MILÁN, Italia. (21 de abril).- Hoy se cumplen dos meses exactos desde que detectaron al primer paciente con coronavirus en el norte de Italia. Mattia, un hombre de 38 años de Codogno, empezó al improviso con fiebre pensando que tenía pulmonitis.
La fiebre nunca bajó y acudió al hospital donde perdió el conocimiento. Veinte días después se despertó en un hospital de Pavía y se enteró que su padre había muerto afectado también por el Covid-19. Su esposa estaba por entrar al octavo mes de embarazo cuando todo este infierno comenzó. Hace unos días nació la bebé y por fortuna, los tres hoy están juntos.
Han pasado dos meses desde que cerraron la primera Zona Roja en Italia, donde de la noche a la mañana quedaron atrapados ahí unas 50 mil personas de 11 localidades. Dos meses desde que también cerraron todas las escuelas de Lombardía, Véneto, Piemonte, Friuli Venezia Giulia y Emilia Romagna.
Dos meses desde que los padres y madres de familia tuvimos que reorganizar toda nuestra vida para poder estar en casa con los hijos que también se quedaron sin otras actividades. Dos meses de que poco a poco fuimos atestiguando que nuestra normalidad se iba esfumando poco a poco, con fechas que nos iban aplazando para darnos cuenta que nada iba a volver a ser como antes.
Y tantos han sido los cambios , que mientras nos enteran de que hoy los muertos del día son 534 contra los 454 de ayer (204 sólo en Lombardía), las autoridades hacen planes, ajustan horarios, hablan de turnos, compran test serológicos, hacen calendarios para saber qué región empezará primero con la anhelada Fase 2 que el Primer Ministro califica como “muy compleja”, y que para poder salir será obligatorio el uso de los tapabocas y mantener la distancia hasta que por fin se tenga la vacuna.
También alistan Apps para tener mayor control de nuestros movimientos, de nuestra salud, pero dicen que nadie está obligado a descargarla pero que sería muy conveniente si queremos hacer comunidad por el bien y la salud de todos. Muchas dudas como las que actualmente existen, como por ejemplo, cómo se conseguirán todas las mascarillas que se necesitan para poder salir de nuevo porque al menos se necesitarían mil millones por mes.
Y mientras todo esto pasa, pues ahí están nuestros hijos siempre esperando.Por eso hoy traduzco el mensaje que una amiga de la escuela de mis hijos hoy puso en su muro: “Yo quisiera salir a la terraza y darles un aplauso a los niños. Quisiera que lo hicieran todos, quienes tienen hijos y quienes no tienen hijos. Porque nosotros tenemos explicaciones, buscamos informaciones, vivimos en espera del boletín de la Protección Civil, buscamos hacer previsiones.
Ellos no. Ellos han hecho el más grande esfuerzo de confianza que se pueda pedir a un ser humano, aceptando todo. Han dejado amigos, deportes, hobbies, escuela, y esperan pacientes hasta que nosotros les digamos que pueden salir de nuevo. Se han adaptado lo más posible a la didáctica a distancia, o como desgraciadamente han hecho muchos, haciendo malabares sin nada, quedando colgados de la imagen de la escuela como se tiene un hilo rojo que los pueda llevar al futuro.
Muchos que tenían poco, ahora tienen menos, con los padres que han perdido su trabajo. Muchos, obligados en casa con familias horribles, cuando ya no se pueden liberar ni siquiera en el tiempo que dedicaban a las lecciones. Todos asisten a nuestros cambios de humor, a nuestras ansias, a nuestros miedos escondidos tras una sonrisa que tratamos de fingir menos triste.
No piden nada y al final de la jornada su sonrisa está siempre. Merecerían tantos aplausos, estos hijos…Pero quizá no sirve siquiera esto. En lugar de aplaudir, abramos los brazos y apretémoslos fuerte”.
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