.
La cuarentena nos ha funcionado bien y nos sentimos agradecidas de poder estar en casa, con trabajo, con escuela y con comida. Aprovechamos para hacer cosas que antes no hacíamos, por ejemplo por la mañana nos encontrarnos en la cocina y contar nuestros sueños: Lucy soñó que exprimía a un tiburón que luego se convertía en un langostino; Isa tuvo una pesadilla: la atacaba un hombre que tenía el cuerpo cubierto con velas encendidas; yo soñé que organizaba a mis compañeros de trabajo para que fuéramos disfrazados de frutas y verduras en un desfile de Halloween. Comemos siempre juntas y hemos intentado, no siempre con éxito, de ser constantes en hacer ejercicio con los videos de Patri Jordán (no nos gusta Bárbara de Regil porque es muy intensa y nos grita).
Hasta aquí es nuestra rutina, pero hemos tenido grandes sobresaltos: fiebre, ratas, granizadas… les cuento…
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Me sorprende la capacidad que tenemos los seres humanos para asimiliar lo increíble, y cómo la Pandemia es inconmensurable, todo lo que ocurre es relativo y minúsculo.
El 21 de marzo Lucía y yo nos rapamos. ¡Liberación total! Nunca me hubiera atrevido a quitarme todo el pelo y dejarme mis canas.
En abril 21 Isa cumplió 20 años. Ella había planeado con una amiga hacer una fiesta con un sonidero que tocara cumbiones, pues anda en su etapa cholombiana. Nada de eso pasó. Le hicimos una “fiesta sopresa” en el techo de la casa con un pastel y foquitos de navidad en los tinacos. Estuvo bonito.
A principios de mayo Isabel fue a la cocina a comer un mango y se dio cuenta que uno de ellos tenía unas marcas. ¡Eran mordiscos de rata, qué asco! Se nos metió una rata a la casa y no sabíamos dónde estaba. Lucía puso a Max a buscarla, de inmediato la olfateó y arrinconó atrás de la lavavajillas. Max babeaba, ladraba, chillaba. Quería atraparla, cazarla… Nos juntamos a ver cómo nos desharíamos del roedor: ¿trampas pegajosas o de impacto?,¿veneno? ¿ponerle a Max para que libren una lucha cuerpo a cuerpo a ver quién gana? ¿atraparla viva y soltarla? Yo quería matarla, pero ellas abogaron por su vida. Estuvimos una semana completa intentando por todos los medios atraparla, matarla, envenenarla, mutilarla… hasta que Lucy ideó una ingeniosa trampa y una mañana por fin cayó. La sacamos a la calle y la dejamos libre frente a una alcantarilla.
Granizo, lluvia, ráfagas de aire. Dicen las noticias que esta será una temporada particularmente fuerte de tormentas y huracanes en México. El 8 de junio sentíamos que el cielo se caía y aunque nos sentimos seguras en casa, yo no contaba con tener goteras. Si esto era el principio de la temporada de lluvias, ya me veía en septiembre-octubre sin techo. En plena cuarentena traer trabajadores a casa me daba miedo, pero ni hablar. Los muchachos estuvieron aquí 3 días, entraban y salían, tocaban los pasamanos, pisaban mis pisos. Es terrible ver al otro (y el otro a ti) como portador del virus. Pero nos necesitábamos. Ni modo.
La mañana del 23 de junio estaba bien a gusto en mi cama cuando Lucía nos gritó: ¡está sonando la alerta sísmica! Agarramos a Max, nuestras mochilas de tragedias y salimos. Todos los vecinos estaban en bata, pijamas, nosotras también. Comenzó el sismo… nos meció. 7.1 grados con epicentro en Guerrero. Nos metimos de nuevo a casa y nos dimos cuenta de que no traíamos tapabocas. Preparamos desayuno, estábamos sentadas en la cocina y sólo comentamos: no se sintió tan gacho, hay que prepararnos para las réplicas. En las mochilas ya hay mascarillas y gel. Resiliencia, le dicen.
