Hace cuatro años, hice un viaje a Huatulco… No iba sola… Entonces pensaba cómo estaba cambiando mi vida después de tomar la decisión más importante… Si he de ser franca en cómo me sentía entonces, debo decir que estaba emocionada, imaginando mil escenarios… pero también tenía miedo… Me preocupaba que algo no saliera bien, me angustiaba enfrentar otra pérdida…
Pero los días transcurrían bien, me sentía fuerte, animada, sana. Creo que nunca en mi vida me he cuidado más que entonces, haciéndome estudios constantes y puntuales, según la instrucción médica… y justo, un viernes tres de julio, me informaron: Nace en una semana…
Unas pocas semanas antes, después de aquel viaje, volví a mi departamento, lo recorrí y me despedí de una etapa, para dar la bienvenida a otra… desmantelé mi estudio, hice una selección cuidadosa de los libros que quería conservar, y di paso a que se transformara en un cuarto de bebé… En el cuarto de Valentina.
Puedo decir mil cosas y seguro caeré en lugares comunes, en sentimientos y descripciones que hemos escuchado miles de veces de mamás cuando se refieren a sus crí@s, así que, hecha esta advertencia…
Este junio volví a Huatulco. Nuevamente acompañada, pero esta vez con ella fuera de mi panza y sí, casi cuatro años después… Es increíble todo lo que me enseña y todo lo que le aprendo. Es valiente, arrojada, sociable. Me hace superar miedos; me enfrenta al mar, como me enfrenta a la vida: analizando menos y disfrutando más… Es mucho de lo que yo no soy y, sin embargo, a golpe de convivencia, supongo, adopta actitudes mías, utiliza palabras que yo uso y las dirige con claridad… Pide mesa para dos, prefiere agua natural, está segura que la zanahoria es más rica que las papas, y que de postre es mejor el helado que el pastel…
Baila incansablemente… Canta con la seguridad que le dan cuatro años y una vida en paz, feliz, me parece. Cuando la miro así quisiera que esos momentos se prolongaran y se fueran así a lo largo de su vida… que no pierda ese entusiasmo, esa capacidad de sorprenderse y reír… Ojalá que el llanto solo le durara siempre así… unos minutos… que pudiera pasar a otra cosa sin padecerlo tanto… que se pueda desprender y desapegar, como hoy lo hace de los juguetes con los que ya no juega más, o de la ropa que ya no le queda… porque ella sabe que aquello le puede servir aún a alguien más y lo regala o dona pensando en eso con gusto… sin lamentarlo.
Así va creciendo… Este año cambiará de escuela. Nueva aventura. Ya no tendrá que preguntar si irá a la escuela grande o a la escuela chiquita, cuando no sabe si irá al colegio o a la guardería, porque siempre depende de cómo viene el día laboral de mamá. También eso ha aprendido a entender, y a vivir con naturalidad, tanto que uno de sus juegos favoritos es imaginar que somos compañeras de oficina y compartimos el espacio y lo más importante: el lunch.
Porque mamá trabaja y tiene que resolver cada día de manera distinta. Eso he aprendido ahora: que se puede vivir resolviendo y sorteando escenarios diferentes cada día. Yendo en función de las citas y tareas del día, pero también de que no se me olvide traer en el auto el disco favorito del momento, o los materiales solicitados en el colegio, o las medicinas para esa tos que no cede, y amando desaforadamente los días que se festeja un cumpleaños y no tengo que mandar lunch, porque sí, a veces me agoto, pero al final del día, cuando va a dormir y me dice: “Mami, ¿me abrazas?”, es mi mejor momento, sin duda (que quede claro que advertí sobre los lugares comunes).
Así mi hermosa y valiente Valentina, a quien por cierto decidí llamar así y no Marijose, como había pensado, porque justo quería que tuviera una personalidad propia y no de alguna referencia sentimental mía…No me equivoqué.
Y hoy… hoy la veo sentada frente a la inmensidad del mar y pienso que para ella así debe ser la vida: imponente, plena, infinita de posibilidades y espero, confío y deseo dotarle de las herramientas con las que pueda crecer… ¿el temor? Ese sigue ahí, seguirá siempre, seguro, mientras me toque tomar las decisiones a mí y también después, cuando ella asuma sus propios riesgos y viva las consecuencias de sus decisiones. Imposible evitar los tropiezos.
Por lo pronto, mi mayor deseo es estar… estar lo más posible para que cuando ella me diga: “Mami, ¿me abrazas?”, yo esté ahí para hacerlo, para decirle que todo va a estar bien, y para, como hacía conmigo mi mamá: ofrecerle un panque con leche, porque sí, “las penas con pan, son menos”.
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