Tres semanas después, Isabel y me dijo que estaba preocupada porque la noche anterior Lucía se sentía mal. Ah, no ha de ser nada, seguro ya con haber dormido se le quitan los achaques, le dije. La invité a que se acostara conmigo y nos abrazamos un rato. Bajé luego al cuarto de Lucy y allí estaba con los ojos hinchados… se sentía mal, le dolía la cabeza, tenía febrícula de 37.4 grados y el estómago suelto. Tiritaba, tenía mucho frío y se quería tapar. Le pedí que se quitara la pijama, se pusiera hielo en la cabeza y tomara agua: 37:1 grados. Pensé que le pasaría rápido, pues apenas el día anterior habíamos hecho la rutina de ejercicios y se veía muy bien. La dejé descansar un rato. Regresé a su cuarto y la encontré tapada. Le pedí que se metiera a bañar. Se tomó de nuevo la temperatura; vio el termómetro de fijo, yo ansiosa por saber… me vio con sus ojitos hinchados: 38.4 grados. Se puso el oxímetro y estaba perfecta: 98%. Isabel veía y escuchaba todo desde la puerta de la recámara con los ojos como platos por el miedo. Todas pensábamos lo mismo. Ninguna se atrevió a decirlo, pero ya sabíamos qué hacer: aislarla, separar sus cubiertos, asignarle un baño; mandar mensaje al 51515 o llamar a Locatel.
Lucy marcó al 55 5658 1111 y le respondió una doctora muy amable quien le hizo un primer filtro de preguntas; luego le pidió esperar, pues la comunicaría con otra doctora que le hizo otro cuestionario. Al final de la tele consulta le pidió que se aislara, tomara parecetamol cada 6 horas y que le llamarían en 3 o 4 días para saber cómo seguía. Lu se quedó desde ese momento en su recámara y me preguntó qué pasaría si tuviera Covid-19. -Pues nada: aquí estarás dos semanas, te vamos a cuidar y te vas a aliviar. Entré en modo “orientada a la tarea”, que se me da naturalito. Cerré la puerta de su recámara y me fui con Isabel a la cocina con ansiedad, tensión…
Yo estaba preparada para enfermarme, pero no que ellas se contagiaran. Isabel lloró de angustia y me preguntaba qué íbamos a hacer; le dije lo mismo: la vamos a cuidar y se va a aliviar. ¿Y si nosotras también estamos enfermas? Pues también nos vamos a cuidar y a aliviar. ¿Y por qué ella estaría contagiada y nosotras no si nos la pasamos encimadas y hemos estados juntas todo este tiempo? Quién sabe, sabemos que hay un bicho y que en algún momento nos infectaremos todos. Luego me preguntó: ¿y tú por qué no lloras? No lo había pensado antes. No lloraba porque sentía que debía tener la mente clara y fría; porque había una emergencia qué atender y había que tomar decisiones; porque siempre he estado acostumbrada a cuidarme y a cuidar de los demás; porque soy la mamá, le dije.
Avisé al responsable de Seguridad de mi trabajo y me pasó los teléfonos de laboratorios que toman muestras a domicilio; hice una cita y me dijeron que podrían hasta el martes, pues tenían muchísimo trabajo. Lo único que no quería es que llegaran como comando de Monsters Inc con trajes de astronautas para que mis vecinos no se pusieran locos y nos rociaran con cloro…
El martes 14 de julio a las 08:30 horas me llamó una doctora que ya estaba cerca de la casa y que pasaría a tomar la muestra. Perfecto, los vecinos aún dormían. Ella venía con su filipina y su tapa bocas KN95 y se pondría el equipo de protección en la sala. Al abrirle vi que era una jovencita chiquita, flaquita y así anda ella entrando a las casas y a los cuartos de los enfermos de este bicho que hasta hoy ha matado a más de 39 mil mexicanos. Le pedí que por favor se quitara los zapatos y los dejara en la entrada. En el cuarto de Lucy le metió los cotonetes por la nariz hasta tocar la garganta. Arggg. Me dijo que los resultados estarían listos en 4 o 5 días, que en la colonia donde vivo casi no había casos, que donde la cosa estaba mal era en Naucalpan y en Tlalnepantla, que Lucía no se veía tan mal… esto me decía mientras se quitaba la protección del pelo, la bata, los cubre pies, las 5 capas de guantes y los metía en una bolsa de plástico junto con las muestras que le tomó a mi hija. Le dije que la admiraba y que le agradecía mucho el trabajo que hacía. A esperar.
Mi preocupación por Lucía fue a menos, pues la temperatura se normalizó y sólo sudaba, y sudaba, y sudaba, y el dolor de cabeza seguía. Para el miércoles ella ya estaba tomando clases y escribiendo en su blog. Nos compartía memes… El miércoles nos hablaron de Locatel para avisar que pasarían a entregarnos unos apoyos del gobierno de la CDMX de parte de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Tocaron y traían dos cajas y una credencial. El jovencito que venía en un auto oficial me pidió que posara para tomarme una fotografía con la credencial como prueba de que la había recibido los apoyos. Abrí los paquetes. Uno era un kit médico con cubrebocas, gel, paracetamol, un termómetro y bolsas para desperdicios biológicos. En la otra caja había una despensa con arroz, frijol, sopa de pasta, corn flakes, amaranto, avena, leche en polvo, una lata de atún, café soluble, cloro, azúcar, papel sanitario, una barra grande de jabón Rosa Venus, no la chiquita de los moteles. En la credencial había algo de dinero. “Esta es la primera vez en mi vida que siento que le importo al gobierno”, me dijo Isabel. Yo también sentí lo mismo. Imaginamos a las personas que se infectan y viven solas, este apoyo es un salvavidas. Donamos todo lo que nos entregaron. Pero lo agradecemos mucho, mucho.
Esa semana Isabel y yo hacíamos como que la vida seguía normal. Cocinábamos, limpiábamos, trabajábamos; le tocábamos la puerta a Lucy y platicábamos un rato de lejitos. Yo la veía mejor cada día. Isa se propuso para ser ella quien le llevara la comida y lavara sus trastes, me dijo que le daba miedo que yo me contagiar, pues yo estoy más… vieja. ¡Oh, dolor! Acepté mi condición de la más vulnerable (y más vieja) del grupo y dejé que ella atendiera a su hermana.
Llegó el día para conocer el resultado del laboratorio. Hablé a las 5 de la tarde y me dijeron que revisara si ya tenía los resultados en mi mail. Allí estaba el documento, Isabel se acercó mientras yo abría el adjunto y leí:
Detección SARS-COV-2 PCR Tiempo Real
Tipo de muestra: Exudado NasoFaringeo
Gen N, No detectado / Gen E, No detectado
Interpretación: NO DETECTADO
Nos abrazamos las dos. Ahora sí lloré.
¿Cómo le damos a Lucy la buena noticia? Isabel dibujó un papelito con corazones que decía: Covid / Negativo y se lo pegó con diurex al lomo de Max. El perro entró a la recámara con la buena noticia. Nos abrazamos las tres. Yo sentía que me quitaban una loza de encima.
¿Y entonces qué tuvo? Sepa la chingada. No me importa. Ya está bien y no fue Covid-19.
Vamos navegando por esta pandemia. Ya no pienso mucho cuándo terminará, trato de vivir cada día y de respirar hondo. Ellas se cuidan, me cuidan, nos cuidamos. Soy optimista y creo que algún día del próximo año habrá una vacuna y volveremos a salir a los bares, a los restaurantes, a los conciertos y al cine. Nos abrazaremos con otros, con todos. Ellas irán con sus amigas a bailar cumbias rebajadas. Me da tristeza pensar que cuando llegue ese día saldrán disparadas como corcho en botella y no las volveré a ver.
La pandemia me ha regalado un tiempo con ellas que no tenía planeado. Las he re-conocido. Son dos mujeres que me da mucho orgullo haber criado. Veo que el país y el mundo es deprimente: La violencia, la mentira, el autoritarismo, el machismo… pero al verlas a ellas me siento optimista.
Yo ahora tengo una tarea: imaginar mi vida después de la pandemia y ser más ruda y más tierna que cuando todo esto comenzó.
Ma. Luisa me encantó tu historia. La viví contigo en cada palabra, en cada sentimiento. Me gusta ver en la mujer que te haz transformado y el orgullo de ver también como se desarrollan tus hijas.
Cuídense mucho. Todavía nos falta un rato pero ya es menos.
Te mando un fuerte abrazo y me fascinó volver a leerte.
Querida amiga. Muchas gracias por tus comentarios. Te mando mis cariños a ti y tus hijas
Ma. Luisa me encantó tu narración, prácticamente viví contigo cada momento y sentimiento. Siempre con tu estilo tan particular y personal. Qué gusto volver a leerte y tu hija menor igualita a cuando llegaste a estudiar Comunicación. Es impresionante el parecido. Que orgullo ver el desarrollo de tu carrera y que orgullo ver la realización de tus hijas y el ver como han sobrellevado este tiempo de crisis.
Hola Ma. Luisa. Que hermosa forma de describir la vida en esta cuarentena, cada escena la he visto como si estuviera en una esquina. Tienes la fortuna de tener a tus hijas contigo y cuidarlas, eso es lo que quisiera en este momento, las mías viven fuera pero estoy al pendiente todo el día. Saludos y bendiciones.